Capítulo 4: Viaje por el tren de los sueños

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Jeremy se encontraba mejor cuando lo visité. 

Habían pasado dos semanas desde aquel incidente y aún tenía a la suicida conmigo. Siempre que quería regresarla debía hacer algo más importante. El correr de la pluma no había cesado en el tiempo transcurrido. Tenía muchas interrogantes para ella, pero prefería ni escribirle.

La suave brisa me recordó que debía bajar a desayunar. Ya era casi mediodía y no había podido dormir la noche anterior, por lo que me encontraba cansada y con mucho apetito.

Las deliciosas tortillas mientras se freían provocaban en mi estómago un gruñido sin igual.

-Creí que no te levantarías-mencionó Jacob en la cocina-deberías dormir mejor, te veo un poco pálida.

-Así he estado desde hace tiempo-manifesté-pero no te preocupes, estoy sana.

-Comerás el desayuno con el almuerzo-reprochó-eso no suena a ti.

-No es mi culpa. No puedo dormir-sinceré, al ver la misma cara de reprobación que me venía dando desde una semana atrás.

-No has estado leyendo de nuevo en las madrugadas, ¿Verdad?-interrogó indiferente.

-Para nada. Solo he estado repasando lo de la universidad-dije somnolienta-lo bueno fue que si pasé el pre.

-Al menos-rió en son de burla-ahora solo come, no querrás preocupar a nadie más.

-Sí, claro-mascullé, mientras atacaba a la tortilla con el tenedor-viajaré ya mismo a la ciudad vecina. Tengo algo que hacer.

-¿A la ciudad vecina?-preguntó, sorprendido-¿Y a qué?

-Iré con Jeremy-mentí. La verdad quería dejar aquel libro en un lugar, alejado a la ciudad donde residía.

-Bueno-dijo sirviendo el almuerzo-¿Iras en tren?

-Sí-eso me daría tiempo de pensar donde dejaría aquella suicida.

Caminé a paso lento por el túnel por el que tantas veces había transitado. Mi mano me ardía por el exceso del correr de la pluma en ella. Era evidente que la dama se dio cuenta que la había sacado de la casa.

Mi paso se volvió más rápido al ver que perdería el metro.

Alguien con sigilo caminaba detrás de mí, lo que me obligó a correr y trepar a uno de los vagones del tren. Cerré la puerta al ver que empezábamos a movernos por la larga fila de rieles. Asentí tomando aire al boletero, que se me acercó a preguntar si me encontraba bien.

Sin querer me había adentrado al único vagón que no se había llenado en lo absoluto. Solo éramos el libro, el boletero, a quien vi retirarse de inmediato, y yo.

La penumbra se escurría por los tragaluces, mientras el tren daba marcha. La dama volvió a escribir, a juzgar por el correr de la pluma en mi mano.

-¿A dónde vamos?-leí

-De paseo-escribí, para no asustarla.

-He sentido tantas presencias distintas-comentó-me sentí llena de pánico y no sé el porqué. ¿Te has encontrado con alguien?

-Con nadie. Solo estamos las dos-avisé friolenta-no te preocupes, nada malo te pasara. Yo te protegeré.

¿Nada malo? Era absurdo el simple comentario.

Yo, quién me había subido a aquel metro solo para deshacerme de aquella suicida, se me había ocurrido decirle que no se inquietara porque yo la protegería. Había sido una idiota.

El alma de una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora