15. ¿Qué crees que estás haciendo?

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—Eso es porque nadie se fía de él. Deberías ser más original.

[•••]

A la hora de la cena acoso a Severus con la mirada como toda una profesional, pero no me presta la mínima atención. Draco sí; se sienta junto a mí y se pasa todo el rato parloteando sobre algo que no escucho.

Dumbledore me mira un par de veces por encima de sus gafas, y es cuando tengo que apartar la vista de Severus y fingir que presto atención a Draco. Es como si me estuviese reprendiendo, y es incómodo.

Cada vez que le miro, es como si reviviera todo lo que nos ha pasado durante lo que llevamos de curso: las miradas escalofriantes e inquisitivas, las notitas que me tiró en clase (diciéndome que le gustaban mis ojos, por Morgana) y el partido de Quidditch.

No he vuelto a pensar en lo que pasó en el partido desde entonces. En todas las preguntas que me hizo Draco... «¿Qué ocultas?» Por alguna razón, la primera respuesta que me cruza por la mente a esa pregunta es «Severus» y no «Sirena». Oculto que lo vi frente al espejo Oesed; que sabe mi secreto y que me ayuda; que tiene problemas con alguien..., problemas serios. Oculto que mi subconsciente... Que en el fondo... Que en mi lado más sincero, cuando estoy soñando... Pienso en él de una forma que no debería.

Draco tiene razón. Me traigo algo con Snape, oculto algo. Y contra más me aleje de Draco, más fuertes serán sus sospechas.

Aquí, en el comedor, mirándole mientras habla, tomo una decisión: tengo que convencerle de que no hay nada. Y tengo que hacerlo bien.

—¿Quieres salir conmigo?
Draco levanta la vista de su plato un momento, frunciendo el ceño e inclinándose hacia mi.

—¿Qué, que has dicho? Sube el volumen.

En el último momento me arrepiento de mi plan y reculo a tanta velocidad que mi lengua se hace un lío.

—¡N-Nada!—chillo, histérica—. ¡Que eres un pesado conmigo!

Por los pelos.

[• • •]

Draco vuelve a la Sala Común conmigo, cómo no, y no me importaría demasiado si no fuera porque en vez de irse a su habitación, se queda en la sala con Zabini y Parkinson.

¿Y ahora cómo salgo de la sala común sin que me vea? Porque tengo que salir; tengo que ir al despacho de Severus a por mi poción diaria o volverá a ocurrirme lo de ayer.

Decido subir a mi habitación y probar a salir más tarde, por si se va pronto. Pero. Cuando entro en mi habitación, sobre la cama hay un frasco de retinere figuram y una bolsita de cuero marrón. No me hace falta abrirla para saber que dentro hay exactamente setenta y nueve galeones con treinta sickles.

Severus me ha hecho llegar mi antídoto y me ha devuelto el dinero.

Siento una punzada de decepción al saber que no tengo motivos para ir a verle esta noche. Me pregunto cómo estarán sus heridas.

[• • •]

El lunes y el martes tampoco he podido hablar a solas con Severus, porque he estado demasiado metida en mi tarea de actuar amigable con Draco. Intento sentarme cerca de él en las clases que tenemos juntos, nos sentamos juntos durante las comidas, me acompaña hasta el pasillo de las chicas, yo lo acompaño a sus entrenamientos de Quidditch...

Solo han pasado dos días y ya me parece una rutina de pareja. Pero sin los besos ni los arrumacos ni esas guarradas.

Severus parece haber notado que paso mucho tiempo ocupada: estas dos noches pasadas me ha estado mandando el antídoto a mi cuarto y no me ha dirigido la palabra ni una sola vez. Tengo un mal presentimiento.

Pero todo habría ido bien si el miércoles no me hubiera pasado mi primera clase pensando en todo esto. Estoy sentada en pociones, al lado de Draco, y cruzo una mirada con Severus justo cuando pienso en que ya no pasamos tanto tiempo juntos.

Y entonces sucede algo increíble: Severus interrumpe abruptamente la clase, a pesar de que estaba hablando, y se acerca a mí dando profundas zancadas. Draco se tensa en seguida pero antes de que nadie más pueda reaccionar, Severus me ha cogido del brazo y tira de mi hasta sacarme del aula. Tropiezo un par de veces, pero casi puedo ver el humo saliendo de su cabeza que me indica que no va a detenerse hasta llegar al pasillo. A penas oigo los murmullos que se levantan a nuestro paso antes de salir de la mazmorra.

Pero no se detiene ahí. Severus sigue tirando de mi por el pasillo, cada vez más al interior, cada vez adentrándose más en la oscuridad del castillo, hasta llegar a su despacho.

Me empuja dentro, pero no me suelta ni para cerrar la puerta. Yo estoy paralizada, hace rato que he dejado de saber qué está pasando, y supongo que por eso es fácil que me sujete por las muñecas y me pegue a la pared, con él casi encima. En realidad, está rozando su cuerpo con el mío. Más que eso, estamos presionados juntos y puedo notar lo que lleva en los bolsillos de la capa, aunque no distingo los objetos más allá de lo que supongo que es su varita. 

Tengo los ojos entornados, como queriendo cerrarlos debido a la proximidad de Severus, y él me mira muy fijamente. Por un momento dejo de pestañear. Miro directamente a sus pupilas tan fijamente como él me mira y siento que mi mente se llena de una ligera neblina, y es como si me embotara la cabeza.

—¿Qué crees que estás haciendo?—dice. Y no lo dice en voz baja, sino a un tono normal, y para mis oídos suena demasiado fuerte, demasiado gutural, demasiado potente. Me estremezco.

—¿Señor...?

No reconozco mi propia voz. Suena floja, débil y asustada. Pero no tengo miedo. Estoy confundida, como si mi cerebro estuviese dando vueltas.

Severus da un respingo y parece darse cuenta de su actitud intimidante, porque afloja el agarre en mis muñecas y parpadea. Y en eso, en un parpadeo, mi cabeza se despeja.

—¿Qué ha sido eso?—susurro, y mi voz, sorprendentemente, sale furiosa—. ¿Qué acabas de hacerme?

Y no sé qué pensar cuando ante mi increpación aparta la mirada con esa expresión que universalmente significa que te han pillado.

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⏰ Última actualización: Sep 06, 2017 ⏰

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El Murciélago de las Mazmorras y La Princesa del AguaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora