Hubo un momento de mi vida, después de lo que pasó, en el cual caí en una depresión horrible. Una depresión típica, estúpida, sin sentido. Lloraba todas las noches, me culpaba por cualquier cosa que había pasado, pasé de ser la víctima a una idiota maricona que había olvidado quién era.
No salía del cuarto, no dormía bien, ya no me maquillaba, no le encontraba sentido el ponerme bonita. Estaba ida. Estaba encerrada en un mundo gris y gélido, donde sólo se repetían las misma palabras todo el maldito tiempo: "Es tu culpa". ¿Qué tan idiota podría haber estado en aquel entonces, que creí cada palabra que esa voz decía como una grabadora en cada hora del día? No tenía fin, no había una pausa, no había nada que me ayudara y me dijera: "Está todo bien, lo que pasó, pasó; es hora de seguir adelante".
No tenía a nadie. Y no porque no hubiera, sino porque los alejé a todos. Los alejé por una persona que sólo me usó, y me manipuló a su antojo. ¿Tan frágil era? ¿Tan patética? La pura y cruda verdad, es que de verdad era frágil y patética. La cruel realidad.
Caí tan feo, que hasta consideré suicidarme. ¿Cómo pensé en suicidarme? ¿Cómo se me pasó esa idea por la cabeza? ¿Cómo una joven chica, talentosa, con un futuro por delante, se le cruzó la estúpida idea de matarse?
Fácil.
Dejar que las personas te menosprecien como se les de la gana. Y lo peor, creerse todo lo que dicen de uno.
Todas las noches, me quedaba horas y horas frente al espejo, observando la nada, porque si hubiera notado mi reflejo, hubiese desistido en ese mismo momento. Estaba demasiado ciega, demasiado tonta. Pero en una de esas noches, escuché un ruido fuera de la casa. Fue demasiado fuerte como para que lo ignorara, demasiado escandaloso para que no pudiera echarle una ojeada.
Era una chica, ella se encontraba al pie de unas escaleras, frente a mi casa, llorando, y con una mano agarrándose el abdomen. No notó que yo estaba ahí, no se dio cuenta que la observaba, por la ventana que daba a la calle. Ella sollozaba, fuerte, y su rostro expresaba dolor; su mano estaba ensangrentada, creía que era sangre, su ropa estaba manchada, y cómo se aferraba a un costado de su cuerpo, supuse que estaba lastimada. Un impulso recorrió mi cuerpo en ese momento, quería salir, y abrazarla, preguntarle si estaba bien, si necesitaba ayuda. Si hay algo ilógico en este mundo, es el sentimiento de querer ayudar a alguien, cuando uno no puede ni siquiera ayudarse a uno mismo.
Yo también estaba lastimada, tanto emocionalmente como físicamente. Entonces, ¿Por qué socorrerla a ella, cuando yo estaba en sus mismas condiciones?
Fue sencillo responder eso; quería darle la ayuda que yo no tuve. Quería hacer lo que nadie hizo por mi.
Me vi, abriendo la puerta, sin siquiera cerrarla detrás de mi, y correr los pocos metros que nos separaban. Su nombre era Melanie. Una hermosa chica de grandes ojos cafés, y un largo pelo oscuro que caía en suaves y pesados rizos sobre su espalda. Delgada, y pequeña. Tan frágil como una muñeca de porcelana. Tan necesitada de ayuda y consuelo.
Su color favorito era el azul. Su perro se llamaba Loki. Vivía con sus padres, aunque no tenía una buena relación con ellos. Ella amaba cantar. Ella sonreía como un ángel. Y ella murió desangrada en camino al hospital. Había sido asaltada, y como no llevaba nada encima, más que un viejo cd con sus propias canciones, la apuñalaron tres veces en su abdomen. Y ella resistió mucho más tiempo del que era previsto. Ella luchó, pero murió.
LLegué a casa con un sentimiento extraño en mi pecho. Sólo pude tirarme a la cama, y quedarme mirando el techo de mi habitación, contando las pequeñas pegatinas de estrellas pegadas a él.
Mi corazón no dejó de latir violentamente todo el día. Mis latidos se sentían como una ametralladora, intentando escapar de mi pecho. Después, entendí que estaba muerta de miedo. Por primera vez, después de todo lo que pasó, no quería morir. No quería tener la misma expresión que tenía Melanie en su rostro. Vi cómo sus ojos se apagaron, aunque eran profundos y oscuros, eran de alguna maneras como dos orbes brillantes que amenazaban con iluminar todo el cielo. Vi cómo esa luz se fue oscureciendo, como ese brillo se opacaba con cada minuto que pasaba.
No quería morir.
En ese momento, ese pensamiento invadía mi mente.
No quería morir.
No quería sentir como la vida abandonaba hasta la última parte de mi cuerpo.
Esa noche, tiré a la basura los pensamientos suicidas que tenía.
Esa noche, le prometí a mi reflejo, con mi propia voz, consciente, que todo iba a estar bien; me prometí seguir adelante, aunque doliera, aunque costara. No quería irme, y menos así.
Así que, gracias Melanie, por sonreirme, y susurrar que todo iba a estar bien.
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Palabras a Nadie
RandomHay palabras que sólo fueron hechas para ser arrojadas al aire, palabras que no tienen nombre, palabras que sólo son oídas por la nada, por Nadie.