Capítulo 3: El correr de la pluma

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El alba alcanzaba su punto máximo cuando desperté. Mamá seguramente había llevado a Tim a su cama mientras dormíamos.

Era mi turno de hacer el desayuno, así que el olor deleitoso de comida recién hecha, no llegaban hasta mí.

Abrí el libro de la suicida con la intención de saludar, pero mi celular empezó a sonar, era mi hermano, llegaría en cualquier instante y tenía hambre. Cerré el libro y corrí a la cocina para cocinar lo más rápido que se me ocurriera.

-¿Qué haré?-pregunté en voz alta.

-Dejarme dormir, por ejemplo-pidió Tim, sarcástico. Con todo mi revuelto había logrado despertarlo.

-Lo siento. ¿Qué deseas comer?-pregunté. Me disculparía de mi atropello a sus sueños de cualquier forma-haré lo que desees.

-¿Lo que quiera?-interrogó sorprendido ante mi cuestión.

-Sí, lo que tú quieras. Pide y seré tu cocinera por hoy-asentí contenta.

-Lo tomaré en cuenta, muy en cuenta-manifestó con una gélida mirada que consiguió estremecerme.

Tim me dio la idea de lo que deseaba desayunar. Me parecía algo raro, pero debía cumplir la promesa.

Media hora después, llegó mi hermano mayor con sus dos mejores amigos.

-Trasnochamos para venir temprano, nos morimos de hambre-manifestó Jacob arrugando la frente-¿y tú nos das pudin de piña en salsa de cereza?

-No es que quiera criticar, pero...-habló Hugo-se puede saber ¿por qué se te ocurrió hacer este raro postre para desayunar?

-Eh...-musité

-A mi encanta, tus postres son deliciosos-miró admirado Víctor.

-Bien dicen que el am...-Hugo dejó de hablar ante la mirada asesina de mi hermano y de Víctor-¡pero es verdad!, para que disfrutes eso es porque afirmativamente es ciego...y sin gusto.

-Culpen a Tim. Yo solo cumplí sus deseos-sinceré.

-Cumple los de Víctor, lo harías feliz-oí murmurar.

Quedé helada al sentir algo correr por mi mano. La sensación era espeluznante, como si una ráfaga de electricidad caliente recorriera mi palma. Emití un grito de susto al no saber lo que ocurría. Todos se acercaron a mí, preocupados. Salí corriendo a mi cuarto sin saber qué hacer.

-Déjenme sola. ¡Quiero estar sola!-grité cerrando las puertas en sus narices.

-¿Tú hiciste eso?-escribí, al ver que la dama había trazado.

-Lo siento. Aprendí como hacerlo. Así sabes cuando estoy escribiendo.

-Sí, que bueno, pero ¡Me has dado el susto más grande de mi vida!

-Lo lamento...no quise causarte un susto.

-No importa, Aunque los he dejado intranquilos a todos allá abajo, pero eso es lo de menos.

-La próxima vez lo haré con menos fuerza-prometió la suicida.

-Excelente, gracias. Ahora debo irme a la universidad, nos vemos.

¿Qué le ocurría a esa loca? El correr de la pluma me había puesto los nervios de punta. Definitivamente era rara.

Llegué a la universidad con las justas, casi no entro a clases.

Debería devolver el libro a la librería, debía hacerlo, pero...le había prometido que seríamos amigas, eso sería como traición, ¿Qué debería hacer?

El alma de una suicidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora