1- Botones de Gigante y un cigarro para el héroe

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Viernes 27 de octubre:

Todavía no puedo entender por qué odio los días así. Y con "así" me refiero a los días grises, siento que el cielo no tiene el menor sentido así. Los días nublados y tormentosos solo me gustaban cuando se trata de nieve; todos de niños adoran la nieve. Pero ahora los odio con todo mi ser, y si me preguntan por qué, respondo: "Porque en un día así se fue mi mejor amigo".

Rob no era perfecto, ni mucho menos buen consejero, pero él jamás me dejaba sólo. Era el único que movía la cola y sonreía al verme. Mi madre me lo trajo cuando tenía seis años, y tenía trece cuando dejó su cuerpo en éste oscuro mundo y se fue tan puro a quién sabe dónde, todo se oscureció para mí.

En fin, hoy es uno de esos días en los que solo se puede querer seguir durmiendo, pero no, no pensaba faltar a clases. Toda la noche me la pasé con el inútil trabajo de Historia Europea y no pensaba no entregarlo orgullosamente mirando el estúpido rostro arrugado del vejestorio que tengo como profesor. Ese saco de piel y huesos quería reprobarme otra vez pero no lo permitiría.

Tomé una cajetilla de cigarros de entre las muchas que tenía en uno de los cajones de mi mesita de noche, y no desayuné porque no tenía apetito, como en muchas de mis mañanas.

Iba vestido normalmente, solo que esta vez llevaba capucha en mi sudadera debido a la intensa lluvia. No pretendía enfermarme como la última vez que salí mientras llovía.

Las calles de Madrid estaban empapadas por la tormenta que amenazaba con continuar durante varios días, nada favorecedor para mí. Aunque el del clima en el noticiero siempre se equivocaba, en esto estaba de acuerdo con él.

Mis converse rojas estaban poniéndose bordó por las manchas de agua que lograban alcanzar la tela debido a los charcos que se formaban en la acera y yo, como todo genio de la vida, pisaba sin percatarme de lo que hacía.

Otra de las razones por las cuales odio la lluvia es que es casi imposible fumar fuera, y no es como si me pusiera a fumar dentro de mi casa o del instituto. Primero porque mi padre no sabe que fumo y segundo porque no quiero problemas con la escuela, me consienten tanto que ya me acostumbré a eso.

Por suerte alcancé el primer colectivo que pasó así que pude sentarme en paz y dormir un rato esperando a que acabe el largo viaje hasta la escuela.

Desde los trece años que no sueño absolutamente nada, mis sueños son completamente en blanco y eso no favorece a mi imaginación. Además de que mi vida es lo menos interesante que pueda existir, no tengo ni una pizca de imaginación. Genial, mezcla perfecta.

Una vez que paró el transporte público, bajé y comprobé que la lluvia estaba más potente que antes. Me coloqué los auriculares debajo de la garita de la parada para que no se mojara la pantalla de mi móvil, y la voz del pelirrojo resonó en mis oídos con "Sing" porque necesitaba algo de alegría en esta mañana absurda. Aunque hubo algo más absurdo que esta mañana, una chica. Era una chica que jamás había visto antes en el instituto, ella no llevaba paraguas ni mucho menos una capucha para cubrirse de la lluvia.

La joven castaña tenía una sonrisa enorme en el rostro y miraba el cielo, las nubes grises, como agradeciendo a Dios la lluvia. Estaba saltando sobre los charcos, y más que una joven madura, parecía una niña que jamás había presenciado una tormenta.

Cuando vio que la observaba con mi peor cara, pareció cohibirse ya que se detuvo y caminó derecho al interior del instituto, donde la portera la regañaba por sus embarradas botas de lluvia.

Parecía una chiquilla incorregible, pero no debía pensar en otras personas ahora, estaba bien como estaba. Con mis problemas.

Apenas entré me encerré en el baño para poder fumar tranquilo, y esperaba conseguirlo ya que por desgracia esta mañana no había podido fumar ni un poco y ya comenzaba a ponerme nervioso. No quería empezar a hacerlo otra vez, no quería recurrir a rasguñarme los brazos nuevamente.

|CIGARETTES| #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora