Capítulo 4 (Página 18)

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Un pensamiento lo sacó de la celda. Una leve sonrisa surcó sus labios.

A lo largo del día, habían intentado quitarle la Llave Dorada, pero sin éxito. Ningún Guardián, quizá por la impureza de los actos que habían cometido, había podido poner siquiera una mano sobre aquella pequeña llave. Fueron inútiles todos los artilugios desplegados por aquellos individuos con tal de arrebatársela. Ni siquiera el mismísimo Lasinder había podido echar mano de ella.

Kite dejó que por un momento danzara en su cabeza aquello que le había contado Balathid antes de ser llevado al Coliseo. El anciano le había dicho que sin que importase lo mucho que intentase escapar, no iba a poder lograrlo. Según él, solo podía ser guiado por su enemigo.

Por mucho que lo intentaba, ninguna respuesta para el acertijo aparecía en sus ideas. La clave residía en desentrañar esas palabras tan sutilmente difíciles de comprender. Lasinder no parecía tener intención alguna de dejarlo ir. Y menos aún después de haber visto el poder que recaía sobre Kite. En un momento, Kite pensó que podría salir de allí a cambio de entregar la Llave Dorada, pero solo él parecía poder asirla sin sufrir ninguna lesión.

Algo en el ambiente le hacía albergar una hermosa convicción de que pronto sus días allí serían historia. Las luces que iluminaban su celda, anteriormente débiles y de un fulgor triste, estaban  brillando con intensidad, destacándose en la inherente oscuridad del lugar.

El mismo aire fresco que había respirado con anhelo en las profundidades del Coliseo se colaba por las milimétricas rendijas de la prisión. Esa vitalidad que transmitía y que disfrutaba con regocijo, aunque disipada al poco tiempo, cada vez aparecía con mayor frecuencia y duraba lapsos de tiempo que iban haciéndose cada vez mayores. La red arcaica del sortilegio conjunto que Ingerdi y Tréyard habían tejido se estaba rompiendo, de ello no cabían dudas.

Un bostezo salió de su boca. Sólo eso bastó para que Morfeo ganase la pulseada final. Ladeó la cabeza, quedándose profundamente dormido.

Los cambios positivos que se sucedían en la prisión parecían haber afectado sus sueños para que estos fueran más alegres. Los momentos vividos en su niñez se arremolinaban en su mente.

Se encontraba en Siredelle, pisando los mullidos pastizales que se extendían por toda la pequeña y apacible aldea en la que había pasado casi toda su vida.

En ese sueño, al igual que en los que intentaba alcanzar el trono pero a su vez tan felizmente diferente, podía sentir el sabor de las fantasías que en su momento habían sido mundanas y corrientes pero que ahora adquirían para Kite el más codiciado y maravilloso deseo, quizás solo por el desgarrador hecho de haberle sido negados, tal vez para siempre, o tal vez sólo por un momento.



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