El Altar de Senpai

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 Albert se encontraba sentado en su sofá de piel de bebé foca, abriendo una bolsita de polvos pica-pica y pensando en lo que había pasado esa mañana. La llamada de Inda-chan le había dejado trastocado, aún más de lo habitual. Cuando su nuevo amigo telefónico le había informado de las intenciones de Pedro Sánchez a Albert le había hervido su sangre anaranjada y los polvos pica-pica se le habían subido a la cabeza. Durante unos segundos sólo había sido capaz de imaginar las peores torturas posibles para Pedrolo: desde ponerle una bolsa de pedorretas en su asiento del Parlamento, hasta darle a Marhuenda la dirección de su casa.

Pero no, nada de eso serviría para evitar que el líder socialista se declarase a su senpai

Tenía que pensar algo más astuto y para ello acudió al único pozo de sabiduría capaz de responder todas sus preguntas: las memorias de Aznar, con prólogo dedicado de Esperanza Aguirre. Cogió el sagrado libro de la urna de cristal en la que estaba depositado, alzándolo del cojín de terciopelo púrpura. Lo observó con ojos maravillados, deslumbrado por el divino bigote del hombre que aparecía en portada.

-Oh maestro -murmuró Albert para sí-, sólo tú puedes mostrarme el camino a seguir.

El líder de Ciudadanos se sirvió una copichuela de Freixenet y le pegó un trago, notando el suave burbujeo en su paladar, mientras se encaminaba a su cuarto. Dejando las memorias encima de la cama redonda con sábanas con estampados de leopardo, se dirigió al rincón más especial de toda su habitación.

El altar dedicado a senpai.

Allí estaba la foto de su coletudo amor, rodeada de todos los efectos personales que había sido capaz de sustraerle sin que se diera cuenta. La taza en la que había bebido en su primera aparición en Al Rojo Vivo y la tapa del boli Bic que había dejado abandonada en el plató del debate. Hurgó en sus bolsillos y encontró su nueva y preciada adquisición: el coletero morado de la suerte de senpai. Durante unos segundos lo olfateó y pudo distinguir el olor del suavizante de su amado. Lo depositó junto al resto de sus reliquias y se fue a dormir con una sonrisa que había costado lo menos 3000 € en dentistas.

Un plan estaba tomando forma en su mente.

CONTINUARÁ...  


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