Capítulo 36

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Miranda dio un grito. Yo me asusté. Creí que algo andaba mal con mi bebé. Sin embargo, era todo lo contrario: había pateado. Yo no lo pude sentir. Esperaba ansioso el momento de sentirlo. Aquella tarde teníamos control con el ginecólogo. Elena fue con nosotros, también quería ver a su hermanito. Ella aseguraba que era hombre. En realidad, yo también presentía lo mismo, aunque claro, podía no ser más que el deseo de tener la parejita.

―¿Quieren saber qué es? ―preguntó el doctor en el ecógrafo.

―Es hombre ―aseguró Elena con suficiencia.

El médico nos miró con una sonrisa.

―¿Quieren saber si es varón o no, como dice esta preciosura?

Ambos asentimos expectantes.

―Su princesa tiene razón. Es hombre.

―¡Lo sabía! ―exclamó mi pequeña con alegría.

―Ya entraste al segundo trimestre y todo ha marchado bien hasta ahora. Tienes que seguir con los cuidados y no olvides tomar tus vitaminas, que es muy importante.

―Está bien, doctor ―respondió Miranda.

Salimos de la consulta. Elena iba feliz. Al llegar a la casa, se apresuró a la cocina para contarle a mi mamá que había visto a su hermanito y que era hombre, aunque teníamos el Cd con la ecografía, ella quería contar todo.

La alegría reinaba en nuestro hogar... a pesar de las sombras que se cernían sobre nosotros.

No podía dejar de pensar que Beatriz y su mamá estaban libres. Y en quién las había puesto en libertad, si ellas, primero, no tenían dinero para pagar la fianza y, segundo, no tenían derecho a ese beneficio.

Pasó una semana entera sin saber nada de ninguna de las dos. A pesar de que no bajábamos la guardia, esperábamos que hubieran aprendido su lección y no volvieran a aparecer. Pero aparecieron. Bueno, Beatriz apareció. Pidió una cita conmigo. Le avisé a Roberto para que estuviera atento, sin embargo, la recibí yo solo en mi oficina. Debo admitir que el modo deplorable en el que venía produjo una cierta lástima inicial en mí, y digo inicial porque fue la primera impresión. Luego recordé todo el daño que le había hecho a mi pequeña y ya no pude sentir más que desprecio por ella.

―¿Qué quieres? ―espeté.

―Necesito ayuda.

―¿Ayuda? ―cuestioné entre sorprendido y molesto.

―No tengo dinero, realmente estoy mal.

―¿Y qué te hace pensar a ti que yo quiero ayudarte?

―Tenemos una hija en común.

―Sí, una hija que tiene que estar en terapia para superar todo el daño que le hicieron tú, tu mamá y quien sabe cuántos de tus amantes.

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