Cuando la escribió, Jeongmin no abandonó en ningún momento los pensamientos de ___.
Cada vez que añadía un nuevo verso, se imaginaba tocándolo frente al público del enorme salón de actos del instituto y, en sus fantasías, desde la primera fila la miraba con admiración Jeongmin, embelesado.
Pero la verdad es que jamás estuvo allí. ___ masticó la ensalada de atún que se había llevado a la boca, mientras intentaba eludir el recuerdo del apuesto rostro y los ojos cafes de Jeongmin. Debía dejar de pensar en él.
No tenía ningún atractivo y no era más que un cabrón de mierda que trataba a chicas inocentes como pañuelos de usar y tirar, y ella había estado demasiado cegada como para reconocer cómo era de verdad.
—____ —la voz de su madre la sacó de su furia interior.
— ¿Estás llorando, cariño? Azorada, levantó la vista y se secó las lágrimas que le recorrían el rostro. Anne la miraba, boquiabierta y con angustia, desde el otro lado de la mesa. Con una lánguida sonrisa, ____volvió a restregarse las mejillas.
—Lo siento. Es que... me siento algo perdida. He terminado el instituto, todo el mundo se va, mi vida nunca volverá a ser igual... Es como si todo se hubiera acabado —mintió.
—Pero Gaby no se va a ninguna parte, ¿verdad? —La señora Gunther le puso la mano en el brazo a su hija, en gesto de cariño—. Se quedará contigo. ¿Y qué hay de Axel y Florian?
También van a ir a la Universidad de Salzburgo. Estarás rodeada de tus viejos amigos, ¿no? _____ sonrió. Su madre era una dulzura y, lo que era más importante, tenía toda la razón.
Los que de verdad se preocupaban por ella se quedaban en Salzburgo y lo más probable era que su vida fuese a mejor ahora que había dejado de centrarse en Jeongmin. Hasta ese momento, no se había fijado en la cantidad de chicos guapos que había en su ciudad. Era el momento de abrirse a nuevas posibilidades y dejar de regodearse en la auto compasión.
Cuando ____ salió de su dormitorio aquella noche, después de ataviarse con unos vaqueros nuevos y una camiseta, estaba totalmente dispuesta a darle a su vida un giro de 180 grados.
Hacía una noche preciosa e iba a disfrutar de la compañía de sus amigos en O'Malley's, su bar preferido.
—____ —la llamó Anne desde la habitación de al lado—, ¿me lees un cuento? —Su hermana trataba de sonar como una niña pequeña a propósito. Por aquel entonces, Anne decía ser demasiado mayor como para que le leyeran, pero también alegaba que ____ era la excepción que confirmaba la regla, por lo bien que leía los cuentos.
— ¡Ya voy! —Con una sonrisa, ___ entró en la habitación. Se sentó en el borde de la cama y le acarició el pelo a Anne con la punta de los dedos. Su hermana pequeña se chupaba el pulgar, abrazaba un peluche con un solo brazo y miraba a _____, batiendo las pestañas, mientras le ofrecía el libro de cuentos sobre el bosque encantado.
—El príncipe de los árboles... —entonó _____ y abrió el libro por el capítulo cuatro. Ni siquiera le hacía falta mirarlo, pues se lo sabía de memoria. De niña, su abuela le leía los cuentos de este libro y, cuando nació Anne, se lo regaló a ____.
—Ahora te toca a ti leerle los cuentos a tu hermanita —dijo la abuela. El libro estaba atestado de leyendas, tradiciones y cuentos austriacos de antaño. De hecho, había una parte del libro dedicada al folclore que existía antes del cristianismo: páginas repletas de descripciones de las criaturas oscuras de los Alpes, que vivían en bosques y montañas.
El krampus era el espíritu salvaje del bosque que enseñaba a los jóvenes a sobrevivir por sí mismos. Cuando la iglesia empezó a imponerse en Austria, convirtieron al krampus en un monstruo maligno que raptaba a los niños que se habían portado mal y se los llevaba a su guarida la noche antes del día de San Nicolás.