ALANNA BECKER

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Quiero respirar este aire que no existe, y aunque no me llene los pulmones, me llena el corazón.

[OOO]

La noche está cayendo y la ciudad se llena de luces por doquier.

Ahora estoy en el hospital donde está Tanner. Otra vez converso con el doctor sobre los resultados de los estudios y análisis que le han hecho. Ha empeorado. Lo sé, incluso antes de que me lo diga; su semblante lo delata. Necesitan intervenirlo urgentemente, pero yo soy la única familia que tiene y necesitan de mis autorizaciones. Me explica acerca de los riesgos y las posibilidades si actuamos con rapidez. En su escritorio hay muchos papeles; miro uno tras otro, pero les presto poca atención. Estoy tratando de buscar una solución. Llega otro doctor con más documentos y me explican todo lo que tienen pensado hacer. Al fin, me decido y firmo. Ellos hablan y hablan, pero ya no los escucho.

—¿Me promete que todo saldrá bien? —le pregunto, sin mirarlo. Me asomo a la ventana que va de suelo a techo. Desde aquí se distingue parte del bosque.

—Los riesgos son grandes, pero te lo prometo ―contesta el doctor Rivers.

Le doy una sonrisa y salgo.

Me han dado algo de tiempo para estar con él. Llevo una hora a su lado. La enfermera por fin nos ha dejado solos. Me acerco y acaricio cada parte de su rostro, dibujo con la yema de los dedos sus facciones. Me acuesto en posición fetal junto a él. Lloro en silencio.

La habitación ha tomado un color extraño, sombras se alzan en las esquinas; parece que la noche aquí es más oscura que afuera.

Tienes un don maravilloso, su voz en mi cabeza. Pero no pude salvarlo. No pude.

Cierro los ojos.

—Despierta. No puedo, sin ti no puedo —susurro, mientras siento que el cansancio me va ganando.

Sueño con Tanner.

Estoy acostada en el país de nunca jamás. El cielo está lleno de nubes esponjosas y los rayos de sol se filtran por los árboles dejando unos haces dorados perpendiculares al suelo. Es primavera, lo sé por las flores que han brotado. Me apoyo en los codos y levanto la mirada. Tanner está a unos metros tratando de armar una carpa celeste. Al ejercer fuerza sobre la cumbrera, esta brinca y le golpea en la cabeza

—¡Au! ¡Au! —se queja. Se soba la cabeza y hace una mueca graciosa—. Katherine me dijo que sería fácil ―dice a regañadientes.

Sonrío al verlo. Hay algo que no encaja, que está fuera de lugar.

—Creo que hubiese sido mejor traer sleeping ―comento.

Él se vuelve y me mira. Se le forma una sonrisa y sus hoyuelos le adornan el rostro. El brillo de sus ojos me tranquiliza. Deja caer la carpa y se acerca a mí.

—Dormiste mucho.

—Pero... —Quiero protestar, decirle que algo va mal, que esto no es real, pero no lo hago. Siento que lo arruinaré todo, así que prefiero seguir engañándome.

Él frunce el ceño.

—¿Pasa algo?

—No —contesto.

Me ayuda a levantarme y me agarra de la cintura. El olor de su perfume se ha mezclado con el de las flores. Cuando me separo, me doy cuenta de que llevo puesto un vestido blanco que me llega hasta las rodillas. Puedo sentir la hierba acariciándome las piernas, el sol me da en la cara. Trato de no concentrarme en los detalles para que desaparezca esa parte de mí que grita que esto no es real.

—¿Alguna vez armaste una carpa? —me pregunta.

Se me hace tonto hablar de eso ahora, porque tal vez sea la última conversación que tengamos. Quiero hablar de nosotros, de lo que nos gusta, de aquello que teníamos pensado hacer, pero hablar del futuro me aterra.

—Nunca —contesto.

Tratamos de armar juntos la carpa. Después de varios intentos y mucho sudor, lo logramos. Nos metemos en ella y tomamos agua de una botella. Él me pasa los cabellos detrás de la oreja y me mira. Me da un beso.

—Hoy fui a ver a los niños del hospital —suelta. Se acuesta colocando las manos como almohada—. La decoración por Navidad empieza hoy. Aún faltan unos meses, pero ellos ya lo quieren hacer, así que iremos a ayudar. Ya sabes cómo son. Desde que te conocieron no hacen más que preguntar por ti.

—Claro —susurro.

A nuestro alrededor los árboles empiezan a teñirse de blanco y negro. No, por favor. Me acerco más a él y le tomo de la mano.

—Por cierto, Soffi te manda saludos. Me dijo que la vayas a visitar.

Soffi. Se me escapa una lágrima, pero la seco al instante. Con el rabillo del ojo veo que los colores se van perdiendo.

—Dile que... —paro y me aclaro la garganta—. Que pronto la veré.

Le sonrío.

—Me gusta la forma con la que miras la vida —dice—. Sé siempre feliz, ¿sí?

Le toco la mejilla. He vivido tantas cosas hermosas a su lado, he crecido y he aprendido tanto con él, que no sé qué pasaría si algo sale mal. No sé por qué siento que este momento está siendo una despedida. Y ahora lo entiendo, esta es otra premonición. Algo en mí se quiebra. No quiero perderlo.

—Sí —respondo. Suelto un sollozo—. Y tú, promete ser siempre feliz.

—Siempre —contesta.

Le abrazo y lloro en su hombro. Todo desaparece cuando despierto.

Le doy un beso largo y suave en la frente. No sé cuánto tiempo me quedo ahí. Me levanto y saco el sobre con la respuesta de la universidad y lo leo. Me echo a llorar mientras le doy vuelta a la carta y empiezo a escribir.

 Me echo a llorar mientras le doy vuelta a la carta y empiezo a escribir

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Sin cambios no hay mariposas ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora