Capítulo 14

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Eran cerca de las diez de la noche del viernes cuando ya habíamos dejado de llorar y vuelto a la normalidad con mi pequeña Vivi.

―¿Tienes hambre? ―pregunté.

―Ah, no, si no. ―Rio mi amiga.

―¿Quieres que pidamos algo al cuarto, vamos al comedor o prefieres salir?

―Salgamos, así aprovechamos de conocer la ciudad ―propuso.

―Bueno, como digas.

Salimos del hotel tomados de la mano y caminamos por el paseo, la gente aún permanecía en las cafeterías del lugar. Avanzamos por la calle President Edouard Herriot, una calle angosta con edificios antiguos, tipo palacetes, donde los primeros pisos acusaban la modernidad con vitrinas de exclusivas, llamativas y elegantes tiendas. Llegamos a una plaza que, según supimos, era la Place des Jacobins, un lugar muy bonito, pero no había ningún sitio donde comer, seguimos caminando, cafés, en casi todas las esquinas, sin embargo, nosotros buscábamos algo más sustentoso. Al fin llegamos a la Place Bellacour donde, justo en la esquina, había un enorme local de pizzas. Algo conocido para nosotros y nos gustaba a ambos.

―¿Pizza? ―consulté a mi amiga, alzando las cejas.

―Pizza ―afirmó contenta.

Nos sentamos en las mesas de la calle, bajo unos toldos muy pintorescos.

―¿Cómo te sientes? ―pregunté extendiendo mi mano hacia Viviana, poco después de pedir.

―Bien.

―¿No te ha llamado?

―No. ¿Y tú? ¿Hablaste con tu hermano?

―No. Solo le dejé el mensaje.

―No sabes cómo le ha ido, ¿tampoco te ha devuelto los mensajes?

―No. No sé, ni siquiera he mirado el celular.

Saqué mi móvil y le eché un vistazo.

―¿Y? ―consultó mi amiga.

―Tengo dos llamadas perdidas de mi hermano, tres mensajes de texto y dos de chat.

―¿Los vas a ver?

Tomé aire. Esperaba que uno de ellos fuese de Miranda, pero no quería decepcionarme, no antes de comer, y así se lo hice saber a mi acompañante.

―Precioso, ¿temes que te defraude?

―Sí.

―¿Y si no? ¿Y si hay uno de ella y pierdes el tiempo por miedo?

―Pero es que... ¿y si no es así?

―¿Los vas a ver más tarde?

―Sí.

―Bueno, hablemos de otra cosa.

―Sí, es lo mejor.

―¿Que te pareció la ciudad? Es bonita.

―Sí, muy bonita, muy bien conservada.

―Claro.

Silencio. Ella me miró. Yo la miré.

―Se demoran un poquito ―comentó y nada más decirlo, apareció el mozo con nuestro pedido―. Bueno, no tanto ―se burló de sí misma.

Yo sonreí.

Silencio.

Terminamos de comer así. Callados. Sin decir una sola palabra.

―No debiste viajar ―habló mi amiga una vez que salimos del restaurant y nos íbamos de vuelta al hotel.

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