Seis

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Josh aprieta el gatillo una vez. La detonación rasga el cielo; los perdigones se clavan en la frente del enano más cercano. A seis metros, el pequeño cuerpo putrefacto se convulsiona hacia atrás y choca contra otros tres que llevan pintada de payaso la cara ensangrentada, rugen y dejan a la vista los dientes ennegrecidos. Los pequeños zombies, tan feos y tan amorfos como gnomos enclenques, quedan desperdigados a los lados.

Josh mira por última vez a los intrusos surrealistas que avanzan hacia él.

Detrás de los enanos, tropezando por el terraplén, se acerca un grupo heterogéneo de artistas muertos. Un gigante forzudo con bigote y retazos de músculos desgarrados junto a una obesa medio desnuda, a la que los michelines le bailan sobre los genitales, con los ojos lechosos enterrados en la cara grumosa como una masa rancia.

En la retaguardia, les siguen un grupo de monstruos de feria, contorsionistas y otros seres singulares. Tienen la cabeza diminuta por la encefalitis, baten las diminutas mandíbulas y caminan con torpeza junto a los trapecistas harapientos con lentejuelas mohosas y rostros gangrenosos. Van seguidos de amputados múltiples que se bambolean entre espasmos. La tropa se mueve dando tumbos, tan salvaje y hambrienta como un banco de pirañas. Josh los esquiva cruzando de un salto el lecho del riachuelo.

Corre por la orilla opuesta y se mete en el bosque con la escopeta al hombro. No hay tiempo para recargarla. Ve a Lilly a lo lejos, corriendo a toda velocidad hacia una zona donde la arboleda es más densa. La alcanza en pocos segundos y le indica que vayan hacia el este.

Se desvanecen entre las sombras del bosque antes de que lo que queda del Circo Familiar de los Hermanos Cole termine de cruzar el riachuelo.

Durante el camino de vuelta hacia la gasolinera, Josh y Lilly tropiezan con una reducida manada de ciervos. Josh tiene suerte y abate de un tiro a una cierva joven. El tiro retumba por el cielo, lo bastante lejos de Fortnoy como para no llamar la atención, pero lo suficientemente cerca como para que puedan cargar con el trofeo hasta allí. El mamífero de cola blanca cae mientras se retuerce y lucha por respirar.

A Lilly le cuesta apartar la vista de la res muerta cuando Josh le ata las cuatro patas con el cinturón y la arrastra durante casi un kilómetro hasta Fortnoy. En este mundo de cadáveres semovientes, la muerte -en cualquier contexto, sea humana o animal- tiene nuevas consecuencias.

Esa noche los habitantes de la gasolinera están de mejor humor.

Josh prepara el ciervo en la parte de atrás del área de servicio, en las mismas pilas galvanizadas en las que ellos se bañan. Corta carne suficiente para varias semanas y guarda lo que sobra en el aparcamiento, donde cada día hace más frío. Luego prepara un festín de vísceras, costillas y falda. Lo cuece en el caldo que prepara con una sopa de pollo instantánea que ha encontrado en el último cajón de la mesa del despacho de la oficina de Fortnoy, con unas virutas de ajo silvestre y unos tallos de ortiga.

Tienen unos cuantos melocotones en lata para acompañar el ciervo estofado. Comen hasta hartarse.

Los zombies los dejan en paz casi toda la noche. No hay señales del circo de muertos ni de ninguna otra manada. Josh nota que durante la cena Bob no puede quitarle ojo a Megan. Parece que se ha encaprichado de la chica y eso le preocupa. Hace días que el viejo se muestra arisco y borde con Scott (aunque el chico no se ha percatado porque suele estar siempre colocado). Sin embargo, Josh siente que los lazos que unen a su pequeña tribu se tensan.

Como si los estuvieran poniendo a prueba.

Más tarde se sientan alrededor de la estufa de leña, fuman puros fabricados por Josh y comparten unos tragos de la reserva de whisky de Bob. Por primera vez desde que abandonaron la ciudad de las tiendas, quizá desde el comienzo de la plaga, se sienten casi normales. Hablan de escapar. Hablan de islas desiertas, de antídotos y de vacunas. Encuentran la felicidad y recuperan la estabilidad. Rememoran aquello que daban por sentado antes de la plaga: hacer la compra en el supermercado, jugar en el parque y salir a cenar, ver la tele y leer el periódico el domingo por la mañana, ir a conciertos y sentarse en un Starbucks y comprar en las tiendas de Apple, usar Internet y recibir cartas por el anacrónico correo postal.

The Walking Dead:  WoodburyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora