Cinco

68 0 0
                                    

La gasolinera desierta está situada en lo alto de una colina, sobre los huertos. Está vallada por tres lados con una cerca de tablas de chilla por la que crecen hierbajos. Hay contenedores de basura aquí y allá y un cartel pintado a mano sobre dos isletas gemelas. Hay un surtidor de diesel, tres de gasolina y un cartel en el que se lee «COMBUSTIBLE Y CEBOS FORTNOY». El edificio de planta baja tiene un despacho diminuto, una tienda y un pequeño taller mecánico con una grúa montacargas.

Bob entra en el aparcamiento de cemento agrietado, con las luces de la camioneta apagadas para no llamar la atención. Ha caído la noche. La oscuridad es total. Sólo se oye el chirrido de las ruedas que crujen sobre cristales rotos. Megan y Scott echan un vistazo por la ventanilla trasera y ven las sombras de la propiedad abandonada mientras Bob se dirige a la parte de atrás del taller, lejos de las miradas curiosas de cualquier transeúnte.

Aparca la camioneta entre la carcasa de un sedán siniestrado y una pila de neumáticos; momentos después apaga el motor. Megan escucha el chirrido de la puerta del copiloto y ve que Josh Lee Hamilton sale de la camioneta y se acercar a la parte de atrás de la caravana.

—Quedaos aquí —ordena Josh en voz baja, serena, cuando abre la puerta y ve a Megan y a Scott acuclillados cerca de la ventana como un par de búhos. El hombre no ve las salpicaduras de sangre en las paredes. Comprueba el tambor de su 38, el acero azulado brilla en la oscuridad—. Voy a ver si hay de esas cosas.

—No pretendo ser maleducada, pero ¡hay que joderse! —dice Megan. Ya se le ha pasado el colocón, y ahora tiene una especie de exceso de adrenalina—. ¿Es que no habéis visto lo que nos ha pasado aquí detrás? ¿No habéis oído nada?

Josh se queda mirándola.

—Lo único que oí fue a dos fumetas pasándoselo en grande. Aquí dentro huele como si fuera el Mardi Gras de una casa de putas.

Megan le cuenta lo ocurrido.

Josh mira a Scott.

—Me sorprende que hayas tenido el aplomo..., con el cerebro atontado de esa manera. —La expresión de Josh se suaviza. Suspira y le sonríe al chico—. Enhorabuena, júnior.

Scott suelta una risita burlona.

—El primero que mato, jefe.

—Ya, pues probablemente no será el último —le dice Josh, cerrando el tambor de un golpe.

—¿Puedo preguntar algo más? —insiste Megan—. ¿Qué hacemos aquí? Creía que teníamos bastante gasolina.

—La cosa está peliaguda ahí fuera, demasiado para viajar de noche. Es mejor que nos atrincheremos hasta que sea de día. Necesito que os quedéis aquí hasta que compruebe que está despejado.

Josh se marcha.

Megan cierra la puerta. Siente que Scott la mira en la oscuridad. Se da la vuelta y le devuelve la mirada. Él tiene una expresión extraña en los ojos. Ella le sonríe.

—Tío, he de admitir que eres muy hábil con las herramientas de jardín. Lo de la horca ha sido la leche.

Scott le devuelve la sonrisa. Se produce un cambio en su mirada —como si la viera por primera vez, a pesar de la oscuridad—, y se pasa la lengua por los labios. Se aparta un mechón rubio ceniza de los ojos.

—No ha sido para tanto.

—Venga ya. —Megan lleva un rato pensando en lo mucho que Scott Moon se parece a Kurt Cobain. El parecido irradia de él con una magia ancestral, su rostro resplandece en la oscuridad. Su olor, una mezcla de aceite de pachulí, marihuana y chicle, la embriaga como un hechizo.

The Walking Dead:  WoodburyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora