Capítulo XI: Paranoia

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Después de sus palabras, me golpeó fuertemente en la nuca haciéndome quedar inconsciente. En el momento en qué desperté, me encontraba en un lugar silvestre. Estaba rodeado de pinos bastante altos, y había una espesa neblina que hacía que se me dificultase la visión. 

Intenté levantarme pero me di cuenta que mis brazos y piernas estaban atadas con una soga, mis esfuerzos por ponerme en pie fueron en vano. Comencé a desesperarme e intenté hacer movimientos bruscos para ver si podía de alguna forma salir de aquella atadura pero cada intento me causaba un fuerte dolor, sobretodo en el abdomen.

El asesino me había dado una reverenda paliza. 

Horas después de seguir intentando desatarme, escuché silbidos. Aquellos silbidos que venían de forma ascendente se acercaban cada vez más, sentí escalofríos mientras los escuchaba, sabía que la persona que silbaba no era nadie más que la misma persona que me ató.

— ¿Con qué por fin despiertas? —dice aquella persona a la cual no puedo visualizar muy bien debido a la gran cantidad de neblina.

— ¿Quién... eres? —dije casi murmurando.

Por un momento, todo estuvo en silencio. Al acercarse pude ver que cargaba su ya característica máscara, dio unos pasos hacía mí y se sentó a mi lado. Comencé a temblar de la rabia y miedo a la vez.

— Considérame tu mejor amigo, aquél que siempre está cerca y pendiente de ti —respondió mientras sacaba un cuchillo de su bolsillo y comenzó a hacer gesticulaciones que hacían parecer como si lo observara pausadamente—. También puedes considerarme como un enemigo, un rival. Aquél que se entretiene al verte sufrir y suplicar clemencia.

— ¡¿Por qué no me matas de una maldita vez?! —grité exasperantemente.

— Eso aún no está en mis planes Kyle —aclaró el enmascarado—. Uno de mis trabajos, no el más importante por supuesto, es hacerte sufrir hasta tu último día de vida.

— ¿Por qué me haces esto? —interrogué—, ¿por qué matas a mis amigos y montas todo este teatro?

— Simple —dijo mientras agarraba el cuchillo y me realizó un pequeño corté en uno de los brazos haciéndome chillar de dolor—. Me encanta verlos sufrir a todos.

Después de cortarme me quedé en silencio, no quería seguir manteniendo una conversación con tal deplorable y nefasta persona. El silencio duró alrededor de unos diez a quince minutos hasta que él volvió a reiniciar la plática.

— Sabes, admiro tú personalidad y dedicación por descubrir quién soy yo —dijo el enmascarado entre risas y carcajadas de una forma muy cínica—. Por esa misma razón, decidí que tú serás mi última víctima.

— ¿Y eso pasará después de que acabes con todos los estudiantes de mi instituto? —pregunté.

— No —respondió de manera certera—. A mí me interesa poco la mayoría de los alumnos de esa institución, yo solo mato por diversión para serte sincero.

— ¿Diversión? —inquirí, sin poder evitar sentirme asqueado con sus palabras—. ¿Para ti todo esto que tú creaste es diversión?

— Sí —afirmó poniéndose de pie—. Mi personaje no tiene nada planeado, solo mata por matar, así de simple.

— Con que tú mismo te autodenominas ''personaje'', veo que tienes muchos problemas psicológicos —dije mientras asentía la cabeza.

— Esta charla terminó Kyle —indicó el enmascarado—, la próxima vez que nos encontremos cara a cara será la última, te lo prometo.

Dichas esas palabras el asesino se acercó a mí y me volvió a golpear varias veces hasta volver a quedar inconsciente.

 Al entrar otra vez en razón, me di cuenta de que mis brazos y piernas ya no tenían esa soga que me impedían levantarme así que intenté con todas mis fuerzas ponerme de pie, pero la inestabilidad física y el dolor que cargaba en todo mi cuerpo no me dejaba mantener el equilibrio. 

Pasaron horas y anduve por todo el bosque mareado, tambaleándome de un lado a otro hasta que encontré un sendero.

Todo parecía indicar que me encontraba en el ''Bosque Humboldt'', aquél dónde Sophie estaba residiendo en una cabaña vieja.

Caminé por el sendero hasta que anocheció y comencé a escuchar los ruidos de los animales que me acompañaban aquella noche. Los vientos se tornaban fuertes, tanto que también podía escuchar algunas ráfagas y ver a los árboles tambalearse de un lado a otro. La luz de la luna hacía que pudiera tener un poco de visibilidad en el sendero y así no poder perderme en la oscuridad.

Sentí mucho frío invadiendo mi cuerpo, mis extremidades se pasmaban y sentía calambres en las piernas por tanto caminar.

Por un momento empecé a escuchar voces, no supe exactamente que decían, eran más como murmullos y susurros. 

Cuando empecé a escucharlas con más frecuencia supe que estaba en mis últimos minutos, mi muerte se aproximaba.

Pero, de un momento a otro, una persona puso su mano en mi hombro y yo, sin dudarlo como si fuera un reflejo o instinto, me volteé y puse mis manos sobre su cuello y empecé a apretar con fuerza.

— ¡¿Otra vez tú maldito infeliz?! —bramé mientras seguía apretando a aquella persona, debido a la poca iluminación no podía percatarme de quien era.

No recibí respuestas de aquella persona debido a que le apreté el cuello con tanta fuerza que la estaba asfixiando, hasta que por un momento perdí las fuerzas y me precipité en el piso.

Cuando alcé la mirada, estaba tirada en el suelo Sophie, tosiendo debido a la falta de oxígeno.

— So... Sophie —murmuré sintiéndome muy apenado por lo que acababa de hacer—. Perdón.

De nuevo, perdí el conocimiento.

Esta vez estuve inconsciente por varios días. Cuando abrí los ojos, lo primero que vi fue un techo blanco, estaba en una camilla de hospital. 

Mi habitación estaba vacía, había una ventana al lado de la camilla y cuando me fijé en ella no pude evitar sentir pánico, por un momento vi reflejada la máscara del asesino en ella y comencé a gritar. Los doctores entraron a mi habitación para calmarme y algunos colocaron sus manos en mí cuerpo y me provoco una gran repulsión a ellos. 

No quería tener ningún contacto físico con nadie, empecé a alterarme más y la frecuencia cardíaca aumentó de manera significativa. 

Los doctores, notablemente inquietos comenzaron a inyectarme morfinas para calmarme, y mientras hacía efecto en mí, pude escuchar los llantos de mi madre detrás de aquella puerta que separaba la habitación con los pasillos del hospital. 

Me sentía totalmente avergonzado pero a la vez aterrado por todo lo que sucedía allí. Pedí a gritos que taparán con una cortina o alguna tela las ventanas y todo lo que podía tener reflejos. Cada vez que veía algún vidrio o un plástico sentía que salía reflejado la máscara del asesino.

Pasaron dos días y varias heridas sanaron, quedaron solo algunos dolores y moretones. Me sentía angustiado por salir de ese lugar, quería irme a mi casa lo más pronto posible. Mientras me puse a almorzar, entra a la habitación un doctor a darme algunas noticias de mi condición física y psicológica.

— Señor Morgan, tengo varios anuncios que darle —indicó el doctor, se podía notar que estaba muy serio en su actitud—. A partir de mañana, debido a petición de su madre, regresará a su casa.

— ¿En serio? —inquirí—, ¡Muchas gracias por todo doctor!

— Eso no es todo —respondió—, estas pasando por una psicosis severa y tu madre te tendrá encerrado en tu habitación hasta que tu condición mejore totalmente... si es que logras mejorar.



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⏰ Última actualización: Jan 08, 2016 ⏰

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