La chica es guapa, anda por su casa despeinada, sin maquillar y con ropa ancha y aún así la miras y ves que es guapa, joder, muy guapa.
También es guapa cuando se arregla, se pone sus mejores vestidos, unos altos tacones y se pinta sus carnosos labios de rojo carmín.
Espera en la parada del metro, tan guapa...
No quiere novio, no quiere relaciones, pasa de todo y de todos.
Pero entonces ahí sucede, conoce a ese chico, en un sitio cualquiera, a una hora cualquiera...
Casualidad (supongamos).
Y toda su vida se verá desordenada por él.
Él la descoloca, la aloca, la muerde y la besa.
La abraza.
La hace el amor.
Ella ya no es la misma, ha cambiado y se ha enamorado.
No la importa, merece la pena.
Hacen todo juntos, desayunan, comen (se comen), cenan...
Hay peleas, discusiones que parece que van a acabar con todo pero no, encuentran siempre la solución para una bonita reconciliación entre las sábanas.
Así pasan los días, y piensan que ojalá la vida fuera eterna para pasar cada hora juntos.
No ven el momento de cansarse el uno del otro. Y no creáis, son iguales y a la vez polos opuestos.
Él se pierde besando cada hueco de su espalda.
Ella se pierde contando cada uno de sus lunares, los cuales ya se sabe de memoria.
Duermen abrazados y de vez en cuando tiran de la colcha más de la cuenta.
Se besan, ríen y se vuelven a besar.
Él dice que la haría, el amor, la follaría y la volvería a hacer el amor, así en ese orden y durante toda la vida. Ella encantada.
Ella le dice que si está loco, ella más, pero por él.
Estaban locos el uno por el otro. No hacía falta más que ver cómo se sonreían.