Una semana pasó desde la muerte de Katrina.
Y una semana desde que no escuchaba las melodías que le permitían dormir.
Jamás esperó algo de tremenda magnitud. Nunca imaginó lo que los sueños eran capaces de trasmitir. Si tenía en cuenta esos hechos, ¿qué era lo que había querido decir la mujer muerta? La chica se pasó día tras día, tratando de entender el mensaje oculto en la pesadilla, pero no sacaba a deducir nada. Cada rato que pasaba limpiando o cocinando, las imágenes iban y venían, confundiéndola más de lo que estaba.
Luc había mantenido un nivel bajo de tareas hasta el momento, así que Katalia no se vio siendo acechada por la sombra de su jefe. Eso la aliviaba un poco, ya que le permitía escavar más en el asunto. Sin embargo, no le servía de nada porque seguía igual de estancada que el primer día. Estaba agotada física y mentalmente. Ya no sabía qué hacer.
Dejando el cuchillo y las frutas de lado, la chica miró con tristeza sus brazos. Vio tierra seca y mugre en ellos, ansiando ser lavados. Salvo sus manos. Estos estaban bien limpios, cumpliendo la regla obligatoria de Luc: si trabajas en la cocina, tus manos deben de estar aseadas. Qué ironía, no se sentía para nada de esa forma. Todo lo contrario...
—¡Katalia! —El grito de María llegó desde detrás, sobresaltándola.
Volteó para verla correr hacia ella, completamente agitada. Llevaba un vestido opaco y lleno de lodo. Era una pena que fuera María la que se encargara de la huerta y no Katalia. Le tocaba la labor más fácil de todas: recolectar y plantar verduras y algún que otro fruto. Lo máximo que llegaría a hacer y que requiriera un esfuerzo, sería regar la cosecha.
Y ella pudriéndose en el medio del calor sofocante de la cocina. Pobre de su alma envidiosa.
—¿Qué sucede, María? —preguntó con voz neutral.
La chica se mordió el labio inferior y se limpió las manos en el vestido.
—Luc pide tu presencia. Está en el comedor principal, junto con Magda —a lo último, tomó una gran bocanada de aire, compensando su exaltación.
—¿Sabes por qué?
Ella negó con la cabeza.
—Solo me dijo que te llamara.
—De acuerdo. Gracias.
Mientras María se marchaba del lugar, Katalia se fregó las manos con el delantal que llevaba puesto. Tomó el recipiente en donde cortaba las frutas y las vertió al caldero con agua hirviendo, para hacer algún tipo de postre. Le avisó a Viktor, el cocinero, que se ausentaría por un rato y caminó hacia el comedor principal, aquel que tenía columnas y paredes tapizadas con bellas decoraciones que representaban flores en crecimiento. Decidió ir por el pasillo en donde estaban los guardias, para acortar camino.
Pasó por entre los escoltas, que custodiaban la entrada de puertas gigantes, vislumbrando un poco a Yuri, quien estaba firme en su puesto, atento a todo lo que ocurría a su alrededor, a pesar de que no sucediera nada. Caminó por el salón de baile y llegó al ala este de la fortaleza, donde, en su época de oro, llegaron a festejarse grandes banquetes en el comedor, con gente importante que perteneció a la monarquía, según decían. Todo sobre lo que había en la habitación representaba el poder que alguna vez tuvo la familia Shadowsky, antes de que se rumoreara la cosa de la maldición.
«No te desconcentres, Katalia. Primero lo más importante, luego, divaga.»
Tomando una gran bocanada de aire y coraje, llegó al otro extremo de la habitación, donde estaban sentados Magda y Luc, puliendo la platería más grande. Cuando se detuvo, carraspeó un poco, llamando la atención de ambos.
ESTÁS LEYENDO
La melodía del que cayó
Paranormal«Si no te cuidas, él te tragará y atará a su alma sombría, Katalia. Debes mantenerte alejada del amo Shadowsky». Luego de ser vendida como una esclava, Katalia tiene una sola meta en su mente: escapar y ser libre. Pero para cumplir dicho propósito...