Epílogo

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—¿Margaret? —pregunté al llamarla por todo el jardín —¿Margaret?

—Está en su habitación —me aseguró Alan.

Me volví hacia el de inmediato cuando apareció detrás de mi, habia logrado darme un susto, rió cuando lo notó y luego me robo un beso.

—Nunca te vas a cansar de darme sustos de muerte —le sonreí con fuerza.

Le regresé el beso y luego fui directo hacia la habitación de Margaret, era el mio, el mismo que me perteneció hasta el día en que finalmente me case con Alan y decidí que no había mejor lugar para ella en la casa que aquel espacio que conservaba mi esencia.

Toque la puerta porque a pesar de ser una niña de casi nueve años sabía que debía permanecer la costumbre de no ser descortés y evitar abrirla de un ramalazo.

—Adelante —canturreo desde el interior, su voz era tan ligera y suave, casi como la mía a esa edad.

Entré y vi que ya estaba preparada para ir a dormir, llevaba la bata puesta, estaba en el centro de la cama leyendo su libro favorito para dormir, se ruborizo al ver que yo hacía un gesto de desaprobación.

—Creí que ya estabas durmiendo. —le acusé —Te busque por toda la casa ¿Dónde te habías metido?

Entré para quitarle los lentes y ponérselos en su mesita de noche, le quite el libro y cuando lo hice se le formo una mirada triste.

—Por favor solo un capítulo más. —me pidió con las cejas fruncidas.

Me senté a un lado suyo sin quitarle la mirada de encima, sus ojos me suplicaban que era lo único que quería para ir a dormir y cómo yo me sabía muy bien aquel libro supe que no iba a costarme mucho.

Suspiré y lo abrí, rápidamente se acomodo dentro de la cama con una sonrisa triunfal.

—De acuerdo —acepté preparándome para leer. —¿Dónde te has quedado?

Me señalo el párrafo con el dedo, le sonreí y le acaricie su cabello lacio muy largo y profundamente oscuro. Para cuando me dispuse a finalmente comenzar el relato levante la vista para mirarla, no me miraba, estaba sonriendo a un rincón de la habitación, estaba examinando algo, me volví para ver si no se trataba de alguna broma de Alan, no había nadie.

Alce una ceja cuando la mire a ella, Margaret al regresarme el gesto se contuvo una sonrisa, desde pequeña Alan y yo habíamos captado un extraño comportamiento en Margaret, ella lograba ver cosas y cuando se le preguntaba acerca de ello solo respondía con que eran amigos imaginarios suyos, yo sabia que se trataba de algo más, sabía que era lo que tenia, era lo mismo que me pasaba de niña, podiamos ver cosas que otros no comprendían o no querían ver, fantasmas.

—¿Podemos comenzar? —le pregunté con amabilidad.

Asintió y entonces leí sin tener intención de detenerme pero la escuche reír de nuevo y la sorprendí mirando el mismo rincón, di un resoplido y le baje la sabana con la que se tapaba la boca.

—¿De quien se trata esta vez, Margaret?

Ella siempre tenia un nuevo amigo imaginario con el que se mantenía entretenida inclusive les ponía nombre, me sentía aliviada cuando no la molestaban después de haber pasado algunas semanas con ella, todo se calmaba, nadie la molestaba durante un rato pero luego volvía otro y así sucesivamente comenzaba.

Me miró y a juzgar por su expresión estaba fascinada, nunca parecía emocionarse tanto, al principio recuerdo que la llenaba de pánico toda esta situación pero era inteligente que supo resolverlo sola.

La Condena Sharpe©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora