Destrucción... soledad... pérdida... debilidad... desolación... CAOS. Esto es lo que habían vivido los kailomianos años antes cuando perdieron a sus familias, su reino, su rey, su hogar.
"La fuerza procede del corazón..." se repetía una y otra vez Astrid mientras bajaba por el resbaladizo camino de la montaña en la que se situaba el Castillo de las Almas. "La fuerza procede del corazón...". Astrid siguió bajando ayudada por Xurton y por Niord, pensando en la conversación que había tenido con Sybil la Bella: "Debéis ir a las cuevas y preguntar por Rasth. Contadle lo de vuestra caza, todo a cerca del adiestramiento de los Amaroks. Él sabrá que hacer." Las palabras que Sybil le había dicho minutos antes a las puertas del Castillo de las Almas resonaron en la cabeza de Astrid durante largos e interminables segundos. Esos seguros pasaron a minutos, y el nombre de aquel individuo también. "Rasth. ¿Quién diablos es ese tal Rasth?" Los minutos continuaron pasando hasta que los tres cazadores llegaron al valle de los Picos de las Nubes. Debían ir hasta otro de los muchos Picos, situado unos pocos kilómetros más al norte que el del Castillo de las Almas.
-Venga, vamos... -dijo Astrid mientras empezó a caminar por la grisácea hierba salpicada de nieve blanca.
Anduvieron durante largo rato saltando riachuelos, cruzando ríos y rodeando picos. Cuando hubieron rodeado uno de los Picos de las Nubes divisaron frente a ellos el Pico que buscaban: el Pico de las Cuevas. La gran silueta de la montaña sobresalía por encima del resto, no solo en cuando a la altura, sino en cuanto a la anchura. La gran superficie del Pico de las Cuevas estaba agujereada por centenares de entradas a oscuras cavernas. De cada caverna colgaba una escalera hecha con cuerdas y tablones de roble. Las cuevas cuyas entradas tenían mayor tamaño o eran demasiado altas como para ser alcanzadas con escaleras optaban por poleas y ascensores hechos de madera y que eran tirados por los hombres y mujeres que vivían allí arriba cada vez que alguien quería subir o bajar. Bajo el gran Pico de las Cuevas había una pequeña construcción, una casa pequeña hecha de piedras. Era un casa improvisada en la que las paredes estaban hechas de rocas de diferentes tamaños, apiladas unas encima de otras, y en la que el techo estaba hecho de grandes tablones también de madera. Astrid, Xurton y Niord entraron en esta pequeña casa y vieron en ella a un hombre tras una mesa llena de armas. El hombre era delgado, muy joven, y lleno de granos en la cara. Era el que llevaba el control del Pico de las Cuevas.
-Perdone, señor -dijo Astrid- ¿Dónde vive Rasth?
El joven cogió un libro que estaba en el suelo y lo abrió por la primera página. Después de leerlo durante varios minutos, miró a los tres cazadores y les ofreció un mapa en el que estaba dibujada la gran montaña con todas sus cuevas. Cada cueva tenía un número.
-Está en la cueva número veintisiete. Cuando vayan a bajar devuélvanme el mapa, por favor...
-Muy bien, gracias -contestó Astrid al tiempo que salía de la casa de piedra.
Los cazadores se alejaron de la montaña para poder verla de lejos y Astrid alzó el mapa para ver qué escalera o ascensor tenían que coger para llegar hasta la cueva veintisiete.
-Es aquella cueva de allí -dijo Xurton señalando una cueva de gran tamaño que estaba en una de las partes más altas de la montaña. Un ascensor colgaba de la entrada a la cueva.
-Tenemos que coger ese ascensor... -dijo Niord mientras andaba hasta un ascensor de pequeño tamaño que se encontraba en el suelo.
Los tres cazadores se montaron en el ascensor y tiraron de un pequeño cordel para avisar a los que tenían que subirlos hasta allí arriba. Pronto el ascensor se movió y empezó a separarse del suelo. Este se balanceó unos instantes debido al peso de los tres cazadores que viajaban apelotonados en su interior. El ascensor de madera empezó a coger mucha más altura, y pronto los tres cazadores empezaron a sentir vértigo. El aire allí era mucho más frío que en la llanura y notaron cómo la cara se les helaba a medida que subían más arriba. El viento rugía feroz, y hacía que el pequeño ascensor se tambaleara con grandes sacudidas que helaban la sangre de los cazadores. Desde allí, Astrid pudo ver las cumbres de otros Picos de las Nubes que no eran tan altos como el de las Cuevas. Mucho más lejos de los Picos de las Nubes estaba el Bosque de los Susurros, de gran tamaño, y mucho más lejos aún, divisaron las torres de Camino de Plata. Ahora unas nubes amenazantes flotaban sobre el castillo, haciéndolo amenazador y peligroso.
ESTÁS LEYENDO
RECUERDOS DE LLUVIA - TERCERA PARTE DE LA HISTORIA DE KAILOM
FantasíaTERCERA Y ÚLTIMA PARTE DE LA TRILOGÍA DE KAILOM El Norte ha caído. Kailom está sumido en la oscuridad desde el horrible ataque de los kruhns y de los Magos del Azul y ahora su rey, Olmh el Oscuro, se sienta en el Trono de Camino de Plata, la capital...