Daniel
6 de Septiembre.
Domingo. Me despierto aproximádamente sobre las 12:30 de la mañana, recordando que tengo un par de recados que hacer.
Hoy es el último día de vacaciones de verano, y mañana no tendré más remedio que aceptar definitivamente que no voy a volver a quedar con Ainhoa por las mañanas para ir al colegio, ni tampoco me voy a levantar con uno de sus besos. Y realmente estos días se me están haciendo bastante pesados, y si no fuera por Jesús me pasaría el día tirado en la cama, pensando en ella.
Me he replanteado varias veces en estos días la idea de mi hermano, la de la carta. Y hasta se me ha pasado por la cabeza llegar a hacerla, pero no he tenido oportunidad ya que mis padres me tienen todos los días de aquí para allá, al darse cuenta de que ando bastante deprimido últimamente.
Solo conseguirían alegrarme si pudiera volver a verla, joder.
-Jesús.- muevo su hombro de un lado a otro, tratándo de despertarle. Se gira un poco hacia un lado y unos segundos después abre los ojos, desperezándose.- Tenemos que ir a hacer la compra. Hoy nos toca a nosotros.
-Dame diez minutos y estoy abajo.- pide con voz ronca, bostezándo mientras se incorpora en la cama, quedándo sentado.
Suspiro al darme cuenta de que hoy va a ser un día cualquiera, igual que el anterior, y el anterior. Y probablemente siga así todos los días.
Preparo el desayuno de mi gemelo y lo dejo encima de la mesa preparado después de comer una manzana como único desayuno. Me siento en el sofá del salón a esperarle, mientras reviso algunas notificaciones del móvil. Entro en el WhatsApp, encontrándome con varias conversaciones abiertas que paso de largo con intenciones de buscar la única que me interesa en estos momentos.
Daniel: Hola, Val. ¿Qué tal andáis por allí? Ya sabes... ¿qué tal está Ainhoa?
Reeleo el mensaje una y otra vez, hasta que por fin decido que es mejor no remover más el tema,y termino borrándolo. Es increíble cómo pueden llegar a cambiar las cosas en tan poco tiempo.
-¡Hostia! ¿Desde cuándo me haces tú el desayuno?- pregunta Jesús en voz en grito, haciéndo que eleve mi mirada hacia la puerta de la cocina, dónde se encuentra mirándome fijamente asombrado.
-Desde que si te tengo que esperar pueden dar las campanadas de Navidad y todavía no hemos salido de casa.- respondo seriamente, aunque si fueran otros momentos atrás seguramente hubiera reído junto a él.
Resopla desviando su mirada hasta el suelo, desilusionado por mi poco ánimo.
Miro hacia un punto fijo en el suelo, y deslizo mi mano derecha hasta la parte inferior de mi cuello, hasta sentir el contacto con el collar que llevo puesto.
Nunca me ha gustado, siempre me ha precido una estupidez tenerlos y ni siquiera sé por qué estaban en mi habotación aquel día, cuando volvimos de la piscina. Lo único puedo decir es que por alguna extraña razón, decidí llevármelo puesto a Madrid y realmente soy incapaz de quitármelo.
Acaricio suavemente distraído el collar del yin, recordando el momento en el que se lo dí.
"Tú eres mi mitad, Ainhoa"
Tenía toda la razón al pronunciar esta frase, y ahora entiendo por qué me siento tan vacío. Y es porque mi otra mitad está muy lejos de mí, estamos separados. Aunque ya la verdad es que a nadie le importa lo que pueda llegar a sentir por dentro, con tal de tener mi fascinante sonrisa por fuera.