Aquella fue la primera noche que samuel no se encerró a trabajar en los libros al terminar de cenar. Tenía bien equipado su estudio, incluyendo una computadora donde almacenaba toda la información del rancho. Según supo andrea después, se trataba de una terminal conectada a una computadora central, de la que dependían otras dos terminales: una en la oficina del rancho, y otra situada en una oficina que compartía con varios criadores de ganado con los que había creado una sociedad. Andaba metido en muchas cosas, lo que le garantizaba buenos ingresos.
-Tengo que trabajar muchas horas si quiero mantener todo al día -le explicó a andrea mientras se dirigían al salón para tomar el café después de cenar-. Tengo algunos contadores, pero no me gusta confiar mis libros por completo a nadie. He visto caer muchos negocios por el simple hecho de que su propietario no ha querido que lo molesten con papeles, o porque su -gente ha tenido que imaginar lo que de verdad quería que hiciese.
-No confías en nadie, ¿verdad? -le preguntó ella mientras se acomodaba en un sillón frente al sofá, evitando mirar hacia la chimenea. Aquel era el lugar donde samuel la había seducido, y los recuerdos eran inquietantes.
-Bueno, no sé... Creo que estoy aprendiendo a confiar un poco en ti.
-No es que tengas más opciones, teniendo en cuenta el testamento de Bruce. Imagino que estarías bastante molesto cuando te enteraste.
-Lo de Ward Jessup y yo tiene ya mucha historia- Desde luego, no di saltos de alegría al imaginar los pozos petroleros floreciendo entre mis pura sangre.
-Supongo que no, pero, ¿cómo supiste que yo no decidiría quedarme en la ciudad con tal de que eso pasara?
-No lo supe -confesó él. Encendió un cigarrillo y se recostó en el sofá, y los firmes músculos de su torso se dibujaron por debajo de la camisa. Estaba perfectamente peinado y recién afeitado. Su apariencia era siempre pulcra, aun trabajando con los animales, y a pesar de no ser guapo, era el hombre más masculino que andrea hubiera conocido.
-La verdad es que en un principio no pensaba venir -confesó ella con una tímida sonrisa- Pero después me di cuenta de que mucha gente se quedaría sin trabajo por mi estúpido orgullo.
-Una liberal de corazón blando -bromeó él-. ¿Crees que no hubiera merecido la pena verme de rodillas después de lo que te hice?
Andrea lo miró a los ojos y sintió la electricidad que nunca se había extinguido por completo entre ellos.
-De lo único que verdaderamente podría culparte es de prestar atención a las mentiras de Bruce y de no escucharme a mí.
-¿Eso crees? -preguntó él, mientras se servía un brandy. Andrea se percató de que no le había ofrecido a ella. Samuel recordaba que ella no bebía. Era un hombre que olvidaba pocas cosas.
-De todas formas, eso ya es pasado.
-¿Y crees que es tan fácil para mí? -inquirió, volviéndose para mirarla fijamente.
-No comprendo... -Llevabas a mi hijo en tu interior -le recordó él, en un tono de voz que le llegó al alma-. No puedes imaginarte cómo me sentí cuando leí esa carta y me enteré de lo que había causado.
Andrea se quedó sin respiración. Era como si una fuerza extraña que surgía del fondo de sus ojos grises la atrajera hacia sus profundidades; quizá era la fuerza de esa rara vulnerabilidad. Samuel le había parecido siempre un hombre incapaz de emocionarse y sin embargo, durante un momento, un instante casi eterno, su expresión había contenido tanto dolor, tanta pérdida, que ahora ella se sentía incapaz de moverse, de hablar, incluso de pensar.
Samuel dejó de mirar su copa de brandy y dirigió su vista hacia la chimenea. Frente a él había un cuadro con una escena de Texas que alguien de su familia había pintado hacia casi un siglo. Era el retrato de una granja de ganado antigua, durante una tormenta, con un molino de viento al fondo.
-andrea ... Yo no planeé lo que sucedió aquella noche. Sé que te dije lo contrario, pero no era la verdad.
Ella jugueteaba nerviosa con la tela de su falda cuando levantó los ojos hacia él. Nunca le había hablado de aquella forma, y esperó en silencio que continuara.
-Pensé que si te picaba, conseguiría sacarte de quicio y que tú terminarías por querer darme una bofetada, y así, cuando lo hiciste, encontré la excusa que necesitaba para tocarte. Eso era lo que quería. Estaba obsesionado contigo. Tu imagen me perseguía en sueños, e imaginaba cómo sería tocarte -se encogió de hombros y continuó- Cuando me besaste, perdí la cabeza, y casi no recuerdo, cómo ocurrió. Ni siquiera pensé en tomar precauciones. Supuse que tú ya lo estarías haciendo, ya que se suponía que eras una mujer con experiencia.
Aquella confesión la tenía fascinada. No podía dejar de recordar sus piernas musculosas, sus caderas estrechas...
-Creí que lo que pretendías era apartarme de la vida de Bruce.
-Te mentí. Bruce era la última persona en la que yo pensaba en ese momento.
La joven comenzaba a sentirse como un animal atrapado. El estaba volviendo a intentar dominarla, poseerla.
-Sin embargo, me dejaste marchar -le recordó ella en voz baja.
-¡Tuve que hacerlo, maldita sea! -gritó él-. Eras suya, y yo lo traicioné. No podría vivir con esa carga, así que tuve que echarte de aquí antes que...
-¿Antes qué, hombre de hielo? ¿Antes que volvieras a perder la cabeza? ¿Tan difícil es admitir que eres humano y que puedes sentir deseo?
-¡Sí! -tronó él, lanzando al tiempo su copa contra la chimenea.
Andrea saltó en su asiento, pero él ni se inmutó, sino que se limitó a encender un cigarrillo mientras ella lo observaba con cierto nerviosismo.
-La idea que mi padre tenía del matrimonio estaba por completo distorsionada. Lo veía como un simple intercambio comercial. Siempre me decía que el sexo era una debilidad que cualquier hombre con agallas debía ser capaz de superar -samuel había estado paseando inquieto por la habitación, y en aquel momento se detuvo frente a ella- andrea , la primera vez que estuve con una mujer, tenía veintiún años y tardé semanas en sobreponerme al sentido de culpabilidad. Me había rendido ante un deseo que no podía ocultar, y me maldecía por ello. Quizá también maldijese a mi padre por imponerme sus propios principios. Ni siquiera mi madre había podido vivir con él. Ella era normal; una mujer cálida y cariñosa. Al final, mi padre ni siquiera podía tocarla.
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Cuero y seda
Roman d'amourCuando andrea dejó a samuel Wade, juró que jamás volvería. Por culpa de él había arruinado su vida, su carrera... y había perdido al hijo que esperaba. La que una vez fue una famosa modelo envuelta en encajes de seda, apenas podía realizar la tarea...