Dos

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Al día siguiente, bajo un cielo color peltre, Lilly está jugando con las niñas de los Bingham delante de la tienda de Chad y Donna Bingham cuando algo resuena detrás de los árboles, a lo largo del camino de tierra por el que se accede a la parcela. El ruido pone en alerta a la mitad de los colonos y las miradas se vuelven hacia el rugido de un motor que se acerca y va pasando de la marcha más alta a la más baja.

Podría ser cualquiera. Se dice que en las zonas atacadas por la plaga hay matones que roban a los vivos, bandas de ladrones que se apoderan por la fuerza de todo lo que tienen los supervivientes, incluso de los zapatos que llevan puestos. Hay varios vehículos explorando los alrededores en busca de suministros, pero lo cierto es que nunca se sabe.

Lilly levanta la vista de la rayuela que las niñas han dibujado con un palo en un pedazo de terreno desnudo color ladrillo, y las pequeñas Bingham se quedan congeladas a mitad de un salto. La mayor, Sarah, echa un vistazo a la carretera. Es algo marimacho, delgada, viste un mono vaquero y una camiseta debajo. Tiene los ojos grandes, azules e inquisitivos. A sus quince años es muy lista y la cabecilla de las cuatro hermanas. Pregunta en voz baja:

—¿Son...?

—No pasa nada, cariño —dice Lilly—, seguramente sea uno de los nuestros.

Las tres hermanas pequeñas empiezan a mirar a un lado y otro en busca de su madre.

Donna Bingham no está a la vista, está lavando la ropa fuera, en un bidón galvanizado de estaño, detrás de la gran tienda de campaña familiar que Chad montó con cariño cuatro díasantes y que equipó con catres de aluminio, un estante con neveras, chimenea de ventilación, un reproductor de DVD a pilas y una colección de clásicos infantiles como La sirenita y Toy Story 2. Se escucha el ruido de los pasos apresurados de Donna Bingham acercándose a la tienda mientras Lilly reúne a las niñas.

—Sarah, coge a Ruthie —ordena Lilly con voz tranquila pero firme cuando se oye el rugido de un motor cada vez más cerca, y el humo del combustible quemado aparece por encima de los árboles. Lilly se pone de pie y se acerca con rapidez a las gemelas. Mary y Lydia tienen nueve años, son dos querubines idénticos, con coletas y tabardos a juego.

Lilly reúne a las niñas y las lleva a la entrada de la tienda mientras Sarah recoge del suelo a Ruthie, que a sus siete años es un duendecillo adorable, con rizos como los de Shirley Temple que cubren el cuello de su pequeña chaqueta de esquí. Donna Bingham aparece junto a la tienda justo cuando Lilly está metiendo a las gemelas dentro. —¿Qué ocurre?

Apocada y con chaqueta de loneta, tiene toda la pinta de que una ráfaga de viento se la llevaría volando.

—¿Quiénes son? ¿Ladrones? ¿Extraños?

—Nada de lo que preocuparse —responde Lilly, sujetando la puerta de la tienda para que las cuatro niñas terminen de entrar. Han pasado cinco días desde que el contingente de colonos llegó, y Lilly se ha convertido en la niñera de facto. Cuida de varios grupos de críos mientras sus padres salen en busca de provisiones, van de paseo o simplemente necesitan un momento de intimidad. Lilly agradece la distracción, en especial ahora que el tener que hacer de niñera le sirve de excusa para evitar cualquier contacto con Josh Lee Hamilton—. Quédate en la tienda con las niñas hasta que sepamos de qué se trata.

Donna Bingham se encierra con gusto en la tienda junto a sus hijas.

Lilly corre hacia la carretera y visualiza a lo lejos la familiar rejilla del radiador de un camión International Harvester de quince velocidades envuelto en una nube de humo, que toma la curva entre jadeos de agotamiento. Lilly da un respiro de alivio. A pesar de los nervios sonríe, y echa a andar hacia el terreno desnudo que hay en el extremo oeste de la parcela y que sirve de zona de descarga. El camión oxidado traquetea por el césped y se detiene con un estremecimiento. Los tres adolescentes que van en la parte de atrás con las cajas atadas con cuerdas casi se estampan contra la cabina.

The Walking Dead:  WoodburyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora