Capítulo I

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En una noche apacible donde se podía apreciar el sonido de las cigarras, con un cielo libre de nubes, invadido por las estrellas y con la ausencia de la Luna. Un hombre de confección media corría por un sendero cerámico, subiendo frenéticamente unas escaleras, para finalmente llegar al interior de una arquitectura bastante particular. Del tamaño de una mansión con estilo medieval, aquella vivienda podría albergar más de una familia. Sin embargo, no era así. Esta casa desde tiempos remotos había sido la mansión de la dinastía Lauro, fue testigo del paso de las generaciones por milenios. Y con ello, la presencia de una decena de personas incluido el personal de servicio.

El silencio de la noche fue interrumpido por los gemidos desesperados de una mujer, que, tumbada en una cama, se aferraba a las sábanas tirando de ellas. Un sudor frío caía de su frente, su cuerpo estaba empapado. Abriendo sus piernas estaba preparada para dar a luz, para asistirla, otra mujer estaba al pie de la cama. Mientras un hombre de edad avanzada contaba sus pulsaciones. Fue en ese momento que aquel individuo que se apresuró para llegar a la casa entró al cuarto. — ¡Doctor, disculpe la demora ¿Cómo está mi mujer?!— recuperando el aliento, el hombre se colocó a uno de los costados de la cama.

—Su mujer está haciendo el esfuerzo que por naturaleza debe hacer. Le pido que conserve la calma, no queremos preocuparla más de la cuenta.— advirtió el sujeto que, con sus manos temblorosas, dejaba de tomar el pulso de la mujer a punto de parir.

—Mi amor, no te preocupes, ya estoy aquí.— dijo el hombre tomando el brazo de la mujer, abrasándolo con delicadeza.

—Salomón... el niño viene... el niño viene.— la mujer apenas murmuraba, como si se tratase de una tortura insoportable.

—Lo sé Adela, lo sé. Por favor has un esfuerzo, no debes dejarte ganar por el dolor...— Salomón trataba de apaciguar el dolor de su mujer, con palabras de aliento.

—Doctor, sino intervenimos la criatura podría morir, ha quedado atascado en el cuello uterino, no parece que vaya a dilatarse más.— la partera no daba visto óptimo de la situación.

—¡Doctor, el niño no morirá de ser el elegido, no me obligue a tomar esa decisión!— Salomón se quebraba mostrando lágrimas en sus ojos.

—... Yo no quiero obligarlo a nada. Usted ya sabía el problema antes de llegar a esta instancia, no ha sido un embarazo favorable. Si no actuamos rápido incluso su mujer podría ser arrastrada junto con el destino del bebé.— el doctor daba un parte sumamente pesimista.

—... Amor... el niño... no quiero que arriesgues al niño... si no es él... morirá.— Adela hacía un gran esfuerzo por dar a conocer su pensar.

—Adela, mi vida. Ya has escuchado al doctor. Yo estoy convencido de que nuestro hijo será el elegido. No tiene sentido arriesgarte a ti, te salvaremos.— Salomón estaba decido a dar prioridad a su mujer antes que a su primogénito.

—... No... no lo entiendes... si realmente es el elegido. Quiero ahorrarle sufrimiento en su nacimiento... es sólo un bebé... tú eres su padre y debes cuidar de él...— Adela bajaba un poco más la voz. Parecía desfallecer de un momento a otro.

—Señor, por favor. Si el niño no es el elegido estaría condenando a su hijo también...

¡Por favor doctor, asuma la responsabilidad!— la partera estaba perdiendo la paciencia y Salomón desesperaba.

—Salomón... Adela ya no puede continuar, está perdiendo lucidez. Por favor su deseo es preservar al niño, no podemos darnos el lujo de perderlos a los dos. Ya no hay nada que podamos hacer por ella, más que despedirla con una imagen de su hijo.— el doctor tomaba coraje para darle la mala noticia a Salomón que se dejaba caer al regazo de su mujer, aferrándose a ella para no perderla, las lágrimas comenzaron a caer.

El Pilar del Universo: Los Guerreros de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora