Primera Parte: Amanecer Del Día Rojo

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La vida duele mucho más que la muerte.

JIM MORRISON




UNO


Nadie en el claro oye a los merodeadores acercarse desde los árboles. El tintineo metálico de las estacas de las tiendas clavándose en la tierra arcillosa y fría de Georgia ahoga los pasos lejanos; escondidos en las sombras de los pinos cercanos, los intrusos todavía están a casi quinientos metros. Nadie oye las pequeñas ramas romperse azotadas por el viento del norte, ni los delatadores gemidos guturales, tan débiles como los somorgujos tras las copas de los árboles. Nadie detecta el rastro de los hedores de la carne putrefacta y del moho negro marinando en heces. El olor penetrante a leña quemada y fruta en descomposición de la brisa de media tarde enmascara el olor de los muertos vivientes.

De hecho, durante un buen rato, ni uno solo de los colonos del floreciente campamento nota ningún peligro inminente; casi todos los supervivientes están ocupados instalando luces de refuerzo hechas con objetos que han encontrado, como traviesas, postes de teléfono y trozos oxidados de acero.

-Es patético... Mírame -comenta con un gruñido de exasperación la mujer esbelta con coleta, acuclillada de forma extraña junto a un cuadrado de tela de tienda de campaña salpicado de pintura y doblado en el suelo de la esquina noroeste. Se estremece bajo una amplia sudadera del Instituto Tecnológico de Georgia, joyas antiguas y vaqueros rotos. Rubicunda y pecosa, con el pelo largo y castaño que cae en mechones trenzados con plumas pequeñas y delicadas, Lilly Caul es un saco de tics nerviosos, que incluyen desde colocarse sin parar mechones de pelo detrás de las orejas hasta morderse las uñas compulsivamente. Coge más fuerte el martillo con su pequeña mano y golpea una y otra vez la estaca de metal, resbalando al dar en la cabeza como si la hubieran engrasado.

-No pasa nada, Lilly. Relájate -dice el hombre corpulento, mirando desde atrás.

-Hasta un niño de dos años podría hacerlo.

-No te machaques así.

-No, preferiría machacar otra cosa. -Da un par de golpes más, cogiendo el martillo con las dos manos. La estaca no se mueve-. Es esta dichosa estaca.

-Coges el mango del martillo demasiado arriba.

-¿Que hago qué?

-Pon las manos hacia el extremo del mango, deja que la herramienta trabaje por ti.

Más golpes.

La estaca salta del terreno duro, sale volando y aterriza a tres metros.

-¡Maldita sea! ¡Maldita sea! -Lilly golpea el suelo con el martillo, baja la mirada y suspira.

-Lo estás haciendo bien, chiquilla. Deja que te enseñe.

El hombre corpulento se acerca a ella, se arrodilla y le quita el martillo con delicadeza.

Lilly retrocede, negándose a entregar el utensilio.

-Dame un segundo, ¿vale? Puedo hacerlo. Sé que puedo -insiste, sus hombros estrechos se tensan bajo la sudadera.

Coge otra estaca y vuelve a empezar.

Golpetea la cabeza titubeante. La tierra se resiste, dura como el cemento. El mes de octubre ha sido frío y los campos en barbecho del sur de Atlanta se han endurecido. No es que sea malo. La tierra arcillosa y dura también es porosa y está seca -al menos por ahora-, por lo que han decidido plantar el campamento allí.

The Walking Dead:  WoodburyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora