~Rosa blanca o Violeta africana~

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El martes entro en el edificio de los cristales oscuros. Me dirijo a los ascensores; a cada paso mis tacones resuenan contra el suelo de mármol. Mi pulso se acelera con cada pisada, solo un poco, pero lo suficiente... Lo suficiente como para recordarme que esta situación puede que se me escape de las manos.

Ni dudo ni miro el letrero para verificar el número de su despacho. Sé perfectamente adónde voy; lo que no tengo tan claro es qué voy a hacer cuando llegue allí.
Hay una sala de espera junto a su despacho, pero no hay nadie sentado tras el mostrador.


Veo que la puerta está abierta y que una taza de café y una cajita de pastas están apoyadas en una mesa junto a la ventana, aparentemente olvidadas. Y entonces la veo: está en su escritorio con la cabeza inmersa en unos papeles. En su pelo castaño claro cae sobre sus hombros en ondas, huele a ese perfume fresco y floral... evidencia de una ducha reciente.

Me detengo un momento para imaginármela: Jiyeon , desnuda en la ducha, el agua le recorre el cuerpo entero mientras ella con los ojos cerrados, está inmersa en sus pensamientos, perdida en la calidez que acaricia su piel, silenciosa y vulnerable ante el mundo. Me imagino colándome en la
ducha tras ella y deslizando mis dedos por su pelo. La sorpresa hace que se ponga
tensa, pero las caricias no tardan en relajarla. Me imagino mis manos cubiertas de jabón bajando por su espalda hasta sus perfectos glúteos, recorriendo sus caderas y finalmente acariciando su punto hasta dejarla lista.

Mi brusca inhalación basta para desconcentrarla de los papeles que tiene delante. Me mira, ve el color de mis mejillas y sonríe.

Me clavo las uñas en la palma de las manos y trato de centrarme en el dolor. He pasado días dándole vueltas a este tema. No he ido hasta allí para entretenerme con fantasías.

He ido a terminar con esta situación. He ido porque quiero practicar una ruptura limpia para ser la mujer que quiero ser.

En los parques nacionales las señales te advierten que no te salgas del camino. Si te desvías, te puedes perder y puedes llegar a estropear aquello por lo que precisamente fuiste.

Entro en el despacho decidida a no salirme del camino, incluso cuando cierro la puerta a mis espaldas.

En sus ojos leo tanta información como si consultara una enciclopedia. Me desea.

Siente curiosidad.
Igual que yo, no sabe qué esperar de esta situación y trata de adivinar dónde está hoy la raya en la playa imaginaria para decidir si debe apartarme o arrastrarme hacia ella.

—Esto se va a terminar —digo.

— ¿Esto? —pregunta arqueando una ceja atrapándome con esos ojos tan únicos y burlándose sin levantarse del asiento.
Mi tono es neutro y mucho más frío que mis acaloradas mejillas.

—Se acabaron las transgresiones. Se acabaron los errores. Se ha terminado. Jung y yo... Hemos elegido un anillo.

—Jung... —Pronuncia el nombre con cuidado, mientras se levanta y rodea su escritorio sin llegar aponerse delante de él; aún está buscando la raya en la arena—. ¿Se llama así?–. Observa la pluma azul marino que trae en la mano.
Asiento con la cabeza.

—Es un buen hombre. Es amable, considerado... Me compra rosas blancas.

Las palabras se me escapan de la boca como dardos, pero no tengo puntería. No logro que ninguno haga diana, ni de lejos.

—Entonces no te conoce muy bien.

—Me conoce desde hace seis años...Prácticamente toda mi madurez.

—En tal caso, su ignorancia no tiene excusa. —Da un paso al frente—. Las rosas blancas son bonitas, pero no tienen nada que ver contigo. Tú te pareces más a una violeta africana. ¿Alguna vez as visto una violeta africana?
Niego con la cabeza.

—Es una flor que suele ser de un morado muy oscuro; el color de la realeza. —Me examina y crúzalos brazos por delante de su pecho—. Sus pétalos parecen de terciopelo. Da la impresión de que quieren que los toques. Y el centro, su núcleo, el lugar donde las abejas encuentran el ansiado néctares de un color dorado muy vivo. La sensualidad que irradia no parece salida de unos dibujos animados, como ocurre con el anthurium, ni es tan típica como la de la orquídea, que en cualquier caso es demasiado frágil como para compararla contigo. La violeta africana es fuerte y atractiva, su belleza se aprecia a simple vista, pero para apreciarla del todo hay que tocarla. Es una flor muy compleja.

—No —replico—. A mí me gustan las rosas de toda la vida. Me da igual si son comunes. Es una flor sencilla, elegante..., dulce. —Pongo la espalda recta, pero sigo sin mirarle a los ojos—. Esto debe terminarse —susurro—. Se acabaron los errores.

—No hemos cometido ningún error. Hemos considerado y deliberado todos nuestros actos.

Solo una Noche ~Desconocida~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora