Capítulo VIII

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Después de que Florencia los dejara con la gran noticia, Florencis invitó a Radamis a su cuarto. Le pidió que la aguardara mientras tomaba un baño; lógicamente, después de haber entrenado hasta tarde, debía hacerlo. Radamis se sentó en el suelo, apoyando su espalda en el borde de la cama y paseando sus dedos sobre la alfombra de la habitación. Parecía un gesto automático al no tener nada que hacer. Finalmente, Florencis salió del baño, cubierta con un toallón alrededor de su cuerpo y una toalla como turbante en la cabeza. Radamis apenas levantó la mirada; la idea de que ella estaba casi desnuda lo hacía ruborizar.

—¿Qué opinas de conocer al resto de nuestros compañeros? —preguntó tratando de entablar una conversación y olvidar el hecho de tener a su compañera semidesnuda frente a él.

—No me preocupa demasiado; puede que tenga cierta curiosidad, pero igualmente debemos tomarlo con calma. Como te dije antes, cinco mil años es mucho tiempo; tendremos tiempo para conocernos de sobra —contestó Florencis mientras terminaba de secar su cabello con la toalla. Luego, la joven soltó la toalla húmeda sobre el rostro de su compañero.

—No fastidies... —dijo Radamis con tranquilidad, aunque en realidad su templanza empezaba a verse vulnerada.

—Deberías tomar las cosas con mayor calma, eso es todo —respondió Florencis, revolviendo entre sus cajones y abriendo su armario para colocar las ropas sobre la cama.

—... Si piensas vestirte, será mejor que espere afuera —dijo Radamis, pero antes de que pudiera levantarse, su compañera lo obligó a quedarse quieto.

—No será necesario. Sólo cierra los ojos. ¿Tan incómodo te sientes? —preguntó la joven. Tras la pregunta de Florencis, Radamis cerró los ojos, tratando de no mostrar la incomodidad de la que su compañera hablaba.

—... Y sigues fastidiando —susurró Radamis con los ojos cerrados. Lo dijo en voz baja, pero su compañera pudo oírlo.

—¡Te escuché! —exclamó Florencis, acercándose hasta donde Radamis permanecía sentado. Abriendo sus piernas y colocándolas al lado de las de su compañero, que tenía las suyas cruzadas, se arrodilló e inclinó levemente hacia él. Radamis sintió la respiración de su compañera; aun así, decidió no abrir los ojos y hacía un esfuerzo mayor por no mostrar su nerviosismo. —Entonces, ¿no quieres mirar? —musitó Florencis al oído de su compañero. —¿Por qué haces esto? No le veo la gracia —dijo Radamis, que no cedía y mantenía los ojos cerrados. —Eso es porque no has mirado a tu alrededor —respondió Florencis. Tras sus palabras, Radamis abrió lentamente los ojos. No mostró asombro cuando vio el rostro de su compañera a pocos centímetros del suyo. Con el cabello húmedo, sus rizos cedían a la hidratación a la que habían sido expuestos. Florencis miraba fijamente a los ojos de Radamis, colocando sus manos en los muslos de su compañero, asegurándose de que él no pudiera levantarse y ella pudiera permanecer en esa posición más tiempo. —Obsérvame. ¿No es eso lo que te gusta? —La inclinación que Florencis ejercía dejaba a la vista un escote que se liberaría completamente cuando el toallón se desprendiera. —No es gracioso; pasamos por una situación similar hace tiempo. ¿Lo recuerdas? —Radamis trataba de no alterarse, pero estaba claro que la situación lo incomodaba. —Sí, lo recuerdo. En ese entonces no sabía lo que hacía. Fue totalmente inocente... —respondió Florencis, rozando su nariz contra la de Radamis y haciendo leves movimientos en distintas direcciones. —No sabes cuándo detenerte, ¿verdad? —Radamis permanecía inmóvil, mostrando una voluntad admirable. Florencis era una mujer preciosa y estaba más que insinuándose ante él. —¿No te soy atractiva? —preguntó avanzando sobre él. Esta vez abrió sus piernas y las colocó alrededor de la cintura de Radamis. —Pero qué pregunta más innecesaria e impertinente —respondió Radamis, que hasta ese momento había mantenido los brazos cruzados. Los liberó para tomar los hombros de su compañera, aparentemente para intentar liberarse del candado que ella le aplicaba con sus piernas. —No, no, no, no... quietecito —respondió Florencis al intento de liberación de su compañero, tomando sus manos y llevándolas hasta sus propios glúteos, siempre por encima del toallón. —Sujeta esto en vez de mis hombros... —Florencis parecía disfrutar la incomodidad de su compañero, aunque él no lo demostrara. La segunda hija del fuego comenzó a balancear su pelvis, que, por debajo de aquella tela húmeda, estaba al descubierto. El movimiento se intensificó y Radamis ya no podía controlar sus instintos naturales. —Veo que te gusta —dijo Florencis, sujetando con ambas manos el rostro de Radamis y acelerando aún más el movimiento. —¡Basta ya! ¡Deja de hacerlo! —Radamis se exasperaba, tomando la cintura de su compañera y obligándola a detenerse. —¿Qué ocurre? —la pregunta irónica de la segunda elegida del fuego avivaba aún más la furia de su compañero. —¡Detén todo este teatro, no es lo correcto, no quiero hacerlo! —vociferó Radamis, con mezcla de vergüenza y enojo, mientras trataba de liberarse. —... Tu pene no dice lo mismo —afirmó bruscamente Florencis, ejerciendo más presión sobre el miembro de su compañero de elemento. Radamis dejó de hacer fuerza para liberarse, sintiendo la calidez de la pelvis de Florencis. Como ella había dicho, sus instintos actuaban por encima de su razón. Pero, inesperadamente, la muchacha que sujetaba el rostro de su par le dio un frentazo con suma violencia en la nariz. Dando un giro acrobático hacia atrás, se perfiló para propinarle una patada fortísima en la cara. Deslizándose, se detuvo frente al ropero. Radamis se puso inmediatamente de pie; su cola de caballo se había deshecho y su nariz no dejaba de sangrar. —¡Ahí tienes, maldito pervertido! La próxima vez que te me entere que me espías, te irá peor! —gritó Florencis, mientras tomaba el toallón para volverse a cubrir, ya que por el movimiento brusco casi se le había desprendido. —¡Estás loca, mujer! ¡¿Hablas de perversión?! ¡¿Qué fue lo de recién?! —Radamis, furioso, se acercó amenazante a su compañera, pero no reaccionó; sólo la observó fijamente a los ojos, desaprobando lo que segundos antes había hecho. —¿Encima eres tú el que se ofende? ¡Mirón! —Florencis, después de decir eso, le dio la espalda a su colega. —Estás demente... Idiota —dijo Radamis, graduando su voz. Luego caminó hasta la puerta de la habitación para irse. Florencis, al ver que Radamis se marchaba, fue hasta la puerta para cerrarla y observó que, a unos metros, él había detenido su paso. Radamis cerraba los puños y mordía sus labios, con lágrimas en los ojos.

El Pilar del Universo: Los Guerreros de la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora