4. Reto

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[Dedicado a NoelaniNowy por recordarme que a algunos os gusta esto]

Hacía una semana y exactamente dos días desde el castigo. Esa noche soñé que los cuerpos mutilados de los pobres pececillos rodaban hasta mi habitación y me taponaban las orejas, boca, y todos los otros orificios de mi cuerpo, aunque eran demasiado grandes para caberme por la nariz.

No había habido ningún otro incidente, había tomado mi poción regularmente y sin excepciones.

El profesor Snape tampoco había vuelto a mencionarlo ni a dar señales de recordar lo ocurrido, por lo que mi crispación hacia él ha disminuido todo lo que puede disminuir un odio injustificado como el mío.

Sí, has leído bien. En un periodo de nueve días había desarrollado un cierto resquemor hacía el hombre que me había enseñado distintas partes de él en muy poco tiempo.

Seguí dándole vueltas a qué podría haber visto él en el Espejo Oesed. Era algo que no podía tener de ninguna de las maneras, me había quedado claro nada más ver el hundimiento de sus hombros, y la forma desmadejada en la que estaba arrodillado frente al Espejo.

Luego había dejado que yo viera un trozo de su humanidad: había preparado mi poción -aunque por petición de Dumbledore-, y luego no había puesto cara de repugnancia al ver mi cuerpo cubierto de escamas.

Yo sabía que era preciosa, y que con mi forma de sirena no era precisamente monstruosa, pero siempre temía la reacción de aquellos que me conocían como humana. Supongo que yo reaccionaría igual de... ¿decepcionada? ante un hombre lobo.

O tal vez no.

Y, finalmente, tirando a la basura todo buena imagen que pudiera tener de él, Severus Snape se había dejado llevar por el miedo de ver sus secretos expuestos al ojo terriblemente crítico de los alumnos y me había amenazado.

Ni se me había pasado por la cabeza ir a charlar con Pansy Parkinson sobre lo que había visto.

Además, yo era tan culpable como él de sucumbir bajo las tentaciones de ver lo que más deseas ante tus ojos.

Por eso, cuando ese día entré en el aula de pociones y ocupé un lugar lo más alejado posible de la mesa del murciélago, no dejé caer mis libros bruscamente sobre el pupitre. Pero no cesé mis miradas hostiles, que él ni se molestaba en fingir que veía.

Tal vez estaba extralimitando la situación. Tal vez yo le daba mucha importancia, pero sentía cómo si él y yo compartiéramos... algo.

Joder, sueno estúpida.

No soy la única alumna que llega puntual, pero los cuatro gatos que ya están en sus puestos me ignoran y yo les devuelvo la cortesía.

Durante un segundo en el que no tengo la vista clavada en mi propia nada, levanto la mirada y me encuentro con negro.

Me está mirando fijamente. Snape me está atravesando con la mirada. Me da la sensación de que, si no es que lo consigue, trata de hacerme un agujero en medio de la frente.

Parpadeo, pero no me atrevo a mirar por encima de mi hombro para que no piense que evito su mirada.

Clavo mis ojos en los suyos y alzo una ceja para darle más sentido al mensaje. «¿Qué diablos miras?»

Si lo entiende, no da ninguna señal de ello. En cambio, me imita y alza una ceja tan negra como la sombra espesa de sus ojos.

Todo en él parece oscuro -quitando su piel pálida como la mía de la ecuación-, pero transmite un aura de elegancia que me parece más intimidante que su simple frialdad. Es como si estuviera estudiándote, memorizando tus movimientos a la espera de que cometas algún error para exhibir esa asquerosa sonrisa de superioridad que tiene.

El Murciélago de las Mazmorras y La Princesa del AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora