Capítulo 2

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Tenía las gafas empañadas y no distinguía bien quien era.
- Vamos Liz que soy Willy. Sabes de sobra que no muerdo.-
- Si no te importa te lo agradecería mucho.- acabé de guardar todo, asegurándome de haber cerrado la mochila, cerré el paraguas y corrí hasta la carretera. Willy conducía un viejo opel de color burdeos del 98. Para mi sorpresa el interior era mucho más acogedor de lo que esperaba. Los asientos estaban tapizados en cuero y tenía un equipo de sonido realmente impresionante, aunque lo más asombroso de todo era lo limpio que estaba. Lancé mi mochila a los pies y mientras me ponía el cinturon él alargó el brazo hacia los asientos de atrás.
- Debes de estar muriéndote de frío.- dijo al tiempo que me daba una chaqueta.- ponte esto, el coche es viejo y la calefacción tarda en arrancar. Estoy trabajando en ello.-
- Oye no es necesario- era una de esas sudaderas anchas, con cuadros rellenas de peluche y parecía tan calentita... pero me daba algo de apuro mojarsela.
- Yo te la dejo por si acaso.- ajustó el retrovisor y arrancó el coche. No me atreví a ponerme la sudadera pero si que la dejé a modo de manta sobre mis piernas.
Durante un rato condujo en silencio. Hacía mucho tiempo que no hablaba con Willy y eso que eramos vecinos, de hecho de pequeños éramos los mejores amigos. Solía venir a buscarme a casa, luego íbamos al taller de su padre donde me enseñaba los coches que le ayudaba a reparar hasta que Sara viniese a buscarme. Cuando entramos en el instituto nos distanciamos: yo pasaba cada vez más tiempo con Mattie y él empezó a trabajar todas las tardes en el taller de su padre. Había oido que era un genio de los motores, no me sorprendería que él hubiera actualizado todo el interior del coche.

- Hacía mucho que no nos veíamos.-comentó.- estás muy distinta aunque sigues llevando las mismas gafas de culo de vaso.-
- ¿Qué le voy a hacer si estoy ciega?- soltó una risita aflautada que chocaba con su voz, más grave de lo que recordaba pero no cambiada del todo.- Tú sigues teniendo esa risa de rata.- le imité y esta vez reímos los dos. Efectivamente estaba muy cambiado. Su pelo rizado siempre despeinado estaba corto y cuidado. Tenía la mandíbula cuadrada igual que su padre y lo que antes era una sombra de bigote ahora se había convertido en una cuidada barba corta.- No sabía que fueras leñador.- añadí burlona.
- ¡oh! ¿Lo dices por la barba? Eso es por el teatro, estoy intentando que me den el papel de Oberón, de Lisandro si me apuras, pero el señor Mctabish a lo mejor no me ve como un poderoso dios griego así que pensé que dejándome la barba...- apartó la vista de la carretera para ver mi reacción. No me acordaba de que tenía los ojos tan oscuros.- en el fondo es una tontería.-
- No,no, que va.- intenté animarle. Tenía razón en que a lo mejor no era el más indicado para esos papeles. Era un chico de poca embergadura y encima no era muy alto.-Me parece una buena idea. Te da un aire distinto, más serio y mayor. De hecho cuando me has recogido no te había reconocido.-
- Si, me di cuenta.- me dedicó una sonrisa de complicidad y yo avergonzada me encogí de hombros.
- Ya casi no te veo por el instituto.-
- Es cierto, apenas coincidimos en clase.- Traté de recordar si le había visto en alguna de mis clases pero no se me ocurría ninguna.
El camino a casa se alargó un poco por el tráfico y lo aprovechamos para ponernos al día. Había olvidado lo divertido que era hablar con Willy, siempre había sido muy ingenioso. Casi sin darnos cuenta llegamos a mi casa. Recogí mis cosas y le agradecí otra vez que llevase en coche.
- No te preocupes, pero respóndeme a una cosa.-
- Dispara- yo ya estaba fuera del coche inclinada sobre la ventanilla para escucharle mejor.
- Llevas varios días colaborando en decorados, ¿estás pensando apuntarte?-
- Ah no, estaba en el aula de castigo cuando Mctabish pidió voluntarios para colaborar.-
- Pues si otro día te vuelven a castigar me esperas a la salida y te dejo en casa.-
- Te tomo la palabra.-
Me despedí y esperé en el porche hasta que aparcó en el chalet dos casas más abajo. Es curioso como un gesto tan simple como llevar a alguien de vuelta a casa puede alegrarte el día, aunque sea solo un poco. Todo lo ocurrido hasta ahora eran solo minucias en comparación con lo que me esperaba al cruzar esa puerta. Si conseguía no hacer ruido al entrar podría encerrarme a estudiar en mi cuarto hasta la cena pero solo estaría prolongando lo inevitable.

Mucho Ruido No Hace Un DramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora