Como todas las historias que tienen un principio, un chico conoce a una chica.
El chico no puede ser más guapo, o eso piensa ella.
La chica no puede ser más bonita, o eso piensa él.
Ella cree que es insuficiente para alguien así.
Que nunca va a estar a su altura.
Cuando la saca a bailar agacha la cabeza intimidada por sus manos acariciándola la espalda.
Él piensa que nunca va a tener ninguna oportunidad con ella, que ella tendrá a mil tíos pisándola los talones. Lo que no sabe es que ninguno le llega ni a la suela de los zapatos.
Se conocen durante toda una noche, en una discoteca desconocida.
Esa será la primera noche que estén juntos, la primera de toda una vida (o eso querían creer).
Llegan los primeros momentos compartidos, y con ellos el primer beso de ambos.
Es mirarse y el mundo se detiene. Y sólo quedan ellos dos, uno en frente del otro, casi rozándose la nariz y a un centímetro labios con labios. Él la sujeta por la cintura y la acerca un poquito más hasta besar su boca con esa dulzura que sólo le sale con ella.
Él la cuenta su pasado. Un rompecorazones. Ella dice que confía en él, que sabe que no la hará daño.
Una visita inesperada en la ventana de su casa. Un graffiti pintado por su primer amor en la calle, para que cuando se levante, abra la persiana, mire por la ventana, vea un "te quiero tonta, sonríe que estás más guapa" todas las mañanas.
Y cómo no sonreír así.
Todos son ilusiones, momentos inolvidables que ninguno de los dos quieren que acaben nunca.
Hacen todo lo posible para verse sonreír, porque el mejor momento es cuando sus sonrisas coinciden en medio de besos acalorados.
Él la hace el amor suavemente, como si ella pudiera romperse en cualquier momento, ella suspira en su cuello mientras dice que es lo mejor que le ha podido pasar en la vida.
Él la acompaña de compras y siempre se cuela en su probador para hacerla correrse contra el espejo. Ella se tapa la boca con la mano para no levantar sospechas.
Él olvida el paraguas en casa los días de lluvia para verla mojarse y darla vueltas en medio de la plaza. Para terminar besándola y llevándola a la cama ya empapada.
Pero como todas las bonitas historias, siempre hay un final.
Un error que nunca debió suceder. Una llamada con explicaciones inservibles. El beso de despedida entre lágrimas.
Llueve, y hasta el graffiti desaparece por la tormenta que hay dentro de ella.
Ella ya no volverá a sonreír al levantarse, ya no irá a sus sitios preferidos porque le recordarán a él, ya no saldrá con tanta frecuencia, ya no será ella misma...
Cruzará los dedos para no cruzarse con el que podría haber sido el amor de su vida.
Duele su recuerdo, pero más duele tener que olvidarle.