Capítulo 4: El ritual.

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La colosal y antigua entrada del cementerio de San Diego en Quito yacía prepotente como hace ciento cuarenta y tres años, advirtiendo a quienes visitaban el lugar que en algún momento todos terminarían ahí, sin distinguir clase social, raza o edad. El sol crepuscular antes de desaparecer hacía relucir su arquitectura dándole un brillo especial brindando admiración a sus visitantes, que iban a pasar un tiempo ameno con aquellos que se fueron primero.

Y ahí se encontraba Viviana, atravesando el gran portal, en compañía de sus familiares y de otra decena de personas con el mismo plan, los árboles daban un aspecto tétrico al hurtar los rayos solares que se hacían escasos, siguiendo el camino empedrado tenían un pequeño tour por hermosos mausoleos de estilos neo-góticos, clásicos, entre otros, algunos pertenecientes a ex presidentes de la república, héroes de guerra o simplemente personas que una vez fueron acaudaladas. El frío azotaba el lugar, pero no era impedimento para los familiares que iban a honrar la memoria de sus seres queridos.

Cada familia hacía una ronda en el sitio en el que se encontraba su familiar y se ponían a rezar por su alma, seguido de ello muchos sacaban una botella pequeña de licor, vertiéndola sobre la tumba para luego brindar con los demás, mientras que otros sacaban su colada morada caliente, para mantener su temperatura corporal cálida.

—Mami, voy a caminar por ahí, a ver las tumbas —Anunció Viviana antes de irse.

—Ve, pero cuidado con pisar las tumbas, o un muerto irá a jalarte los pies en la madrugada —Advirtió en tono de broma, una frase común entre los habitantes.

—Sí mami —Rió Viviana al darle la espalda, se dirigió al camino de piedras, para buscar un lugar desolado, hasta encontrar las tumbas de seres que han sido olvidados o cuyos familiares cercanos ya no se encontraban en el mundo terrenal para poderlos conmemorar, al encontrar el lugar idóneo tras un mausoleo en forma de caseta, sacó algunas cosas de su bolsa.

—No pasará nada, es magia blanca después de todo —Susurró para sí misma tratando de tranquilizarse— El diablo no existe...

De su bolsa sacó un formato de hoja negra, con una tiza blanca procedió a dibujar una estrella de cinco puntas invertida, mientras, una gran ventisca corría y varias aves carroñeras se posaban cerca del lugar, un tenebroso paisaje ignorado por ella. Nuevamente volvió a su bolsa, sacó cinco velas de colores oscuros y una extraña mezcla en un frasco de mermelada, el cual abrió y colocó en medio de la estrella junto unos papelitos doblados, pareciera que todo estaba a su favor, ya que al momento de encender las velas todo calmó, la ventisca cesó, las aves huyeron despavoridas y un extraño silencio quedó, respiró profundamente levantó su mano izquierda y dibujó en el aire la misma estrella, acto seguido tomó los papeles y los tiró en la mezcla, soltó su cabello aunque era innecesario, cerró sus ojos y mientras susurraba una extraña frase hizo una ligera reverencia, al levantarse una fuerte ventisca arrasó con todo, a tal punto que las velas se apagaron y cayeron.

—¡¿Qué mierda?! —Se dijo asustada, aún arrodillada, con sus cabellos despeinados y con sus ojos más saltones que nunca. — Creo que lo hice bien— Soltó una risita nerviosa antes de recoger todas las cosas— El último paso... enterrar el frasco

Con ambas manos empezó a cavar, hasta cuando consideró que era suficiente para ocultarlo, el cielo oscuro y escasa iluminación se prestaba para este tipo de cosas; Tras haber enterrado el frasco, Viviana volvió con su familia, como si nada, como si jamás hubiese irrumpido lo desconocido, como si su "pureza" se mantuviera, cegada por su ambición carnal omitió cada advertencia, profanó tierra santa por una simple vanidad...

—¿De dónde vienes huambra? —Preguntó la madre enojada.

—Fui a ver las tumbas—Respondió malhumorada.

—Ya verás, en la casa hablamos —Amenazó el padre.

—Sí sé... ¿En dónde está la prima?

—Se fue, no se sentía bien, coge la olla y vamos —Respondió la señora.

—Las espero en el auto —Expresó el señor antes de irse.

—¿Qué le pasa? —Preguntó Viviana extrañada.

—Nada, sigue al auto rápido —Dijo en tono alto antes de irse tras su marido.

La luna llena, con su brillo hipnotizante era testigo único, en compañía de las nubes negras y el susurro de los vientos, algo sin duda no estaba bien, pero qué mejor forma de escapar de lo desconocido que guardar silencio e ignorar todo.

El camino a casa se hizo eterno, las calles lucían vacías, la oscuridad se adueñaba de los callejones y los grandes ojos de Viviana parecían perderse en esa oscuridad a través del cristal de la ventana del auto, poco a poco sus párpados comenzaron a pesar, pero no podía despegar su mirada del cristal, estaba perdida en otro mundo, un mundo que había ignorado hasta que su egoísmo ganó sobre la razón, sin embargo aún se mantenía emocionada por lo que creía que iba a ocurrir, sus altas expectativas le hacían ignorar la realidad, finalmente sus ojos se rindieron y antes de caer en un largo sueño vio algo indescriptible que pronto sería olvidado, como aquel sueño extraño que alguien tuvo hace tres semanas.

"Y tú que estás siguiendo esta historia, ¿Serías capaz de adentrarte a ese mundo desconocido?"

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