Exploran en vano la zona en busca de bidones de gasolina o de estaciones de servicio. Casi todos los vehículos que inundan este desolado tramo de carretera rural están calcinados o han sido abandonados con los depósitos vacíos.
Descubren cadáveres solitarios que vagan por las granjas lejanas. Están a bastante distancia y son fáciles de eludir.
Deciden dormir en la Ram y establecer turnos de vigilancia. Racionan las latas de comida y el agua potable que les quedan. Estar tan alejados es una bendición y a la vez una desgracia: por un lado no hay hordas de zombies, pero desgraciadamente tampoco hay combustible ni provisiones, algo que no deja de ser preocupante.
Josh les pide a todos que durante su exilio en esta árida región del interior hablen en voz baja y que hagan el menor ruido posible.
La oscuridad llega y la temperatura desciende en picado. Josh mantiene el motor en marcha todo lo posible y luego usa la batería para poder mantener encendida la calefacción. Sabe que no podrá hacerlo mucho tiempo.
Esa primera noche duermen a pierna suelta apiñados en el vehículo. Megan, Scott y Bob duermen en la caravana. Lilly en la parte de atrás de la cabina y Josh en los asientos delanteros, donde apenas tiene lugar para estirarse.
Al día siguiente, Josh y Bob tienen suerte y encuentran una furgoneta a un kilómetro y medio al oeste. Tiene el eje trasero roto, pero el resto del vehículo está intacto y hasta tiene el depósito casi lleno. Consiguen sacar sesenta y ocho litros que reparten en tres bidones, y antes del mediodía regresan con el botín a la Ram. Se ponen en marcha en dirección sureste. Atraviesan otros treinta y dos kilómetros de granjas yermas antes de hacer un alto para pasar la noche en un puente ferroviario desolado, donde el viento canta un aria de tristeza al pasar por los cables de alta tensión.
En la oscuridad de la camioneta hedionda, discuten acerca de si deberían seguir moviéndose o no. Se quejan de las cosas pequeñas: de dónde les toca dormir, del racionamiento de la comida, de los ronquidos y de los pies apestosos. Se ponen de los nervios los unos a los otros. La superficie de la caravana tiene algo menos de diez metros cuadrados, y en gran parte está ocupada por la basura de Bob. Scott y Megan duermen como sardinas en lata contra la puerta de atrás, mientras Bob -medio ebrio- da vueltas en su delirio.
Viven así durante casi una semana, zigzagueando hacia el suroeste, siguiendo las vías del ferrocarril central del oeste de Georgia, aprovisionándose de combustible siempre que pueden. Llega el Día de Acción de Gracias, que pasa sin pena ni gloria, y nadie dice ni una palabra al respecto. Los ánimos están tensos. Las paredes de la caravana se les caen encima.
En la oscuridad, los ruidos que oyen detrás de los árboles son cada noche más cercanos.
Una mañana, bajo la luz de las primeras horas, mientras Scott y Megan hacen el vago en la parte de atrás, Josh y Lilly comparten un termo de café instantáneo sentados en el parachoques delantero. El viento parece más frío y el cielo está del color del plomo. El aire huele a invierno.
-Parece que va a nevar -comenta Josh en voz baja.
-¿Adónde ha ido Bob?
-Dice haber visto un riachuelo al oeste. Se ha llevado la caña de pescar.
-¿También se ha llevado la escopeta?
-El hacha.
-Estoy preocupada por él, Josh. Tiene temblores todo el tiempo.
-Estará bien.
-Anoche lo vi empinándose una botella de enjuague bucal.
Josh la mira. Las heridas de Lilly están casi curadas del todo. Por primera vez desde la terrible paliza no tiene derrames en los ojos y sus cardenales han desaparecido. La tarde anterior se quitó las vendas de las costillas y se dio cuenta de que podía andar casi con normalidad. Pero el dolor de haber perdido a Sarah Bingham todavía la atormenta. Josh puede ver cada noche la pena en su rostro somnoliento -ha estado observándola desde el asiento delantero cuando duerme-. Es la criatura más bella que ha visto. Anhela besarla otra vez, pero la situación no permite semejantes lujos.
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The Walking Dead: Woodbury
HorrorLos caminantes se multiplican atraídos por un hambre salvaje de carne fresca. Paralizada por el miedo, Lilly confía en la protección que le dan los buenos samaritanos de Woodbury. Al principio, el lugar parece un santuario perfecto. Sus habitantes t...