Entre la vida y la muerte: doble perspectiva.

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Estaba a punto de morir, los días pasaban y yo no daba despertado del coma... Mis fuerzas cada vez se desvanecían más, no sabía cuánto tiempo más iba aguantar estando así. Necesitaba volver a mi vida, necesitaba despertar y salir de ese hospital, necesitaba ver a mi familia, a mi hermano, a mis amigas... Pero de repente, algo sucedió, algo malo estaba pasando, que no pude más, las fuerzas se me agotaban. Me dio la ligera impresión de que iba a desconectar de este mundo, que iba a salir del coma, pero no para volver a la vida, sino para llegar a la muerte. Ya no sabía cómo luchar. Ahora era mi abuelo el que se me acercaba, y yo intentaba escapar... Eso quería decir que sí, que iba a morir. Ver a mi abuelo, que ya no estaba con nosotros, me confirmaba que era hora de quedarme con él, y no con quien yo quería, me confirmaba que mi vida terminaba en ese preciso momento. Llevaba mucho tiempo deseando verlo, pero no de esta forma, no ahora... Realmente, ¿era mi hora? ¿Era mi fin? Eso parecía. Una fuerza interna me mandaba rendirme. No podía ser, ahora no. Ahora era yo la que quería escapar de esto. La que quería seguir luchando... Pero ya no sabía ni cómo, ni de dónde sacar las fuerzas. Creo que estaba perdida. Aún escuchaba como los médicos se aceleraban por salvarme. Escuchaba a mi madre llorar, y pedir ayuda. Y mis amigas que también estaban allí... El médico que se encontraba en la habitación le dijo a mi madre: - Lo que necesita su hija es el apoyo de la persona más importante para ella, ¿está aquí esa persona? Y quien contestó fue mi prima: - No, aquí falta su hermano... En un instante dejé de escuchar nada, dejé de sentir nada. Supe que había muerto, que ya no podría salir de esta, o eso parecía. Mi abuelo me había abrazado tan fuerte, dándome su calor, dándome vida en este nuevo mundo. Se había acabado todo. Mi corazón había dejado de latir. Ya no podría terminar lo empezado en aquellas pesadillas. Ya no podría volver a abrazar a mis amigas, volver a ver sus sonrisas. No podría discutir con mi madre, para acabar solucionándolo. Pero lo peor, ya no podría pelear con mi hermano, picarle, hacerle sonreír, abrazarle... No podía quererle más. Lo había perdido absolutamente todo, sólo me quedaba mi abuelo... Hasta que de repente noté como alguien demasiado importante me apretaba la mano, y como sus lágrimas se derramaban sobre ella... Fue en ese instante cuando mi abuelo me soltó despacio, acariciándome la mejilla y susurrándome: - Tranquila, pequeña. Ahora tendrás la fuerza de terminar con todo. Tras esas palabras me besó la frente. Le sonreí. Y mi corazón comenzó a latir. Sí, era mi hermano. Él estaba allí, apretándome la mano con su fuerza, llorando al pensar que me perdía.
Sus lágrimas me habían hecho volver a la vida, o eso me parecía. Porque a pesar de todo, yo seguía en coma. Y él seguía llorando, esperando un abrazo, esperando verme despierta. Fue entonces cuando me susurró algo muy bajito: Idiota, no me dejes, te necesito. No sabía cómo pero algo se había encendido en mi interior, haber notado la presencia de mi hermano a mi lado y escuchar esas palabras me hicieron sacar las fuerzas de donde no las había, me hizo dar un paso hacia adelante. Tenía que salir de esta como fuese, tenía que despertar. Lo necesitaba. Y ya no solo necesitaba verle a él, sino a mi madre, a mi prima, y a mis amigos. Ya estaba cansada de estar metida en esa cama, sin poder moverme, sin poder hablar, sin poder salir y disfrutar de la vida. Ya había perdido la cuenta de los días que llevaba en esa situación, ya no sabía si eran 3, 4, 5 semanas... No sabía nada. Estar allí para estar así no era vida, estando conectada a un montón de aparatos, con el suero inyectado en vena. Necesitaba salir de esta, yo era la típica chica que siempre salía de casa, porque si no me agobiaba entre cuatro paredes, era esa que le encantaba pasarlo bien con mis amigos; era energética, y me la pasaba comiendo a cualquier hora. Necesitaba, incluso, verme al espejo, cepillar mi largo pelo negro, vestir esa camiseta verde que tanto combinaba con mi color de ojos. Y estar metida allí me lo impedía todo. No sabía cómo, pero tenía que conseguir despertar. Tenía que darle las gracias a mi hermano por llegar y hacerme quitar las fuerzas de la nada.


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Llevaba un mes sin saber nada de mi hermana, mi madre me decía que no me preocupase, que se había ido de viaje a Barcelona, y que pronto volvería. Pero algo me decía que me estaba mintiendo, su propio rostro lo confirmaba, esa voz aguda que se le ponía cuando le hablaba de mi hermana la delataba, algo me estaba ocultando, y yo iba a conseguir saber qué estaba sucediendo realmente.

Apenas quedaba una semana para su cumpleaños, estábamos en pleno verano, a mediados de julio, y yo quería pasar a su lado ese día tan importante para ella. Debía ponerme a investigar lo qué estaba sucediendo, debía ponerme en contacto con mi hermana, quería verla, y no iba a aguantar mucho más sin saber nada de su paradero. Pero no tenía medios para comunicarme con ella... No sabía qué hacer. Algo en mí interior me decía que a mi hermana le había sucedido algo. Quedando tres días para el 16 de julio, el día que mi hermana cumplía los 21, le pedí la dirección en la que se encontraba mi hermana, estaba decidido a contactar con mi padre para viajar y presentarme donde estuviera alojada. Pero una vez más mi madre me mintió, ocultándome la verdad, se negó a darme la dirección. Sentía tanta rabia y tanta impotencia. ¿Dónde estaba mi hermana? ¿Qué estaba pasando? Mi hermana no se iría nunca sin despedirse de mí, ella era lo mejor que tenía, nuestra relación como hermanos era demasiado fuerte, la echaba demasiado de menos, echaba de menos discutir con ella, hacer el idiota, jugar con ella, ver películas, picarla, pero sobre todo, echaba de menos sus abrazos y sus mimos. Al fin y al cabo, yo apenas tengo 10 años y vivir sin ella me cuesta... Intentaba llevar mi vida normal, creyéndome esa farsa que me habían contado, creyéndome que ella estaba de viaje y que pronto regresaría. Pero yo estaba completamente seguro de que eso no era cierto y que lo sucedido era algo realmente grave... Y quizás por mi edad no me lo querían contar... Cada día tenía más miedo. Mi madre apenas estaba en casa, siempre decía que tenía mucho trabajo, y que llegaba cansada. Pero yo por las noches la escuchaba llorar. Me pasé estas semanas encerrado en mi habitación, deseando volver a ver a mi hermana. No me llegaba el día de volver a abrazarla. Entonces, llegó el día. Solo quedaba un día para su cumpleaños. A la noche anterior estaba tranquilo en mi habitación, solo en casa, mi madre había salido, con la excusa de que iba a quedar con una amiga. Estaba conciliando con el sueño cuando de repente alguien entró en casa, de forma alterada, llorando. La puerta de mi habitación se abrió, era mi madre, llorando, gritando. Pidiéndome perdón antes de tiempo. Me imaginé lo peor, y el miedo me hizo llorar... - Hijo, lo siento. Debimos contarte antes lo que le había pasado a tu hermana, pero teníamos miedo a que entrases en una depresión... Lo siento, de verdad, lo siento. - Mamá, tranquilízate. Respira, y explícame qué ha pasado. - Perdóname. - Que me expliques, he dicho. - A tu hermana la atropellaron y lleva todo este tiempo en el hospital... - Pero... ¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Por qué? Normal que así ella nunca quisiera confiar en ti. - No está bien... Está en coma... Acaba de tener un shock. Está a un simple paso de la muerte. El médico ha dicho que necesita a su lado la persona más importante en su vida, y ese eres tú. - Pues vamos, venga. Estamos aquí perdiendo el tiempo. Salimos de casa corriendo, y nos metimos en el coche. Apenas tardamos en llegar al hospital, subí corriendo las escaleras y llegué a donde se encontraba mi hermana. Tenía los ojos rojos. Me tiré al suelo de rodillas y agarré fuertemente su mano. Me eché a llorar, las lágrimas me recorrían las mejillas y terminaban llegando a su mano. No sabía si notaba mi presencia, solo sabía que estaba a punto de perder a mi hermana, y aunque no fuese mi culpa, me sentía impotente por no poder salvarla. No podía verla allí, casi muerta. Ya la echaba lo suficiente de menos, que al ver cómo estaba me deprimí por completo. Ella, que siempre tenía esa sonrisa en la cara, ella a la que siempre le brillaba la mirada y desprendía felicidad, ella, la que tanto me demostraba en esta familia, estaba rozando la muerte. Le susurré algo muy despacito: Idiota, no me dejes, te necesito. Fue ahí cuando noté un escalofrío, como si pudiera notar que ella me escuchaba, como si intentase decirme algo. No sé que fue eso. Solo sé que no podría vivir si ella se moría así. Estoy seguro de que llevaba todo ese tiempo esperándome, y por culpa de nuestra madre que ocultó toda la verdad, ella no pudo luchar como lo haría el primer día. De haber estado ahí, a su lado, desde el principio, quizás ahora mi hermana ya estaría consciente, en casa, planeando su cumpleaños. Si mi hermana se moría, nunca me lo perdonaría, y nunca se lo perdonaría a mi madre. Esa noche, no me despegué de ella. Me quedé dormido en el suelo, con mi cara sobre su mano, con las lágrimas en los ojos. Al amanecer, los rayos de sol me despertaron, y noté como alguien me rozaba la cara. Mi hermana había salido del coma, y sus primeras palabras fueron: - Gracias pequeño, si estoy aquí es por ti.


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