Capítulo 2

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Cuando abrió los ojos, descubrió que su cuerpo estaba entre medio de dos árboles viejos y oscuros. Frunciendo el ceño, Katalia se apoyó en sus antebrazos para ver mejor el panorama en el que se hallaba y pudo deducir que era el bosque que había detrás de la propiedad Shadowsky. Un búho ululó a lo lejos, junto con el ruido de sus aleteos en la oscura noche. Parándose del suelo mugriento, la muchacha miró para todos lados en busca de alguien que le explicara qué hacía ahí. ¿Se habría levantado en medio de la noche y caminado hasta allí sin darse cuenta? Porque no creía tener un sueño tan profundo.

En ese instante, Katalia se percató de que llevaba puesto un vestido vaquero de la alta jerarquía social. Desde su altura, podía observar el encaje en las bocamangas de la prenda, siendo estas mismas de un color claro que no llegaba a distinguir en la oscuridad de la noche. Bajó más su vista para ver la falda larga, que cubría sus piernas por completo, y se maravilló al ver el bordado de mariposas y flores silvestres que adornaban la tela fina. Se sentía limpia y hermosa como nunca.

Katalia dejó de pensar en el vestido en el momento en que otro búho ululó, esta vez más cerca. En la lejanía, escuchó el crepitar de un fuego. Un sonido susurrante que la incitaba a que se acercara y calentara sus frías extremidades. La joven caminó con lentitud, cuidando de no ensuciar esa hermosa prenda que llevaba encima. Creyó escuchar voces, también. Voces que entonaban en voz baja una canción rítmica y pausada, al igual que una oración.

La Luna iluminaba con escases el camino que transitaba. Parecía que las copas de los árboles se empeñaban en ocultarle el camino, como si trataran de evitar que llegara a su destino. De pronto, el sonido de la canción se detuvo por completo, extrañando a Katalia. Quería saber por qué esas personas habían dejado de cantar, sin embargo, sentía que no tenía que estar allí. Y al igual que una brujería, la Luna se vio engullida por nubes lóbregas que no le permitían distinguir ni su propia mano.

Yendo a oscuras, Katalia siguió caminando, tropezando en varias ocasiones, hasta que, entre los troncos de los árboles, distinguió una luz cálida que se filtraba. Más presurosa que antes, ella corrió hacia allí, desesperada por saber qué ocurría. No obstante, se decepcionó un poco al ver que no había nadie en el lugar, en ese claro en medio del bosque. Solamente había una fogata enorme y roja, haciendo mucho ruido.

Acercándose con precaución, observó para todos lados, pero no vio a nadie salvo oscuridad.

Aunque, de repente, el bosque se llenó de vida. Una vida escalofriante e intimidante.

Los gritos llegaron de improviso, asustándola completamente. Venían de todos lados y, al mismo tiempo, de ningún lugar. Parecía que salían de lo más profundo de su mente, atormentándola para que huyera de allí. Casi era capaz de diferenciar los gritos de niños y adultos. Al caminar hacia atrás para alejarse, Katalia tropezó y cayó de bruces contra la tierra húmeda. Descendió la mirada a su mano izquierda para ver la humedad, y se aterró al observar un líquido viscoso y tibio.

Era sangre...

—¡No! —Su propia exclamación fue indiferente a sus oídos.

Con fuerza, cerró los ojos y se abrazó a sí misma. La desesperación la embargó, haciendo que titiritara del miedo que sentía. Los gritos seguían y seguían, anhelantes de atormentarla, hasta que se detuvieron al igual que el canto de un pájaro. Con lentitud, fue abriendo los párpados, cerciorándose de que todo estaba en orden. Luego de ver que no había ningún movimiento brusco que llamara su atención, Katalia se alzó del suelo y camino a la seguridad de la luz que le brindaba la fogata.

Trotando presurosa por el lado izquierdo, y con un ojo encima de su hombro, llegó al otro extremo de la hoguera. Vislumbró un tronco acostado en el suelo, listo para que alguien se sentara sobre él. Exhalando un suspiro, Katalia se acercó para sentarse y...

La melodía del que cayóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora