Caítulo 5: En busca de la hija perdida

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-Víctor, ¡Eres un tonto!-grité al soltar el abrazo de mi opresor-¿Qué estupideces cruzan por tu cabeza?

-Cálmate Elisse. No te alteres-pidió-cálmate.

-¿Qué no me altere?-pregunté-¿Cómo malditamente quieres que no me altere, si forcejeas la puerta a punto de tirarla a patadas?

Normalmente no me enojaba tan fuertemente. El realmente me había asustado, tanto, que podría haber muerto del miedo.

-Oye-dijo poniendo sus brazos en mis hombros-yo no pateé tu puerta, y solo la forcejeé una vez.

Me quedé muda por lo que me acababa de decir. Si él no era el que forcejeó y pateó mi cabina, ¿quién habría sido?

Las personas habían salido de sus cabinas. Algunas se encaminaban en sus destinos, mientras otras, que lideraban la mayoría, nos observaban. Mis gritos le habían llamado la atención.

-¿Estás bien?-preguntó, asustado.

Asentí agarrando mi bolso del fondo del asiento.

-De cuando acá, ¿Tú escondes tu bolso en un asiento?-preguntó consternado-¿Sucede algo?

-¿Y desde cuándo tú me abrazas al verme?-interrogué molesta.

-Es que te vi saliendo de la biblioteca y...

-Espera-dije, luego de interrumpir-¿Tú eras quien me ha vigilado todo el día?

-Yo no diría todo el día-manifestó-admito que te vi afuera de la biblioteca, pero...

-Y al mediodía, ¿No me seguías?-pregunté, volviéndolo a interrumpir.

-No, no te vi a esa hora. Solo te vi saliendo de la biblioteca, como ya te dije-aseguró confundido-me subí al tren y me di cuenta que te adentrabas a aquel vagón. Quise acercarme a saludar, pero creí que te molestaría. Hasta que vi a ese sujeto y...

-¿Qué sujeto?-volví a interrumpir.

-Si me dejas terminar de hablar, podía explicártelo todo de mejor forma-advirtió mientras nos dirigíamos a un restaurante por algo de tomar-estaba en mi vagón cauteloso, porque el boletero me había avisado algo y entonces me di cuenta que alguien forcejeaba la puerta de tu cabina. Me acerqué a preguntar, y el sujeto se alejo. Regresé a mi cabina y al rato volvió a pasar lo mismo. Entonces, cuando salí de mi cabina, dispuesto a reclamarle, el tipo se fue. Me acerqué a preguntarte si pasaba algo extraño, pero no me abrías.

-¿Cómo era? ¿Viste su rostro?-pregunté, aceleradamente-¿Lo has visto antes?

-Cálmate, por favor-pidió ante mis interrogantes-era un hombre mayor, como de sesenta años, tal vez más, tenía el rostro normal de una persona con bastantes años encimas y por supuesto que no lo conocía.

Salimos del restaurante después de tomar el café caliente. Ya era muy tarde y no podía perder más tiempo. El oscuro cielo nos avisaba que pronto llovería, por lo que apresuramos nuestro caminar.

-¿Y ese libro?-preguntó, al vislumbrar el texto de la suicida en mi bolso-se ve interesante, ¿Me lo prestas?

-Lo estoy leyendo-mentí. No podía dárselo de ninguna manera.

-¿Aún?-hace tiempo le había dicho lo mismo-eso es raro en ti.

-Es que es extremadamente complicado-dije-te desquiciarás si intentas leerlo-y ¿Quién no?, ese libro se escribía solo.

-Si tú lo dices-susurró.

Era el momento de despedirnos. Ya estábamos frente a mi casa.

-Gracias a cielo. Al fin apareces-dijo Tim, feliz.

El alma de una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora