Capítulo 25

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No me importaba si estaba muerto o no, lo único que me importaba en ese momento, era que José Miguel seguía aquí, que él no había salido huyendo despavorido por darse cuenta de la mujer que tenía a su lado y el peligro al que se enfrentaba al estar conmigo.

Golpearon la puerta y el psicólogo abrió. Alex entró con una gran sonrisa.

―¿Por qué dijeron que Lorenzo estaba muerto si no lo está? ―recriminó antes de saludar.

Alex me regaló un guiño condescendiente.

―Buenos días, Miranda, ¿cómo estás? Buenos días, Alex, muy bien, ¿y tú? Bien, ¿cómo dormiste? Bien, gracias, aunque no entiendo por qué dijeron que Lorenzo estaba muerto cuando en realidad no lo está ―remedó una conversación "civilizada".

―Ya, ya ―acepté de mala gana―. Buenos días, ¿por qué dijeron que Lorenzo estaba muerto?

Rio negando con la cabeza.

―Porque lo estará muy pronto, él tiene una fractura en una costilla, lo que le perforó el pulmón, además de eso, su corazón tenía una falla no descubierta, estaba propenso a un ataque cardiorrespiratorio en cualquier momento, anoche estaba haciendo un paro, no sé cómo sigue vivo. Los médicos tampoco se lo explican. En todo caso, esto será cosa de tiempo, aún si saliera de esto y se fuera a su casa, sería con muchas restricciones y en la cárcel no tendría una vida fácil.

―¿Es Terminator? ―Yo lo pregunté en serio, pero ellos se echaron a reír―. ¿¡Qué?! Si es verdad, no se muere nunca.

―Mejor no pienses en eso ―dijo José Miguel volviendo a apretar mi mano.

―Sí, tienes razón, ese tipo no merece ni que lo mencionemos.

Se acercó y me dio un corto beso.

―No merece nada, ni siquiera tu odio ―me dijo José Miguel.

Era verdad. Lorenzo tenía que salir de mi vida y quedar sólo como un mal recuerdo. De otro modo, siempre sería un fantasma entre José Miguel y yo y eso sí que no lo permitiría, ya demasiado daño me había hecho en el pasado, como para que siguiera echando a perder mi vida y mi futuro. No. Lorenzo jamás volvería a lastimarme. Nunca más. Y así se los hice saber a los cuatro hombres que estaban allí. Mi novio me abrazó a modo de respuesta.

Pasado el mediodía, nos dejaron en libertad de irnos o quedarnos, lo conversamos y decidimos irnos, no teníamos que escondernos, ni lo haríamos, aunque claro, ninguno de los dos quería irse de vuelta al departamento, por lo que decidimos irnos a la casa de mi suegra unos días, hasta decidir dónde viviríamos.

Para nuestra sorpresa, en la casa de Inés estaba Roberto y su familia: María Paz, su esposa, sus hijos y el padre de ella; también estaban los otros dos hermanos de José Miguel, Joaquín y Victoria; también estaban Vicente, Macarena y Clara Lazo, la bruja de la farándula chilena.

―Hijo, qué bueno que ya llegaron. ―Saludo Inés a su hijo, luego se abrazó a mí―. Miranda, hija, ¿cómo te sientes?

―Bien, Inés, gracias.

―¿Quieres tomar algo? ¿Estás cansada?

―Sí, sí, quiero tomar algo caliente, un té o un café, por favor.

―Claro, claro, ¿alguien más quiere algo? ―ofreció a los demás.

Sólo Macarena pidió un té, el resto, ninguno quiso nada.

―Fuiste muy valiente, Miranda, muchas en tu caso, terminan muertas ―comentó Vicente.

―No sé si valiente es la palabra ―repliqué insegura.

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