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Nos volvimos a ver y descubrí que la serenidad no era propia de mi Serena.
Ella era explosiva.
Seguimos teniendo sexo, pero ese no era el único ritual. Hablábamos. Hablábamos de su vida, de sus gustos, de sus opiniones. Y tal vez, solo cuando ella dejaba de hablar, yo contaba algo sobre mi.
La sonrisa dejó de ser suya y comenzó a ser de los dos, la compartíamos, como compartíamos tantas otras cosas.
Nuestras noches juntos dejaron de ser solo noches, y se convirtieron en tardes y mañanas. Se convirtieron en desayunos e intentos de cena. Se convirtieron en besos en la ducha. En hacer el amor en vez de tener sexo.
Y pronto, nos sacábamos la ropa como siempre pero nos vestiamos de memorias como nunca.
Una mañana, fumando cigarrillos en su cama mientras ella me sacaba fotos, decidí mencionar casualmente lo hermosa que era. Lo hice tocandole la mejilla, despacio y con amor.
Minutos después estaba viendo la puerta de su departamento cerrada en mi cara.
Por dios, que mujer.
Mi Serena era uno de esos rompecabezas de 1000 piezas, de esos imposibles de descifrar. De esos que te mantienen alerta, de los que no te puedes despegar sin importar cuanto intentes. Porque la intriga gana.
Y con mi Serena, la intriga me ganaba todo el tiempo.
Volví solo a mi departamento riendome de lo loca que estaba y de lo loco que me volvía.
Al llegar me acosté, porque esa noche iría al bar. No a buscar, a buscarla, porque sabía que ella iba a estar allí. Porque sabía, que yo también era un rompecabezas para ella, y que a pesar de que a veces me abandonaba para descansar, siempre volvía para tratar de armarme. Y esta vez no iba a ser excepción.

-Aqua James

Vodka con fresasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora