Tres

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—Chicas, escuchadme. —Lilly se vuelve rápidamente hacia la más pequeña de las Bingham y la coge en brazos—. Necesito que vengáis conmigo.

—¿Por qué? —Sarah mira a Lilly con la clásica cara de enfado adolescente—. ¿Qué pasa?

—Por favor, cariño. No preguntes —dice Lilly con calma, y su mirada directa a los ojos pone firme a Sarah como si tuviera la fuerza de una espuela. Sarah se da la vuelta a toda velocidad y coge a las gemelas de la mano, luego empieza a escoltarlas hacia la salida.

Al llegar a la entrada de la tienda, Lilly se para en seco al ver al primer zombie salir de entre los árboles a menos de cuarenta metros. Es un hombre grande con la cabeza calva del color de un cardenal y los ojos blancos y lechosos. Da media vuelta y vuelve a meter a las niñas en el pabellón, apretando a Ruthie entre sus brazos y murmurando en un susurro.

—Cambio de planes, chicas. Cambio de planes.

Lilly se apresura a llevarlas de vuelta a la tenue luz y al aire mohoso de la carpa vacía.

Sienta a la niña de siete años sobre la hierba aplastada, junto a un baúl.

—Vamos a estar muy calladitas —susurra Lilly.

Sarah está de pie con una gemela a cada lado. Tiene el rostro horrorizado y los ojos abiertos de par en par de puro miedo.

—¿Qué está pasando?

—Sólo quedaos aquí y no hagáis ruido. — Lilly corre de nuevo a la entrada de la carpa y pelea con el trozo de loneta que sirve de puerta y que está enrollado a tres metros de alto, atado con unas cuerdas. Tira de éstas hasta que la loneta cae y cubre la entrada.

El plan original, el que cruzó la mente de Lilly, era esconder a las niñas en un vehículo, a ser posible en uno que tuviera las llaves puestas, por si acaso había que huir a toda velocidad, pero ahora Lilly sólo puede pensar en esconderse en silencio en el pabellón vacío con la esperanza de que los otros campistas repelan el ataque zombie.

—Vamos a jugar a otra cosa —ordena Lilly cuando vuelve al lugar en el que se han acurrucado las niñas. Un grito resuena en algún lugar de la propiedad. Lilly intenta contener sus temblores y una voz le repite en la cabeza: «Maldita sea, zorra estúpida. Actúa con un par de huevos por una vez en tu vida. Hazlo por estas niñas.»

—Vamos a jugar a otra cosa, vale, muy bien... A otra cosa —repite Sarah, con los ojos vidriosos por el miedo. Ya sabe qué está pasando. Aprieta con fuerza las manos de las gemelas y sigue a Lilly hacia el espacio que hay entre dos torres de cajas de fruta.

—Vamos a jugar al escondite —le dice Lilly a la pequeña Ruthie que ha enmudecido de terror. Lilly consigue colocar a las cuatro niñas tras las cajas. Las pequeñas se quedan en cuclillas, en silencio y con la respiración agitada

—. Tenéis que estar muy quietas y muy, muy, muy calladas. ¿De acuerdo?

Durante un tiempo, la voz de Lilly parece consolarlas, aunque incluso la más pequeña sabe que no es un juego, que no están fingiendo.

—Vuelvo en seguida —le susurra Lilly a Sarah.

—¡No! ¡Espera! ¡No te vayas! —Sarah agarra el bajo de la chaqueta de Sarah y se aferra a ella como si le fuera la vida. Los ojos de la adolescente son una súplica.

—Sólo voy a coger algo al otro lado de la carpa. No me voy a ninguna parte.

Lilly consigue liberarse y gatea por la alfombra de hierba aplastada hacia la pila de cubos que hay cerca de la mesa central. Coge la pala que está apoyada contra la carretilla y vuelve a arrastrarse hacia el escondite.

The Walking Dead:  WoodburyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora