26. Adiós.

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El día había llegado, Max se marcharía a New York llevándose con él miles de recuerdos encarnados que muy difícilmente podría olvidar, la cara del pequeño rubio entre ellos.

Estaba a unas pocas horas de abordar en el avión que le llevaría lejos de todo lo que quería por un buen tiempo. Había dispuesto de poco tiempo para despedirse de todos sus amigos y lamentaba con todo el corazón no haberse despedido de todos.

–¿Estás listo? –preguntó su Edgar entrando a su habitación.

–No, pero ya qué...–contestó con desgana cerrando la maleta.

–Max sabes que no hacemos esto queriendo, si en nuestras manos estuviera no te dejaríamos marchar, pero no es así y nosotros no podemos hacer nada...

–Lo sé Edgar, sólo que no estoy listo para dejar atrás todo lo que quiero, todo con lo que he crecido.

Un silencio incomodo inundó la habitación, ambos se quedaron mirando hacia la nada, contemplando la belleza de su infinito personal.

–Isaac va a estar bien y tú igual, ya verás que él tiempo pasará rápido...–susurró.

__________

–¿Estás listo para dejarle ir? –preguntó David al rubio desde el umbral de la habitación de éste.

–David...uno nunca está listo para dejar ir a alguien que quiere –un suspiro largo se escuchó entre sus labios.

–Lo sé...–dijo David sintiendo una presión en el pecho e ignorando el nudo de su garganta.

–¿Seguro que no quieres venir?

–No, no me sentiría cómodo estando ahí, mejor dile que le mando saludos y que espero que vuelva pronto –trató que su voz sonara lo más normal posible.

–¿Cuándo me vas a contar lo que pasó entre Marcos y tú? –inquirió curioso.

–No vale la pena, anda vete que se te va a hacer tarde.

Antes de que Isaac dijera algo el sonido de un claxon los sorprendió a ambos.

Ambos salieron, un auto negro le esperaba, Max bajo de éste, vestía unos vaqueros caqui junto con una camiseta negra con corte V. Se acercó hasta ellos y depositó un casto beso en los labios del rubio.

–Max en verdad espero que vuelvas pronto...no creo que Isaac pueda sobrevivir mucho tiempo sin ti –bromeó David.

–No te preocupes que yo también espero regresar pronto, ¿vienes con nosotros?

–No, tengo un poco de jaqueca así que te deseo buen viaje.

–Vale entiendo, hasta luego.

Y ellos se fueron.

Pero él se quedó sofocado en el umbral de la puerta, aguantando las lágrimas que luchaban por salir para liberar la presión de su pecho, no lo había visto ya que los vidrios estaban cubiertos de un negro polarizante, pero sabía que él si lo había visto, había sentido su mirada carcomerle desde aquella distancia en la que se habían encontrado y aquello había dolido.

En serio que había dolido.

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Llegaron al aeropuerto media hora después, el sonido de los aviones despegando habían hecho que Isaac se sintiese más mal de lo que ya se sentía, tenía un nudo en la garganta y sus manos temblaban.

–Vamos...–le habló Max, tomándole la mano y casi arrastrándolo hacía la cabina.

–Max no quiero que te vayas...–confesó apenado con la mirada gacha, Max se detuvo de golpe, aun no entraban al aeropuerto.

–Pequeño...–susurró el pelinegro tomándole de la barbilla para alzar su rostro –Yo tampoco quisiera irme, pero esto es necesario –y sin importarle las miradas curiosas de las personas que pasaban a su lado, le besó con dolor, sabiendo que quizá aquello podría terminar.

–Te amo Max...–confesó mirándolo a los ojos y como si fuese la primera vez que se lo decía, pero se emocionó como tal.

–Te amo Isaac...–susurró con los ojos inundados en lágrimas.

Caminaron de nuevo, tomados de la mano y sin importarles nada, Isaac se sentía tan bien estando tomado de la mano de Max que se sentía totalmente seguro. Ahora no quedaba más que esperar el llamado.

Pasajeros del vuelo 5548 con destino a New York, favor de abordar en el pasillo 6 puerta 2– anunció aquella voz que Isaac comenzó a odiar desde ese momento.

–Llegó la hora –susurró Max

–Eso creo –dijo Isaac –Por favor no olvides llamarme...

–Eso nunca pequeño...–se abrazaron con dolor, sabiendo que no se verían en mucho tiempo –Te amo...–susurró a su oído.

–Hasta luego hermano.

–Hasta luego...–sonrió con tristeza el pelinegro.

Despedirse de todos le había costado mucho, Max sentía un nudo en la garganta, iba a extrañarlos a todos y se sentía morir al pensar que algo podría cambiar en su relación con el rubio, se odiaría toda la vida si lo perdiese.

El silencio se llenó de promesas vacías por cumplir, de sentimientos encontrados y de miedo, mucho miedo.

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David se encontraba en aquel parque donde todo había empezado, sentía sus ojos arder con solo recordar todo que había pasado, pero tenía que ser fuerte, no podía dejar que algo así le derrumbase de nuevo.

Se sentó en una pequeña banca de madera, el frio viento hacia que los arboles perdieran poco a poco sus hojas. Se quedó ahí, sentado, mirando hacia la nada.

–Algo me hizo pensar que podrías estar aquí...–aquella voz le heló el cuerpo y el corazón se le aceleró –Fui a tu casa y Sofía me dijo que habías salido desde muy temprano y que no sabía dónde estabas.

Por un momento se sintió desprotegido, débil, emocionado y con ganas de llorar, ¿Cómo era posible que una persona lograra hacerle sentir todo eso con sólo escuchar su voz?

–¿Qué haces aquí? –luchó con todas sus fuerzas que su voz sonara tranquila y no como el manojo de nervios en el que estaba convertido.

–Necesito hablar contigo...–escuchó los pasos más cerca y se sintió desfallecer, sentía los pasos cada vez más cerca, se paró de golpe y le enfrentó

–Marcos tú y yo no tenemos nada de qué hablar –le miró con odio fingido, con la respiración entrecortaba y el corazón latiéndole al mil.

–David...por favor... yo–yo lo siento tanto, David yo no...yo no quiero que me odies.

–No me vuelvas a buscar Marcos...–trató de ser fuerte así que recurrió al escape, si seguía escuchándole no tendría más que lanzarse a sus brazos de nuevo.

Pasó a lado de él, con la cara agachas, tratando de olvidar el aroma que su cuerpo emitía, aquel aroma que tanto le gustaba, caminó lentamente, como si quisiera que Marcos le detuviera, pero no era así, caminaba lento porque su cuerpo estaba cansado y adolorido por las constantes noches en vela, se negaba a dormir y la razón era solo una; soñaría con aquella maldita noche.

–David no quiero perderte...–el nombrado detuvo su paso, sintiendo que su corazón podría salirse de su pecho.

–No puedes perder a alguien que nunca has tenido...Marcos, no seas ridículo.

Avanzó con paso decidido y lento, tratando de ignorar las lágrimas que se escurrían por sus ojos, sintiendo como el nudo de su pecho crecía con cada paso que daba.

Me enamore de una bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora