Nota

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No la había escrito, me la había contando a mí misma.

Alargué lo más posible su final, pospuse una y mil veces más su escritura. Tan solo no quería acabar con la ensoñación de esa noche de dos años atrás.

Escribir es ser juzgada. Me juzgarán por lo que escriba y por lo que no. Por la calidad de los personajes o por el pobre escenario en que los represento. Escribir y mostrarlo a alguien que no sea yo misma, asusta, provoca terror y evoca a uno de mis mayores miedos.

Esto es solo ficción. Todo lo retratado es solo haberme permitido tratar de reproducir en letras los pasos que los caminos de la imaginación me permitieron dar.

Respecto a mis personajes, fui cada uno de ellos. Respiré su miedo y recreé en mi mente el pasado que los convirtió en lo que son. Me volví ciega cuando ellos caminaban en la penumbra. Muda cuando no podían hablar. Mis sentidos se volvieron los de cada uno de ellos. Era yo misma, más humana, más aterradora.

Recreé decenas de finales distintos en mi mente, pero decidí dejar el que mis propias manos decidieron escribir.





El alma de una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora