Capítulo VIII: La gran tormenta.

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— ¿Tormenta... de nieve? —inquirí.

— Sí, debemos mantenernos unidos —indicó Antoinette—, si nos esparcimos podrían haber numerosos desaparecidos y hasta muertos.

— Entiendo —dije, mientras sacaba de mi bolso una chaqueta para resistirme al frio—, pero... tengo que buscar a John.

Anto señaló hacia el montón de estudiantes sentados en el suelo junto a la fría nieve, indicándome que me sentara allí con ellos para mantener el calor.

El tiempo pasaba lento y las brisas aumentaban su fuerza a medida que avanzaban los minutos, el pánico y miedo se apoderaba de las personas. Muchos oraban y rezaban, otros trataban de hacer señales de auxilio, lo cual sería en vano debido a la lejanía que se tenía con los pueblos y ciudades.

Nos encontrábamos varados en esa montaña, yo no podía sacar de mi cabeza aquella escena tan escalofriante y hórrida de Evan. Su asesinato me dejo marcado pero la preocupación que tenía por saber donde estaba John hacía que no pensara mucho en eso.

Mientras castañeteaba los dientes debido a las bajas temperaturas, las brisas aumentaron de fuerza; esta vez de una manera muy brutal.

La visión era muy compleja, lamentablemente todos nos esparcimos. La ventisca empujó a varios estudiantes y otros trataron de caminar y resistirse ante esta pero les fue imposible.

Durante ese caos traté de localizar a Antoinette, pero no pude. Cuando me di cuenta, me encontraba solo, sentado detrás de un árbol. Utilicé mis brazos y mis manos para aguantarme de aquél viejo pino, tratando de evitar que el viento me arrastrara y quedara completamente bajo la nieve.

Pasaron las horas, ya era de noche y todo se encontraba oscuro. No podía visualizar nada.

Cuando terminaron aquellos fuertes vientos intenté moverme pero fue en vano, mis brazos estaban pasmados del frio y dolía hacer el más mínimo movimiento. Fue un hecho extraordinario el que haya quedado vivo de esa tormenta, pues podía haber muerto de hipotermia.

Pensé que moriría allí, intenté hacer gritar o tan solo susurrar pero no me salían palabras. Lo único que evitaba que muriera por hipotermia era la chaqueta que llevaba puesta más varias sabanas y bufandas que me coloqué mientras estaba con el grupo.

No pude dejar de pensar en un instante en mi familia, creí que no los volvería a ver. Desde la muerte de mi padre, mi mamá y John eran lo único para mí.

También pensé en Sophie, aquella gran amiga que siempre estuvo ahí para mí al igual que Antoinette. Ellas siempre me alegraban el día, a pesar del molesto apodo que me puso Anto.

Mientras recordaba aquellos momentos especiales que pase con ellas, empecé a escuchar a lo lejos unas sirenas. Vi desde una distancia muy considerable luces azules y rojas parpadeando, supe que la policía y los bomberos comenzarían a buscarnos.

Me alegre por un rato pero mi sonrisa se desvanecía con el pasar de los minutos, la policía buscaba pero no se acercaban hacía el lugar donde yo me encontraba. Comencé a preocuparme y con mis labios rotos por el frio intenté gritar pero no salían más que pobres e inaudibles gemidos.

A pesar del espasmo muscular que tenían mis brazos, con mucho dolor pude separarlos de aquel tronco y con bastante esfuerzo logré levantarme. Al hacer tres pasos hacia el lugar de donde provenían aquellas luces de colores, me tropecé con una rama y no pude levantarme del suelo. Sentía como el frio de la nieve quemaba mi cara, y a lo lejos empecé a escuchar gritos de auxilio. Había sobrevivientes, cosa que me alegró un poco.

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