II

44 3 0
                                    

Desperté con ella en mis brazos y mi corazón escapandose de mi pecho.
Mis manos no podían controlarse, querían volver a explorarla, aprender su cuerpo de memoria lo antes posible.
Tomaron un rizo. Que rizo más perfecto, igual a un resorte dorado.
Se percató, y se dio vuelta. Una sonrisa de las suyas, de las que sacan chispas y hacen que vea el cielo. Los ojos infinitos estaban pequeños, recién despertando.
Se levantó sin taparse, sin vergüenza, claramente consciente de que todo lo que se podía sentir por ella era admiración.
Desapareció tras la puerta del baño, sin decir una palabra, sin mirar hacia atrás.
Y tardó. Minutos largos pero que valían la pena, mi mirada clavada en la puerta que la escondía, esperando su aparición, para poder mirarla y no perder ni un segundo.
Y salió. Con el pelo mojado y los ojos enormes, tran profundos que me dieron una puntada y me robaron la respiración.
Mientras se vestía la admiré. Unos kilos de más, poco ejercicio, los dedos rechonchos y los infinitos lunares. Pero esa sonrisa.
Se acercó y me plantó un beso. Un beso que no decía mucho, pero para mi lo era todo.
Y luego dejó la habitación. Se fue con su caminata torpe, tambaleándose cada dos pasos.
Recuperé el aliento y pensé en mi suerte.
Pero me dio miedo. Porque sé que me merezco el infierno, y tal vez ella era mi castigo.

Aqua James-

Vodka con fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora