Capítulo 1: Carta de una suicida

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El brillante sol, que filtraba sus rayos por los tragaluces de mi cuarto, me acababa de levantar. En un ágil movimiento me levanté de mi cama, cegada por el olor de los panqués de mi madre recién preparados, que a pesar de estar en la cocina habían llegado a mis fosas nasales.

Corrí por toda mi espaciosa habitación, para ducharme y vestirme con rapidez. El nuevo olor del chocolate caliente ya me tenía totalmente cautivada. Bajé los escalones de dos en dos, saltando, esperando llegar antes de que mis dos hermanos lo hicieran.

Sonreí como siempre y mi madre me respondió igual.

-Tu padre ha madrugado-me dijo-si no te apuras, tus hermanos no dejaran ni señas del desayuno.

-Si yo no hago primero lo mismo-reí con ironía.

-Te he escuchado, muchachilla tonta-gritó el mayor, mientras mi hermano pequeño se refregaba los ojos intentando no dormirse en el plato.

-Si siguen así, todos se quedaran sin comer-avisó mi madre, sirviendo los panqués-no quiero gritos ahora que su padre se ha ido.

-Por cierto, estos días no estaré aquí, tengo que viajar con unos compañeros a la ciudad vecina-informó Jacob, el primerizo de mi madre-un trabajo de la universidad.

-Oh, dulce Zeus-me arrodillé al piso, actuando, con el simple afán de hacerlo enojar y causarles un par de risas a Tim y a mamá-dios del Olimpo, soberano de todos los demás. Has escuchado mis fieles plegarias y has venido en mi ayuda-ventilé mis manos-te concierne cuanto he esperado por tan agradable noticia. Atenea se pondrá contenta al saber que mis anhelos se han hecho realidad, la eternidad no me alcanzará para agradecértelo y llenarte de la gloria que te mereces.

-Sí Zeus-imitó mi voz-pero tú, dueño de los cielos, desaparece a mi hermana y cumple así mi sueño.

Los aplausos de Tim evitaron que continuáramos nuestra riña teatral.

Él apenas tenía ocho años, cursaba el tercero de básica, era muy inocente y adoraba reír con las peleas que nos gastábamos entre Jacob y yo; mientras mi otro hermano, que estaba en su cuarto año de universidad era más reservado y vivía con un genio, que al menos yo precisaba, jamás una mujer entendería.

-Bueno se me hace tarde-dijo sacándome de mis pensamientos-Víctor y Hugo ya deben estar en la estación esperándome.

-¡Cierto!-grité eufórica-hoy empieza mi preuniversitario-recogí el periódico que nadie excepto yo leía y salí antes de que mi propio hermano pudiera, a la estación.

El año pasado acabé mi secundaria con honores, ahora yo había elegido estudiar medicina, asegurándome que leería el resto de mi existencia.

Como adoraba todo aquello.

Mi hermano me alcanzó minutos después. Iríamos en el mismo tren.

Tal como predijo Jacob, sus amigos ya lo esperaban. Hugo a punto de quedarse dormido y Víctor que me miraba embelesado desde una banqueta próxima.

Los dejé de ver y me dediqué a disfrutar del periódico. Al parecer habían llegado nuevos libros. Después de la universidad correría a comprarlos.

Nueva moda de París, el deportista con mejor empeño, el último asalto, y hasta los últimos fallecidos. Era sorprendente como las personas pudiendo tener a su alcance las noticias del mundo ni se inmutaban en conocerlas.

-Eh...-ni siquiera había notado su presencia -Elisse, tú sabes...eh...

-Hola Víctor- ¿Qué le pasaría?, desde hace meses lo notaba raro. Por ser el mejor amigo de mi hermano pasaba mucho tiempo en mi casa, pero su estancia había cambiado, cuando lo saludaba se quedaba mudo y a veces lo descubría mirándome-¿Te sucede algo?

El alma de una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora