ALANNA BECKER

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Fueron más las cicatrices que las estrellas.

[OOO]

El frío azota en la calle. Agarro mis cabellos para que no se alboroten. Las puertas se abren y entramos. Se cierran a nuestras espaldas. Suelto un suspiro de alivio, la calefacción me proporciona una sensación de calidez. En la recepción hay una mujer de ojos marrones que está sentada hablando por teléfono. Lleva una cola de caballo y una mascarilla que le cuelga a un lado, sujeta solo en una de sus orejas. Golpea suavemente con un lapicero el escritorio donde está apoyada. Detrás de ella, hay una amplia pared celeste con el nombre del hospital.

Cuando ve a Tanner, sonríe. Se separa un poco del teléfono. Nos da la bienvenida.

Una enfermera y una doctora caminan por el pasillo del fondo. Ambas conversan con la niña que llevan en una silla de ruedas. Las tres sonríen y asienten. Una de ellas, la que lleva una bata blanca y un estetoscopio en el cuello, se detiene cuando nos ve. Su sonrisa se amplía y levanta la mano en un saludo. Le dice algo a su compañera y se acerca.

—Señor Tanner, que gusto tenerlo por acá otra vez —dice. Ambos se abrazan.

—Hola, Carolina. Llevaba días sin venir, así que ya tocaba. Además, se les extraña.

—Usted sabe que acá también, en especial, los chicos. No paran de preguntar por usted —comenta.

Me mira.

—Quiero presentarte a Alanna —dice. Me acerca un poco más a él—. Mi novia.

Carolina me da una sonrisa que le llega a los ojos. Me abraza cuando me saluda y se separa un poco para mirarme con atención. Sus ojos tienen tonos marrones y verdes que resaltan en su piel morena.

—Mucho gusto, Alanna. El señor Tanner no para de hablar de ti. Casi todos en el hospital te conocemos de oídas. Déjame decirte que se quedó corto cuando dijo que eras linda.

Tanner me toma por la cintura y le miro. Levanta las cejas y se rasca la cabeza.

—No tenía idea de que me conocieran —comento.

—Es que... —Hace una pausa—. Es que a veces les cuento de ti.

Sonreímos.

—Por cierto, muchas gracias por lo que envió. Todos los equipos han sido colocados y están operativos para atender a más pacientes. —Carolina hace una pausa y junta las manos a la altura del pecho—. Con esto se nos hará más fácil ayudar a la gente que lo necesita.

Él asiente sin decir nada.

Alguien le llama. Del pasillo de la derecha sale un niño en camisón celeste que le llega hasta las rodillas. Debe de tener cerca de ocho años, está muy delgado, tiene la piel pálida y no tiene cabello. Al verlo, se me hace un nudo en la garganta. Solo absorbe magia, Alanna. Solo magia. Emprende una carrera hasta que llega a Tanner y brinca a sus brazos. Las risas de ambos se confunden en una sola. Lo levanta por los brazos y le da dos vueltas en el aire. Luego lo trae otra vez a su cuerpo y se abrazan. Le veo más de cerca la carita. Las pestañas y cejas también han desaparecido, sus labios están agrietados y en el borde hay una línea blanca por la sequedad; las ojeras oscuras son lo que más resaltan en su piel.

Tiene los ojos cerrados. Aprieta con más fuerza el abrazo y luego, suspira.

—¿Cómo estás, campeón? —le pregunta. Lo baja con cuidado y lo abraza con una mano.

—Estoy algo cansado y aburrido. Salgo de un chequeo y el doctor me ha dicho que mi avance es bueno —contesta.

—¡Qué buenas noticias! La próxima vez que venga ya me dirás que te curaste, ¿sí? —Ambos chocan los puños. El niño asiente—. Ahora, quiero presentarte a una persona muy especial para mí.

Sin cambios no hay mariposas ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora