~Casa en la colina~

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Me quedo trabajando hasta tarde; no es raro en mí. Solo quedo yo en la oficina. Hasta Soyeon se fue hace más de una hora. Pero aún tengo mucha energía. Será culpa del traje... o del sexo. Me río por dentro. Sí, probablemente tenga más que ver con el sexo que con el traje.

Tengo la mesa y las manos cubiertas de estadísticas, datos y números. Son las piezas con las que voy a construir los sueños profesionales de Jiyeon.

Y si tengo éxito, ¿qué ocurrirá? ¿Qué sucederá si logro abrir una senda que lleve a Wolf Cor. a dominar todo el mercado? ¿Y si envuelvo en papel de regalo ese mapa del tesoro y lo dejo a los pies de Jiyeon? ¿La impresionaré? ¿Me subirá a un pedestal?


Pero eso no es lo que quiero. Me gusta cómo me ve ella. Su afecto tiene algo de realismo crudo.

La atracción que sentimos la una por la otra es casi brutal... Y hacemos el amor sin ningún tipo de angustia o aflicción.

Lo que quiero de ella es que me dé las gracias, con los ojos, con la boca, con la lengua. Quiero que se arrodille ante mí no para venerarme, sino para ponerse a mi servicio.

En eso estoy pensando cuando suena el teléfono.

Es ella. Como de costumbre, resulta... de lo más oportuna.

— ¿Dónde estás? —pregunta.

—En la oficina, jugando con números... para usted.

—Ah, dudo que tus acciones sean completamente altruistas.

La deficiente cobertura hace que su voz suene ronca. Tiene tanta textura que siento que debería ser capaz de verla.
—No —admito—. Lo cierto es que disfruto haciéndolo.

—No logro imaginar nada más espectacular que a ti disfrutando.
—Tranquilícese, señorita Park, ¿o intenta insinuarme algo?

Hay una pausa. Sé lo que está pensando. No esperaba que estuviera tan juguetona. Le dije que no dejaría que me volviera a tocar.

Pero soy un rubí, no un diamante. Ya no tengo claro lo que quiero, soy muy consciente de ello... Y el haber aceptado esa incertidumbre sabe a triunfo.

Y cuando triunfo, me entran ganas de jugar.
—Ya has trabajado suficiente por hoy.
No es una pregunta.

— ¿Ah, sí?

—Nos vemos en la entrada.

La llamada se corta.

Sin dudarlo un segundo, apilo los papeles llenos de números en un montoncito. No está todo lo organizado que debería, pero un poco de descuido resulta apropiado.

Me quito la americana y abro el maletín.


Dentro está la camisa transparente.

Me quito la camisola y el sujetador, antes de ponerme la camisa.

Mientras vuelvo a ponerme la americana, me ensordece el latido de mi corazón. Esta vez no finjo.

Sé perfectamente lo que voy a hacer. No sé si será la última vez o no. No me importa. Mi cuerpo tiene ganas de explorar y esta vez no siento la necesidad de ocultarlo.

Bajo a la calle y tan solo pasan unos minutos antes de que Park Jiyeon llegue en un Alfa Romeo 8C Spider plateado. Sus líneas puras y su elegante potencia encajan a la perfección con mi estado de ánimo. No dice nada mientras sale del coche y me abre la puerta. Al sentarme en el asiento del copiloto, le oigo comentar justo antes de cerrar la puerta: «Me gusta tu traje».

Hacía siglos que no iba en un deportivo y jamás me había montado en uno así. El asiento me abraza como un amante y, al mismo tiempo, me mantiene bien derecha, preparada para reaccionar ante cualquier aventura que el vehículo pueda ofrecerme.

Todo es de color plateado o negro; esta hermosa bestia no necesita colores chillones para ser el centro de atención.

Jiyeon se sienta en el asiento de al lado.

— ¿A dónde vamos? —pregunto.

Se gira hacia mí; tiene la llave en el contacto y una mano en el volante de cuero. El motor ruge.

—A mi casa.

Respondo con una sonrisa y dirijo la mirada a la carretera mientras nos alejamos de la acera con un bramido.

Nunca le he preguntado dónde vive. Daba por hecho que en un lujoso apartamento en el Centro de Seúl o quizá en alguna mansión de alrededor. Pero vive en una colina que se eleva sobre el ajetreo de esta ciudad, en una callecita sinuosa que solo entrarías si conocieras a alguien que viviese ahí. Las casas son impresionantes, pero tampoco me quitan el hipo. En cualquier caso, hay que tener en cuenta lo difícil que es opinar cuando la oscuridad oculta los elementos decorativos más sutiles. Además, lo cierto es que ninguna casa lograría captar mi atención ni aunque tuviera cinco pisos y toldos chapados en oro. Ese honor le corresponde exclusivamente a la mujer que tengo a mi lado. Lleva todo el camino conduciendo en modo sport; cada cierto tiempo presiona levemente la caja de cambios del volante para controlar más la conducción.

Noto que sus pensamientos corren más rápido que el coche. Quiere que esté aquí, pero no se fía. Lo sé porque no gira la cara hacia mí, como si una mirada pudiera bastar para que huyera asustada. Lo sé porque se aferra al silencio, como si una palabra desacertada pudiera bastar para recordarme mis declaraciones anteriores.

Pero no cambio de opinión, y cuando abre la verja automática apretando un botón, extiendo el brazo, poso la mano en su muslo y la deslizo hacia arriba para informarle de mis intenciones, de mis deseos y de mi determinación de seguir adelante.

Solo una Noche ~Desconocida~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora