TANNER STRONG

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Cuando la vi, supe que ella sería mi hogar.

[OOO]

Hago un gran esfuerzo para abrir los ojos. Las lágrimas hacen que mi visión sea borrosa, puntos luminosos caen del cielo, manchurrones verdes están a pocos metros de mí. Suelto un quejido. ¿Qué pasó?

Varias imágenes me pasan por la cabeza: la hermosa sonrisa de Alanna, el brillo de las estrellas mientras estábamos en el cerezo, el jardín lleno de luces, la carretera larga y solitaria, el auto dando vueltas de campana, mi cuerpo cubriendo el de Alanna, la oscuridad inminente en la que me sumerjo cuando cierro los ojos, sus sollozos en mi oreja.

Veo la puerta del auto abierta y ramas de un árbol invadiendo el espacio. El viento azota los árboles y empiezo a temblar. Estoy sudando. No. No es sudor, es sangre. Mucha sangre.

Me quiebro por dentro. Busco a Alanna. Ella está a unos metros de mí, arrodillada en el suelo. Tiene la cara llena de lágrimas, está gritando. Se levanta, su cuerpo se tambalea de un lado a otro; luego empieza a correr. ¿Qué está haciendo? Pedirá ayuda. A lo lejos, veo las luces de un auto. Agita los brazos desesperada; grita «ayuda».

Al fin nos ayudarán.

Una voz me distrae. Alzo la mirada y veo a mi madre. Está detrás de unos árboles. El vestido que lleva puesto es el mismo con el que la vi antes. Sus cabellos se mueven con una suavidad que me hipnotiza. Verla me saca una sonrisa a pesar del momento.

—Mamá —susurro.

Ella asiente. Camina muy lento hacia mí. Mientras se va acercando, las ramas de los árboles la dejan expuesta a la lluvia, pero las gotas no le hacen nada. Está descalza, sus delicados pies pisan la tierra, pero no se ensucia, no deja huella alguna.

—Ya es hora de irnos —dice.

Su voz es tan suave que se confunde con el sonido de la lluvia.

—No quiero dejar sola a Alanna —agarro con fuerza el cuero del asiento.

—No la dejarás sola. Siempre estarás con ella, como yo lo he estado contigo.

Me levanto y salgo del auto. La lluvia no me moja.

—Mamá, te extraño demasiado.

Cuando estamos cerca, ella acaricia mi mejilla. Cierro los ojos y esbozo una sonrisa. Su piel cálida me da paz. Poco a poco su mano baja hasta la mía y entrelaza los dedos.

—Lo sé. Ahora, estoy aquí. Ya es hora de que el dolor se vaya.

—Siempre estuve triste hasta que encontré a alguien que me cuidó y me dio todo su amor —digo, y siento una punzada en el pecho—. No puedo dejarla. No voy a dejarla.

—Ya no se puede ir hacia atrás. Nadie puede ir en contra del tiempo. Ahora, solo te queda un camino —susurra.

Más allá del lindero del bosque, justo en el tronco de un árbol, hay una luz cegadora que flota. Es extraña y bella al mismo tiempo. Sus colores se mezclan entre sí y forman una nueva paleta de millones de tonalidades que nunca había visto.

—¿Adónde lleva esa luz? —le pregunto.

—A casa.

—Pero ¿cómo es posible si yo estoy...?

Me quedo en silencio. La confusión que siento me revuelve las ideas, los pensamientos. Me agarro la cabeza y aprieto los ojos. ¿Qué está pasando?

Mi cuerpo empieza a ceder. Caminamos juntos hasta llegar al bosque. Los árboles imponentes y fuertes son el marco de un portal fascinante. Ya no está oscuro, porque esa luz lo ilumina todo. Mi madre absorbe un poco de esa luz y brilla, su cuerpo suelta un polvo extraño.

Me dejo llevar por ella, por la luz, porque siento paz y porque estoy acompañado de mi madre. Quiero regresar, pero mis piernas ya no dejan de avanzar, así que sigo y, mientras lo voy haciendo, voy olvidando todo, dejando atrás a Alanna.

 Quiero regresar, pero mis piernas ya no dejan de avanzar, así que sigo y, mientras lo voy haciendo, voy olvidando todo, dejando atrás a Alanna

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