Iesum Suburbia I

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"She wants to go home, but nobody's home."
Avril Lavigne, Nobody's home.

Unos meses antes de que aquellas sucias paredes, con decenas de pintadas obscenas sobre drogas y políticos corruptos, fueran su hogar, él había tenido una casa. Había tenido un colchón suave y magullado en el que podía soñar plácidamente. Había tenido cobijo. E incluso, había tenido unos padres.
Christian solía ir al instituto, en el undécimo grado, con unas notas bastantes excelentes en dibujo. Christ amaba dibujar. Cuando era un poco más pequeño, llenó las paredes de su habitación con graffitis de todo tipo. Su favorito fue el que tardó más tiempo en realizar; un dragón.
Como digo, a pesar de sus excelentes calificaciones, sus padres estaban decepcionados con el chico, por una razón absurda. Ellos querían que trabajara en el negocio familiar. Los padres (o "ex-padres" del modo que los había apodado) de Christian eran 'humildes' tenderos de un modesto hostal en la zona, abarrotado de miles de personas que reservaban con nombres falsos para tener una noche excedida de sexo o drogas. A veces, las pocas veces en las que había pasado tiempo allí, se preguntaba por qué la gente elegía una vida así. Una vida exenta de coherencia, de una pobre rutina que seguir. Odiaba el desorden, las cosas sin un ritmo que seguir... pero esa era su vida actual.
Aún recordaba el día con exactitud en el cuál sus padres le habían echado a patadas de casa... aún lo tenía tatuado en su alma.

Unos años antes, cuando aún podía mirar el sol ponerse desde la inexpugnable ventana de su antigua habitación, había decidido que sería pintor. Un pintor moderno y extravagante, como el japonés Takashi Murakami*, el cuál era su ídolo. Pudo leer de él gracias a su profesor Julio, quién le facilitó varias hojas impresas con la historia de dicho pintor.  

En el momento que les contó la idea a sus padres, estos fruncieron el ceño y se echaron a reír. Se estaban riendo de él.

"Eso no tiene sentido, Christian" le contestó su padre en un tono que, para cualquier persona excepto Christ—que no quería irritarse tan pronto—, hubiera resultado ofensivo. Era una mezcla entre incredulidad y risa contenida.

"Julio dice que tengo un gran talento."

"Ya bueno, pero ¿qué sabrá ese Julio de talento?" Embromó su madre, restandole importancia a la autoridad y profesionalidad del profesor que más admiraba su hijo. 

"¿Acaso vosotros sabéis de talento?" Replicó el chico, poniéndose en pie. Sus padres lo miraron atónitos. Estaba enfadadísimo, podía romper tablas de madera de un golpe si se lo hubiera propuesto. ¿Cómo podían echar abajo los sueños de su hijo de esa forma? Solo querían que trabajara en el estúpido hostal. "¡Todo el talento que teníais lo habéis desperdiciado en esta vida... monótona! ¡Estoy hasta los cojones de que arruinéis todo lo que quiero hacer o ser!"

Un silencio sepulcral llenó la sala de estar de la familia Fieri, un silencio que podía ser cortado por un cuchillo. "Vete a tu habitación" consiguió decir el cabeza de familia.

Christian sabía que algo iba muy mal, y que aquella no sería una discusión como otra. Aquella era diferente. Pudo escuchar, antes de dormirse—por última vez—en su cama, a su padre gritar cosas horribles. Muchas no las entendió, ya que su padre era musulmán—y su madre cristiana—, y Christian podía controlar un poco el idioma árabe, pero no entenderlo perfectamente. 

He sido criado por hipócritas.

Al día siguiente ocurrió lo que se temía. Su padre lo echó de casa, dejandole su mochila con algunas cuantas prendas como únicas pertenencias. 

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