capitulo 12

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La expresión de samuel no cambió, pero sus facciones parecieron suavizarse. Si había sentimientos tras su fachada, estaban bien escondidos.


-Te llevaré más tarde, cuando hayas tenido tiempo para descansar.


-¿Lo echas de menos?


-Le diré a José que te traiga la maleta más tarde -anunció él, cerrando la puerta tras de sí.


Sí, pensó con amargura mientras cruzaba el vestíbulo. Sentía la falta de su hermano, pero había otra cosa que echaba aún más de menos, y era la vida que pudo haber tenido con andrea . Faltaba un mes para Navidad y lo atormentaban las imágenes de cómo podría haberla celebrado si Bruce no lo hubiese arruinado todo. Parecía que había pasado tan poco tiempo desde que andrea corrió hacia él riendo, con su cabello negro al viento, y él se derritió sólo con verla; se había quedado sin respiración como un adolescente en su primera cita, y aún seguía sintiéndose así, a pesar de las cicatrices y la cojera de ella. En su corazón llevaba un retrato indeleble de la joven, que resistiría el paso de los años y que la mantendría bella e intacta durante toda su vida.andrea . Qué maravillosa habría podido ser la vida si...


Carraspeó con fuerza y salió deprisa al porche.



Bruce había sido enterrado en un cementerio local a sólo diez minutos de Staghorn. Andrea se detuvo frente a su tumba mientras samuel la observaba desde su asiento del coche, fumando un cigarrillo.


"Es muy triste", pensaba andrea "la forma en que Bruce terminó su vida". Nunca le había parecido un hombre imprudente, al menos durante el tiempo que salieron juntos, hasta que llegó un momento en que ella se dio cuenta de que él esperaba más de lo que podía darle y decidió alejarse de él. En aquel momento, no sabía lo competitivo que Bruce era con samuel , ni que la había estado utilizando corno un arma de venganza contra el hermano que lo dominaba. "Mira", le había dicho sin palabras, "mira qué belleza traje a casa. Y es toda mía".


Andrea sonrió con tristeza. En ese entonces desconocía el hecho de que los padres de samuel se habían separado años atrás y cada uno de ellos se había quedado con un niño. Norman Wade había educado a samuel sin la noción del amor para hacer de él un hombre invulnerable. Su esposa, sin embargo, educó a Bruce protegiéndolo incluso de la vida misma. El resultado en ambos casos era previsible... pero no para los padres.


La joven dio un vistazo a las lápidas junto a la de Bruce. Sus padres estaban allí. Norman y Camilla Harding Wade. Lado a lado en la muerte, como habían sido incapaces de estar en vida. A pesar de todas sus diferencias, compartieron un amor profundo y duradero. Ninguno de los dos salió con nadie después de su separación, y ambos habían pedido ser enterrados juntos andrea sintió el escozor de las lágrimas en los ojos al mirar aquella lápida. El amor debía de ser una cosa muy rara.samuel , presintiendo sus preguntas, salió del coche y se acercó a ella. Vestía de nuevo sus acostumbrados vaqueros, sus botas de cuero y su viejo sombrero color crema.


-¿Por qué no pudieron vivir juntos? -le preguntó ella.


Samuel se encogió de hombros.


-El era un hombre muy frío y ella una mujer muy ardiente -se limitó a decir- Eso lo explica todo.


Cuando comprendió el doble significado de aquellas palabras, andrea enroeció.


-¿Qué te pasa? -murmuró él, esbozando una sonrisa- Yo sólo quería decir que él nunca mostraba sus sentimientos y ella llevaba los suyos prendidos en la solapa. No sé cómo eran en la cama. Nunca lo pregunté.


Andrea enrojeció aún más.


-¿Quieres olvidarlo? -murmuró.


-¡Y pensé que era yo el anticuado! -exclamó él, llevándose el cigarrillo a los labios y mirando apesadumbrado las tres lápidas- Ahora soy el último. Siempre creí que Bruce viviría al menos veinte años más que yo. Él era quien amaba el vivir.


-¿Y tú no?


-Trabajas muy duro intentado ganarte la vida, y después te mueres. El resto del tiempo, lo pasas preocupándote por las inundaciones, las sequías, los impuestos y las ganancias. Y eso es todo.


-Nunca conocí un hombre más cínico que tú. Ni siquiera en Nueva York.


-Soy realista -la corrigió él-. No espero milagros.


-Quizá sea esa la razón de que nunca te haya ocurrido ninguno -sugirió ella, mirando la lápida de Bruce-. Tu hermano era un soñador. Le gustaban las sorpresas y lo inesperado. La mayor parte del tiempo era un hombre feliz, excepto cuando se acordaba de que siempre iba a ser el segundo. Eres difícil de igualar, y él nunca se creyó capaz de medirse contigo. Decía que incluso tu madre hablaba más de ti que de él.


-No lo sabía -expresó samuel, arqueando las cejas-. Parecía despreciarme. Nunca nos entendimos bien.


-Creo que nunca habrá nadie que te comprenda -opinó ella con voz suave-. No das nada de ti mismo.


Samuel apretó los dientes y sus ojos plateados la miraron a través de la nube de humo que salía de sus labios.

Cuero y sedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora