capitulo 43

1K 65 10
                                    

Un día, abordó el primer avión que encontró en cuanto terminó una sesión fotográfica. Ya estaba bien. Ya había soportado suficiente indiferencia Si samuel  quería el divorcio, se lo concedería, pero iba a tener que pedírselo a la cara y con palabras. No estaba dispuesta a permitir que la siguiese ignoran do.
Entre ellos todo había comenzado de la forma equivocada y por unas razones equivocadas, pero en cierta medida ya no lo culpaba por todos lo problemas que habían tenido. Era ella quien no debió haber escuchado a Bruce. Debió acudir directamente a samuel  y aclararlo todo desde el principio. Y el día en que volvió al rancho debió haberlo obligado a que la escuchara, en lugar de aceptar su mal carácter sin más. Si hubiera conseguido su atención, tal vez él la hubiera tomado entre sus brazos para pedirle que se casara con él, habrían tenido al niño...
Agitó la cabeza. Todo eso formaba parte del pasado y no podía cambiarlo. Ahora tenía que seguir adelante, con o sin él, aunque sabía que sin él, la vida dejaría de tener sentido. Nunca podría haber otro hombre... lo amaba demasiado.
Nadie sabía que iba a llegar, así que no encontró a nadie esperándola en el aeropuerto. Alquiló un coche y tomó la autopista de Ravine sin detenerse hasta llegar a Staghorn, donde se estacionó delante de la casa. El Lincoln de samuel  se hallaba allí. El podía estar en alguno de los rodeos de primavera, pero ella tenía la impresión de que andaba por allí.
Bajó del coche y miró hacia el cercado. Había varios hombres subidos en los maderos lanzando gritos de ánimo a alguien que domaba un caballo.
Sin pensarlo dos veces se acercó, sabiendo a quién iba a ver encima del caballo. Cuando llegó al cercado, vio a su marido montando al animal. Llevaba puestos unos vaqueros, cubiertos por unos zahones de cuero y el viejo Stetson de siempre. Su rostro estaba exultante de orgullo masculino mientras el animal seguía dando brincos y coces, coreado por las voces de los hombres del rancho que animaban al jinete. Por fin, el reacio animal se rindió y comenzó a trotar dócilmente, jadeando y cubierto de sudor.
Samuel  se bajó con agilidad de la silla y acarició al animal antes de dárselo a uno de los hombres para que le diera de comer y lo aseara. Andrea  observaba con las manos metidas en los bolsillos de la falda. Hacía tanto tiempo que no lo veía, que sus ojos lo devoraban con ansia.
De pronto samuel  se dio la vuelta y al verla, se quedó paralizado.
-¿Y bien? -preguntó ella, antes que él pudiera abrir la boca-. Por lo menos podrías decirme "hola", aunque no sea bienvenida. Ah, y antes de nada, quiero darte las gracias por todas tus postales y tus llamadas telefónicas. Me encantó recibirlas.
Samuel saltó la cerca y se acercó a ella, mientras detrás de él los hombres se miraban unos a otros y se daban codazos... una buena pelea era siempre una buena pelea.
-Bienvenida a casa, señora Wade -dijo samuel  en tono burlón, aunque sus ojos la recorrían con suma ternura. Hacía tanto tiempo... Estaba preciosa, pero también un tanto distinta, muy atractiva con aquel conjunto rojo y blanco. El jersey blanco le cubría parcialmente la falda de tejido vaporoso que se arremolinaba alrededor de sus piernas al caminar, y se lo había ceñido con un cinturón de macramé. El cabello le había crecido y llevaba un maquillaje muy suave que embellecía más su rostro. ¿Cuántos hombres la habrían mirado como él y la habrían deseado?, se preguntó samuel . ¿Y ella? ¿Habría deseado a alguno de esos hombres? Iba a perderla, así que... qué demonios, podía al menos ayudarla a marcharse, convenciéndola de que ya no tenía por qué sentir pena por él. La culpabilidad había desaparecido casi por completo.
-Hola -contestó andrea , cortante. Desde luego, samuel  no parecía alguien que no hubiese podido dormir por las noches de tanto echarla de menos.
-¿Has vuelto para recoger tus cosas? -preguntó él, tras encender un cigarrillo.
-Puede ser. Ya veo lo bienvenida que soy.
-¿Qué esperabas? ¿Una banda de música? He vivido toda mi vida solo en la casa, lo que resulta bastante gratificante, la verdad sea dicha.
-Pues en Nueva York tampoco me ha ido mal. ¡La he pasado de maravilla! He trabajado todos los días, y me han invitado a numerosas fiestas.
-Has encontrado a alguien, ¿verdad? -preguntó él con aparente indiferencia-. Espero que sea rico. Debes de ser muy cara de mantener.
-¡Como si a ti te hubiera costado un solo penique, samuel  Radley Wade! -espetó ella. ,
-¿Radley? -repitió Red Davis desde el cercado.
Samuel se dio media vuelta con los ojos echando chispas.
-¡Davis, a tu trabajo! -ordenó.
Red hizo un ademán, pero no se movió de su sitio.
-¡Eso es! -profirió andrea -. ¡Ahora grítale a él! Aquí nadie puede dar su opinión, excepto tú.
-¿Y puede saberse por qué tienes tú que gritar nuestros secretos?
-¡Oh! ¿Acaso tu segundo nombre era un secreto? -preguntó ella con aire inocente, mirando a los hombres de la valla, Bueno, pues ya no lo es.
-¿Por qué no haces de una vez tu maldito equipaje?
-No puedes esperar a deshacerte de mí, ¿verdad? Entonces, ¿por qué te molestaste en casarte conmigo?
-Porque no quería que Ward Jessup llenara mi rancho de agujeros -contestó él con frialdad-. Esa fue la única razón. Eso, y cierta lástima. ¡Estabas hecha un asco cuando te encontré!.


Cuero y sedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora