Capitulo Nueve.

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SYRAH
Esperaba un beso de esos bruscos, torpes y babosos; pero recordé la suavidad de sus labios, la paciencia y ternura. En momentos así quería poder comportarme con más descaro. Y lo triste es que era consciente de que los dos estábamos haciendo algo ilícito. Y
más triste aún era no saber qué hacer para remediarlo.
Pero era como lo había previsto, porque mantenía la boca cerrada, y eso lejos de desanimarlo incrementó sus ganas, ya de por sí bastante amplias de continuar.
Noté que no estaba acostumbrado a que una mujer se mantuviera inmóvil; si bien no lo estaba rechazando abiertamente, tampoco le estaba dando alas para seguir; lo cuál tomó como un incentivo, un reto, y aquello comenzaba a gustarme.
Con paciencia y determinación cambió de postura, agarrándome de la cintura para acercarme más a él, y con habilidad me instó a separar los labios. Que besaba bien tal vez podrían atestiguarlo muchas mujeres, pero me fue convenciendo a ceder: primero lamiendo mis labios, mientras a la vez que ejercía algo de presión con una mano en mi espalda; después mordisqueándome levemente el labio inferior hasta que finalmente logró que cediera.
Pero tenía clara idea que de continuar así llegaríamos al siguiente nivel, saber lo que iba a suceder no me ayudaba a estar preparada, hacía tanto tiempo que no había dormido con nadie.
Tenía dos opciones frente a mí, detenerlo porque si de algo estaba segura es que Daniel respetaría mi decisión, nunca me obligaría a nada, o por el contrario no pensar en nada.
Lo deseaba tanto que dolía por lo que decidí no pensar en nada por ahora, no quería estropearlo, así que me concentré en seguir su ritmo, pensar en lo agradable que es, pero me detuve, maldita sea, no debía seguir pensando, por lo que me dejé llevar.
Como respuesta Daniel gruñó cuando por fin pudo besarme como era debido y tímidamente coloqué una mano sobre su bíceps, Dios se sentía tan bien, sería muy fácil acostumbrarme a estar a su lado, a tocarlo de esa manera.
Después de unos segundos me aprisionó contra la puerta de entrada y comenzó a mover sus manos. Bajó una mano y la posó en mi trasero; mientras la otra la colocaba en mi nuca y pudo inclinarme en un ángulo más adecuado para lo que venía a continuación.
Dejó de saborear mis labios para poder hacerlo en mi cuello, y el tímido gemido que escapó de mis labios lo motivó aún más, noté que eso era lo que quería, lo que deseaba.
Me dije mentalmente: todo va bien, déjale hacer a él; eso podía estar bien, aunque si una quiere recibir también hay que contribuir con algo. Aquello me llevó con timidez a levantar una mano y llevarla hasta su cabeza, le acaricié el cabello y en el acto noté cómo Daniel me agarraba con más fuerza.
Oh, Dios mío, no estaba acostumbrada a esa rudeza, aunque me excitaba. Mis movimientos estaban limitados por el cuerpo de Daniel; aun así, moví mis piernas, notaba cómo su deseo iba creciendo, al mismo tiempo que la mía. No era habitual para mí llegar a ese punto tan rápidamente, sentir un deseo tan intenso.
Me encontraba ante uno de esos momentos en los que te enfrentas a algo decisivo y la presión puede fastidiarlo todo, es como enfrentarse a un tribunal sabiendo que tienes todos los cabos atados pero el más mínimo titubeo puede jugarte una mala pasada.
Contuve un grito, cuando me mordió en el lóbulo de la oreja; moví la cabeza a un lado, en busca de aire, e inconscientemente le di mejor acceso. Por lo que me pellizcó de nuevo el lóbulo con los dientes y le mordí el labio inferior para lograr contenerme.
Daniel cambió de posición haciéndome partícipe de su erección, dejó de sujetarme por el cuello y fue bajando la mano hasta mi pecho. Mierda, tenía los pezones erectos y los acarició un instante por encima de la tela; pero no debió de satisfacerle porque desabrochó el botón de mi camisa y metió la mano dentro, apartó el sujetador y lo pellizcó a placer.
El primer gemino que salió de mi garganta no sólo le dio alas para continuar: por fin empezaba a soltarme y creo que sólo pensaba en cómo tumbarme. Le tiré del pelo y eso le hizo reaccionar.
-Joder -maldijo Daniel apartándose bruscamente de mí.
Se pasó la mano por el cabello y me dio la espalda. Se encontraba enfadado consigo mismo, lo noté al instante por la forma de moverse.
Mierda, había fastidiado la situación, respiré profundamente, me recoloqué la blusa y me enderecé. Nada había cambiado, siempre la misma historia.
Daniel no podía ver cómo me afectaba su rechazo. Así que con toda la dignidad que fui capaz de reunir caminé en dirección a la cocina sin ni tan siquiera mirarlo.
Sentí como Daniel me seguía, carajo, ¿no podía simplemente largarse sin decir nada?, y pese a mi malestar, entró tras de mí.
Me apoyé en la encimera y mantuve la vista apartada de él. Contemplar las viejas cortinas era una forma como cualquiera otra de distraerme.
-Quiero pedirte disculpas por mi comportamiento -Daniel habló suavemente.
No le respondí ni lo miré. Busqué un vaso en el armario y tras llenarlo bebí un sorbo. En verdad no quería escucharlo, quería que se fuera y así derrumbarme, a solas, sin testigos, sin palabras de lástima, tal vez de esa forma podría llegar a conservar un poco de mi dignidad.
-No era mi intención abalanzarme sobre ti -prosiguió Daniel en el mismo tono para intentar aligerar el ambiente.
Maldita sea, quería gritarle que se fuera, no quería seguir escuchándole, no quería su compasión.
-En ningún momento pensé que las cosas fueran tan lejos.
Pero como respuesta no hice nada, ni un gesto, ni un parpadeo. Noté como Daniel se estaba empezando a cabrear, por lo que dijo: -Maldita sea, ¿no tienes nada que decir? -negué con la cabeza. -¿No vas a llamarme de todo? -volví a negar. -Mira -dijo armándose de paciencia -no quiero que pienses que lo que ha ocurrido ha sido predeterminado.
-¿Perdón? -por fin lo miré.
-Ha sido simplemente... -lo noté divagar, no encontraba la palabra justa. Dio dos pasos y agarró la botella de agua, quitó el tapón y bebió un poco de agua fría.
-Déjalo así, por favor. Odio las malditas excusas -soné amargada.
-Me he disculpado, soy consciente de mi comportamiento, te pido perdón.
-No tienes por qué hacerlo -respondí de mal humor. -Soy lo suficientemente mayorcita como para aceptar lo que ha pasado.
-Por supuesto, ambos somos adultos. Discúlpame.
-¡Deja de pedirme perdón! -estallé y él se sorprendió.
-Está bien, simplemente tenía que hacerlo.
-Pues no lo hagas, ¿de acuerdo? -le di la espalda y apoyé las manos en la encimera dejando caer la cabeza. -Por favor, vete.
Pero hizo caso omiso a mi petición, permaneció de pie mientras se regulaba su respiración, después dijo:
-Escúchame -se acercó a mi, mala idea, queriendo mostrarse amable pero me enderecé y me aparté a un lado. -No quiero que pienses que me comporto así habitualmente, he venido para ayudarte con las bolsas, no sé que me ha pasado.
-No sigas -le advertí con voz cortante. -Hazme el favor de no adornar las cosas.
-¿Eh? -obtuve como respuesta.
-No tienes por qué buscar excusas, un rechazo es un rechazo, limitémonos a dejarlo estar.
-¿Rechazo? -replicó.
-Me alegro que te hayas detenido -hablé con voz más suave. -Tienes toda la razón, esto fue un error, los dos estamos en una relación, hasta ahora había funcionado el estarte evadiendo a toda costa, te lo ruego será mejor que te vayas -no quería que me viera llorar.
Me mantuve dándole la espalda, no dijo nada más y escuché sus pasos alejarse, al saber que ya estaba cerca de la puerta y que no podía escucharme sollozar al instante brotaron las lágrimas pero todo incrementó de intensidad cuando escuché cerrar la puerta, volvía a estar sola: hoy sé que nadie vendrá, será cuestión de lugar si he de estar en tu lugar Daniel.
Por supuesto no asistí a la cita que tenía con Adam, haciendo todo el esfuerzo posible me moví de la cocina apenas fui capaz de llegar a la sala y un murmullo me arrulló poco a poco hasta que me dormí profundamente.
Entre las dos y las tres de la mañana, al salir la luna me desperté por lo que decidí salir aunque fuera la mitad de la noche era mejor a estar tirada sintiéndome una basura.
El complejo de departamentos donde vivía contaba con un pequeño jardín, de hecho esa fue una de las razones que terminó convenciéndome de mudarme a ese lugar, mi mayor placer era mirar las flores, los pájaros y tantos otros adornos del estío pero por la noche todo parecía brillar, me senté en la pequeña banca mirando las estrellas cuando sentí su presencia, no hacía falta que se acercara aún a la distancia podía saber que estaba ahí mirándome. Como invitación me hice a un lado, sus pasos hicieron sonar las piedras del camino y por fin se sentó, por el rabillo pude ver que también dirigía la mirada al firmamento.
-Se está muy bien aquí -comenzó a decir.
-Sí, lo sé -respondí rápidamente.
Cambió de postura y en esta ocasión me obligó a mirarle de frente, mientras su mano intentaba llegar a la mía.
-En verdad lamento lo que sucedió hace rato -intenté responder pero no me lo permitió.
-Y permíteme aclararte que no fue rechazo, te lo he dicho Syrah: te deseo, pero no quiero que después lo lamentes y te sientas mal por tomar esa decisión.
-¿La razón es Jane? -escuché mi propia voz vacilante.
Dirigí mi mirada a su rostro, vi atravesar el dolor por su rostro, supe que estaba pisando un terreno peligroso, me regaló una sonrisa triste para demostrarme que se encontraba bien y que algún día podría enterarme.
-Hace muchos meses que no siento nada por Jane, en todo el tiempo que lleva aquí no he sido capaz de acércame a ella, no he sido capaz de tocarla y perdona que te lo diga pero no tengo la mínima intensión de hacerle el amor -agachó la mirada tal vez debido a un mal recuerdo, calló y dijo rápidamente. -Abandoné Londres porque la descubrí en la cama con mi mejor amigo, irónico pero esa noche le propondría matrimonio.
Me llevé la mano a la boca, no podía entender su dolor porque nunca me había pasado algo así y en ese momento supe que tenía que valorar a Adam porque él sería incapaz de engañarme.
Ojalá me hubiera dado cuenta de la mirada tan intensa que Daniel me daba y saber leer lo que me quiso dar a entender, tal vez así me hubiera ahorrado tanto sufrimiento pero no me dio tiempo porque prosiguió.
-Syrah debes entender que lo que sucedió en la tarde no se puede volver a repetir y créeme no es porque te desee -vi su mirada brillar por la luz de la luna. -Te deseo tanto que siento que voy a explotar, aún no se como fue posible que me detuviera pero te mereces ser feliz y no cargar toda mi mierda.
-¿De que hablas, Daniel?
-Tan solo recuerda que no todo mundo es sincero y no todo es lo que parece.
-No logro seguirte, háblame claro Daniel, se que no quieres estar conmigo por Jane pero al menos dímelo directamente.
-Gibbs no es lo que dice ser -dijo tajante.
-¿Qué? ¿De donde conoces a Adam?
Pero no respondió, simplemente miró la luna por bastante tiempo, no quise presionarlo pero esto no se quedaría así, tenía que averiguar de que se trataba pero sobre todo de dónde se conocían, sus palabras retumbaban en mi cabeza: Gibbs no es lo que dice ser.
¿Qué significaba todo aquello?

Lo que no se dioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora