Una idea para poder entrar al sistema se me viene a la mente. Yo solo jamás podría conseguir entrar. Necesito ayuda. Necesito ayuda del mejor Hacker invicto de Nueva York. Vicent Anderson.
Es un criminal cibernético. Los policías lo hemos seguido a través de los años, pero siempre escapa. Lo perdemos en alguna calle, o callejón. Se las arregla para escapar. Cuando descubrí que sobornaba policías, ya era demasiado tarde como para descubrirlos a todos. Cambia de escondite constantemente, pero yo conozco la ubicación del último.
Paro un Taxi, y le doy la dirección. Es en una calle cualquiera de Nueva York. Un café internet. El lugar del que nadie sospecharía.
Estamos a dos calles de distancia, pero el tráfico es horrible, tal como el otro taxista había dicho. Pago con el dinero que me queda, y bajo a la calle.
Camino un poco. Camino sin fijarme con quien me topo. Camino sin fijarme que dos policías de los nuevos vienen en mi camino. Camino sin fijarme en que uno de ellos dice algo por un intercomunicador, y saca su arma.
Cuando levanto la mirada, ya es demasiado tarde. Me está apuntando.
—¡Alto ahí! —me grita— ¡Ponga las manos arriba, y acerquese lentamente!
Así lo hago. Son dos policías. Los puedo noquear fácilmente. Al acercarme al que me está apuntando, agarro su arma con mis manos, y la dirijo al suelo. El oficial, por instinto, dispara. Lo golpeo en el rostro, y este suelta el arma. Tomo la pistola con ambas manos, y le apunto al otro. El levanta sus manos. Yo bajo el arma, y le disparo en un pie. Este cae al suelo, junto a su compañero.
Escucho las sirenas de la policía a lo lejos. Guardo el arma en mi cazadora, y salgo a correr hacia la calle de Vicent.
—¡Alto ahí, Robert! —me gritan desde el auto.
Sigo corriendo. Giro a la derecha en la esquina, y sigo corriendo. Escucho a la patrulla, más no la veo. Corro sin detenerme. Al llegar a la esquina, giro a la izquierda, y veo el Café en la otra esquina. Tan cerca. Corro entre una multitud. Empujo a las personas a diestra y siniestra. Me detengo, ya que una patrulla viene por la calle de enfrente, y otra por detrás.
Una puerta se abre a mi lado. Un brazo sale, me agarra, y me adentra en la oscuridad.
**
—Cállate, ¿Quieres? —me dice quien parece ser mi salvador.
Mis ojos todavía no se adaptan a la oscuridad, así que no distingo nada, salvo una luz proveniente de una rendija bajo la puerta.
—Cálmate. Soy Vicent.
—¿Vicent? ¿Cómo sabias que...?
—¿Cómo sabía que ibas a venir? Pues cuando la policía es alertada por un taxista, y armas un escándalo en plena calle, es imposible no saber en dónde estás ni a dónde vas.
—Gracias.
—Vale. Supongo que no viniste a saludar, así que sigueme.
Vicent enciende una linterna que nos ilumina el camino. Es una serie de túneles, que se adentra más y más en la oscuridad. Vicent empieza a caminar, y yo lo sigo. Damos vueltas por los túneles. A veces tenemos que regresar. Me pregunto si Vicent en verdad sabe a dónde se dirige.
—Entonces, ¿Qué necesitas? —me pregunta, rompiendo el silencio funerario.
—Acceder a unas cámaras.
—Uuh, ¿Te volviste malo? ¿No que eras el defensor de la justicia y otras chorradas?
—Eso era antes. Antes de que hicieran esto personal.
—Vale. ¿Cuáles cámaras?
—Las cámaras de la Comisaría.
—Uf, necesitaré un par de códigos.
—Yo te los daré. Pero necesito que me des acceso. ¿Puedes?
—Oh, claro que puedo.
Seguimos caminando en la oscuridad. Llegamos a una puerta. Vicent la abre, y apaga la linterna. Reconozco el sitio como el Café internet. Hay hileras de computadoras por todo lado. Miro por la gran ventana que da a la calle, y veo que las patrullas están estacionadas, interrogando a transeúntes. Así de desesperados están.
—Sigueme. Arriba es donde comienza la magia.
Abre una puerta, que dan a unas escaleras, y subimos. Arriba, el ambiente es abrasador y oscuro. Hay máquinas y cables desplegadas en todo lado. Vicent se dirige a una silla, se sienta, y enciende un monitor. Esto hace que varias luces se enciendan.
—Listo, ahora, hay un código que le es dado a todos los policías para acceder a la base de datos, pero ninguno de los que he sobornado me lo ha dado, supongo que tú lo harás. ¿Cuál es?
¿Debería dárselo? Me despedirían si lo hiciera, pero como ya me despidieron, se lo doy.
Él ingresa los números, presiona una tecla, y varios monitores, que hasta el momento habían estado invisibles, se encienden. Hay varias cuadrículas en todas las pantallas. En ellas se ven diferentes lugares de la estación, que luego de un tiempo, son remplazados por otros. Las únicas imágenes que nunca cambian, son las de la puerta de entrada, la de la sala de interrogatorios, y la de la oficina de Twill.
En este momento, ella no se halla allí. Sólo se ve su escritorio y la ventana. No Twill.
En las demás pantallas, puedo distinguir varios policías. Más nuevos que antiguos. De los que eran mis compañeros, sólo quedan dos. Pero si lo que me dijo Carl en el Manicomio es cierto, entonces ya no son de confianza.
—¿Puedes buscar la grabación de una fecha específica?
—Supongo.
Le doy la fecha del día en el que escuché el final de la conversación entre Peter, y el hombre misterioso. El monitor muestra la oficina de Peter en pantalla completa.
Aquel hombre lleva ropa informal, y sus rasgos pudieron haber llegado a ser bellos. Me entristece un poco ver a Peter de nuevo, pero luego lo supero. Intento escuchar la conversación, y lo que oigo, me decepciona.
"—Y recuerda, debes mantener vigilado a Robert. ¿No queremos que estropee todo, o si?
—No, no queremos"
Es lo mismo que escuché aquella vez. Decepcionante.
—Antes de eso, ¿No hay nada más? —pregunto, ávido de respuestas.
—No. Nada. Ha sido recortado. La copia original siempre se guarda, según lo que me han contado, en algún lugar de la Comisaría. Pero ir allá, en tu situación, sería un suicidio. ¿No lo crees?
Lo miro con una sonrisa irónica.
Ahi es cuando lo entiendo. Sé que Twill es la villana en esto. Siempre fue su plan. Es más bien una oferta. ¿Quieres respuestas? El precio es tu vida.
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Diez Dias De Frustración: Respuestas
Historia CortaCuando lo has arriesgado todo, y lo has perdido, ¿Qué más puedes arriesgar? Si no te queda nada ni nadie, ¿Qué puedes perder? Nada, salvo a ti mismo. Todo tu ser, tus esperanzas, tus recuerdos, es lo único que puedes ofrecer. El ofrecerte a ti mismo...