Él tampoco aparta la mirada. Me observa fijamente, tal vez esperando a que me vaya, pero no soy capaz de moverme. Por alguna razón, interpreto su silencio como una buena señal.
Tuerce el gesto un momento, y soy capaz de ver la batalla que libra consigo mismo antes de que dé un paso en mi dirección. Está apenas a medio metro de mi, con los labios ligeramente entre abiertos y -¿por qué le miro los labios?- el ceño levemente fruncido. No hay nada en su expresión que recuerde a la hostil frialdad que muestra siempre. Ahora puedo analizar su mirada, su gesto, la postura de sus hombros, un poco encorvados... Me está mirando con una expresión torturada.
Me mira de un modo que nadie me había mirado antes: como si, a pesar de tenerme en frente, no estuviera a su alcance. Con anhelo, como si estuviese bajo la maldición Imperius, obligado a no tocarme, y sufriendo la maldición Cruciatus de forma suplementaria.
Aparto eso de mi mente. ¿Cómo demonios voy a saber yo cómo se sienten la Imperius y la Cruciatus? ¿O cómo puedo estar tan segura de lo que él está sintiendo? No, definitivamente no tengo idea.
Parece que mi debate mental es muy ruidoso, pues Snape se sobresalta de golpe, como si se acordara de que estoy ahí, y se echa para atrás, aclarándose la garganta.
Respira hondo por la nariz y se da la vuelta, dándome la espalda.
—Si se retrasa más, señorita—dice, en voz baja—, me temo que van a castigarla. Y no querrá que le quiten puntos a Slytherin...
Puntos. Slytherin. Castigo. Proceso a toda velocidad que mi profesor acaba de pedirme que me vaya.
Balbuceo un asentimiento y salgo corriendo.
Cuando estoy en mi habitación esa noche, apenas puedo ni respirar.
[•]
Snape está junto a mi cama. Sé que es él, porque nadie más entraría en mi habitación en plena noche. Nadie más llevaría una capa negra que flotara en el ambiente y unos ojos que a pesar de ser negros fueran lo más luminoso de la habitación.
La cuestión, sin embargo, es que está ahí, mirándome. Y sé que yo no hago el esfuerzo ni de incorporarme porque su presencia no me sorprende.
Le estaba esperando.
Snape rodea la cama y se planta a uno de sus lados, frente a mi. Y cuando estira su brazo y me roza la mejilla no me aparto. No me aparto porque su toque arranca suspiros de cada una de mis células. Y ladeo la cabeza cuando sus dedos resbalan por mi mandíbula, cuello, clavícula.
Y esos suspiros son los míos. Y una sonrisa centellea en su rostro. Y yo estoy temblando.
Sé que me quedo sin respiración cuando se inclina... y sé que quiero un beso. Pero no me da un beso. No. Lo que hace es bajar su cabeza al tiempo que sus manos bajan mis sábanas.
También sé que cuando desliza sus manos por mis piernas y empieza a bajar ese cortísimo pantalón -que yo no recuerdo poseer- mis manos empiezan a temblar de expectación.
Sé que cuando su cara desciende hasta mi entrepierna me...
... despierto jadeando.
Me incorporo tan deprisa que me hago daño en los músculos del abdomen, que tengo tan rígidos que me llevo una mano al vientre para hacer presión.
Mi pecho es una batalla en la que mi acelerado y temerario corazón lucha contra mis colapsados pulmones, los dos reclamando atención, y cada vez gritan más alto para hacerse oír uno sobre el otro.
Pero ni siquiera me preocupa el hecho de poder estar sufriendo un ataque de pánico. Lo único que puedo pensar es en la humedad de mi palpitante entrepierna.
[•]
Es posible que haya estado evitando el desayuno, la comida y la cena los últimos dos días. Y también puedo admitir haber sido la última en entrar a mis dos últimas clases de Pociones.
Los elfos domésticos no reparan en dejar comida en mi habitación al notar que falto al Gran Comedor, pero no puedo evitar que Snape se dé cuenta de que he pasado de ser una de sus alumnas más puntuales a la que lleva más retraso.
Snape. Ni siquiera puedo mirarle a la cara. ¿Cómo se supone que lo haga después del sueño que tuve? Santas barbas de Merlín, tuve un sueño caliente con Snape. Eso tiene que estar mal lo mires por dónde lo mires.
Él debe de haber tomado mi extraño comportamiento con algo relacionado con lo que pasó en su despacho, porque los dos últimos días ha estado dejando un frasco de retinere figuram sobre mi escritorio con tal vez demasiada fuerza.
Pero no me siento mal por ello. Después de todo, mejor que no sepa porque estoy actuando así. Da igual.
No, no da igual, me increpa mi conciencia. ¿Cómo puedes portarte de este modo tan inmaduro? Él tampoco va a saber lo que sueñas de todos modos, alejarte es muy infantil.
Sí, ahí tengo razón. Infantil. Aunque ese sueño no tenía nada para niños...
A ver, Aria, por favor, piensa con la cabeza.
Dejo escapar un suspiro largo y cansado, apoyando la cabeza en la mano y masajeándome las sienes.
—¿Es demasiado tedioso lo que estoy explicando, señorita Nightcross?—dice una voz que mi cerebro registra con fuerza—. ¿Preferiría tal vez que le trajera un cojín, para que se sintiera más cómoda?
Yergo la espalda de golpe, mirando a Snape con los ojos desorbitados. No, desde luego no está nada contento, a juzgar por el modo en el que me está mirando.
Un estúpido Gryffindor se ríe por lo bajo y contengo las ganas de calcinar a Seamus Finnigan.
Al fijar la vista en Snape, el sueño del demonio eclipsa mis pensamientos y la disculpa sale de mis labios en forma de balbuceo.
Entrecierra los ojos, con la mirada clavada en los míos, como viendo a través de ellos... Y parece que se atraganta con su propio aire, porque primero palidece, luego se ruboriza y finalmente tose un poco, adoptando un ligero color granate.
Yo también me sonrojo con el estúpido pensamiento de que a lo mejor me ha leído la mente... Pero lo desecho. Eso no se puede hacer.
Algunos se nos quedan mirando con confusión -como los irritantes de Potter, Weasley y Granger- pero Draco Malfoy me está mirando solo a mi, con una cara que deja claro que sospecha que algo pasa, y está impaciente por saber qué es.
Pero se va a decepcionar cuando vea que no pasa nada.
Porque no pasa nada... ¿no?
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El Murciélago de las Mazmorras y La Princesa del Agua
FanfictionAria Nightcross siempre ha estado ahí, en la casa Slytherin, aprobando todas las asignaturas sin dar problemas, sin hacerse notar. Pero tiene muchos secretos que, en su último año, no podrá seguir ocultando de su profesor de Pociones, Severus Snape...